Por Jorge Fernández Díaz |
Los flamantes ministros se movilizaban dentro de una combi
herméticamente cerrada y avanzaban con alegría y también con cierta impotencia
entre una marea humana a la que no podían más que sonreír y saludar con la
mano. La gente se acercaba a los vidrios de las ventanillas selladas y les
decía una y otra vez la misma frase. Parecía una consigna organizada, pero era
algo mucho más extraño. Era una súplica espontánea, una orden unánime nacida
del instinto colectivo: "No nos fallen, no nos fallen". Como un mantra.
A algunos ministros se les puso la piel de gallina; a uno en especial le
corrían las lágrimas por el rostro. Cuando la ceremonia del traspaso terminó,
Mauricio Macri se les acercó fuera de cámara y los incendió con los ojos muy
abiertos: "Tenemos que dejar la vida por esta gente". Lo dijo con una
especie de seriedad sagrada, casi parecía una advertencia. La épica ideológica
fue reemplazada por la mística del servicio. Más tarde esos hombres y mujeres
que recién habían jurado caminaban por las entrañas del Museo del Bicentenario
y examinaban con perplejidad sus "arcos de la historia", que el
kirchnerismo dispuso espacialmente así: la Argentina comienza con las
Invasiones Inglesas y culmina con la llegada de Cristina y Néstor, de quien
pueden apreciarse su camiseta de Racing, su traje cruzado y sus mocasines. Los
visitantes se sintieron impresionados, dado que los kirchneristas no habían
dejado sitio para ningún otro en esa galería; la historia argentina estaba
clausurada. Pero resulta que los acontecimientos reales acababan de derribar la
narración definitiva; la vida suele ser porfiada, casi siempre continúa sin
pedir permiso a nadie.
Al entrar en la Casa Rosada, los recibieron empleados
corteses y profesionales que los condujeron hacia sus nuevas oficinas. Uno de
ellos no pudo con su genio y les dijo: "Ya cambió el aire, estaban muy
locos estos muchachos". Cada vez que la ex presidenta llegaba en
helicóptero, la Casa Militar tenía orden de despejar por completo su camino
hasta el despacho presidencial: ella no debía cruzarse en los pasillos con
ningún ser humano. Ahora prometen menos secretismo y aislamiento, mayor
cercanía y una circulación relajada. Tal vez estén pecando de inocentes. Y en
política la inocencia se paga cara, carísima; a veces lo contrario de un grueso
error puede ser otro error garrafal. Algunos ministros, sin coordinación y con
amateurismo, hablaron hace algunos días de subir las tarifas, terminar con las
retenciones del trigo y de la carne; de un dólar a 15 y paritarias por
actividad. Imprudencias que les sirvieron de coartada a ciertos empresarios
para escudarse en "una inflación contenida" y remarcar precios: el
gobierno saliente dejó venenosamente que lo hicieran y hoy la canasta básica, a
las puertas de una Navidad muy sensible, se encareció de manera peligrosa. Esta
desgracia fue definida por Alberto Fernández con una frase creativa que tuvo a
bien transmitírsela en privado a uno de los ministros más importantes:
"Ojo, que entraron en el polvorín de Cristina y se están iluminando con
una antorcha".
Macri se verá mañana con 1600 empresarios: deberá seducirlos
y ponerlos en su lugar, y luego intervenir para que algunos precios se
retrotraigan a noviembre y para que los más humildes no paguen una vez más el
pato.
Muchos de los miembros del "círculo rojo" comieron
de la mano del kirchnerismo (al que crearon con su voracidad sin límites en los
años 90), hicieron la vista gorda frente a sus atropellos institucionales,
apostaron en secreto por Scioli y piensan que ahora les llegó un nuevo jubileo.
Los más lúcidos temen sin embargo que Macri sea un hueso duro de roer y que les
aplique correctivos: no hay peor astilla que la del propio palo. El primer
atisbo lo tuvieron los banqueros, a quienes el Gobierno les espetó de entrada
que la operación del "dólar futuro" instrumentada por Vanoli ponía en
riesgo la economía y era fruto de una ilegalidad. Rápidamente, voceros de esas
entidades salieron a modular el verbo "defaultear" y a cacarear que
esto parecía un "kirchnerismo tardío". Es la primera pulseada y está
llena de paradojas jurídicas; terminaron las fanfarrias y dio comienzo la cruda
realidad, que está formada por cientos de granadas sin espoleta.
El asunto es muy espinoso, porque Cambiemos necesita a los
bancos, y a la vez no puede ser su prisionero. Precisa generar un clima de
negocios que atraiga inversiones, pero sin permitir que el establishment le
dicte el paso. Dialogar y consensuar con la oposición, pero evitar ser
extorsionado por ella. Propender a la unión nacional, pero no ser impasible
frente a ñoquis impunes y operadores enquistados perversamente en la
burocracia. Incluir en la próxima etapa (curarlos con gasa, respeto y
paciencia) a quienes están haciendo el duelo, pero no condescender a los
conspiradores destituyentes, que por estos días inflaman las redes: "Macri
desciende de Videla". Debe ser fuerte sin ser autoritario, y normalizar
sin hacer doler. Y no morir en el intento. Toda su escuadra es consciente de
que esta delicada ecualización debe hacerse sin guantes de box pero también sin
complejos y con firmeza. El sociólogo Eduardo Fidanza afirma que muchos
conservadores se equivocan con la nueva administración y sugiere que se
llevarán una sorpresa, porque Macri es "popular sin ser populista" y
no se reconoce sino en un centrismo desarrollista con orientación social.
Algunos observadores polémicos dicen incluso que "Mauricio tiene además un
gen peronista", algo que el ingeniero reconoce en la intimidad: Menem y
Duhalde quisieron dos veces que fuera su candidato presidencial, y su vida
política está plagada de socios, asesores y funcionarios provenientes del
justicialismo. Pero hace rato representa también el voto histórico radical y
construyó una coalición con los herederos de Alfonsín, y en su tropa hay
socialdemócratas, liberales e independientes de cualquier ideología. A
izquierda y derecha habrá incomodidades frente a este partido emergente del
siglo XXI que se resiste a las viejas clasificaciones. Y se nota que el papa
Francisco está hundido todavía en ese mismo desconcierto, puesto que jamás
llamó al nuevo presidente constitucional ni felicitó a los argentinos por haber
entrado en esta nueva era. La situación es extraña y su distracción provoca una
cierta inquietud: sus curitas dieron una gran batalla para que Aníbal Fernández
no fuera gobernador, pero es inocultable que Bergoglio prefería el naranja. El
Papa, no obstante, tiene muchos amigos en el jardín amarillo: son precisamente
los que le hicieron el aguante cuando el kirchnerismo lo espiaba y perseguía. Y
los ejes políticos de Macri parecen de inspiración socialcristiana: pobreza
cero, lucha contra el narco y unión nacional. Hay trucos protocolares para
justificar el ruidoso silencio papal, pero la verdad es que resulta igualmente
injustificable. A menos que uno piense que Francisco quiere marcarle la cancha
al nuevo jefe del Estado para que no tenga locas ideas de progresismo laico.
Mejor pensar que pronto llamará y disipará desde el Vaticano estos viscosos
malentendidos. Octavio Paz, intelectual que debió convivir con un partido único
que calificaba como "un sistema hegemónico de dominación", siempre
decía que "las personas más peligrosas son aquellas en cuyas venas ha sido
inyectado el veneno del miedo, del miedo al cambio".
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