Por Maristella Svampa (*) |
El nuevo gobierno de Macri presentará rupturas, pero también
continuidades respecto del gobierno saliente. Voy a enumerar sólo algunas de
ellas. Para comenzar, en términos de rupturas, hay que señalar aquéllas de tipo
ideológico: a partir del 10 de diciembre, la Argentina dejó de ser gobernada por
un régimen identificado con un populismo de alta intensidad, asentado en la
concentración del poder, la intolerancia a las disidencias y el hiperliderazgo
de Cristina; para pasar a ser gobernada por una derecha aperturista, de tipo
empresarial; una nueva comunidad de negocios, que no desdeña el trabajo
territorial y entiende la política como gestión y marketing.
No creo, sin embargo, que esta ruptura ideológica signifique
una vuelta al neoliberalismo de los años 90. Es cierto que es de temer un
escenario más desigualador en lo social, pero todo ello dependerá también de
los límites que la sociedad argentina coloque al nuevo gobierno. No hay que
olvidar que vivimos en una sociedad diferente a la de hace dos décadas, visible
en la capacidad de protesta social y el expandido lenguaje de derechos. Todo
ello, en principio, hace pensar que habría poco espacio para un tal retroceso.
No por casualidad el presidente electo Mauricio Macri parece querer plantarse
en un espacio de geometría variable, de oscilación entre, por un lado, un
desarrollismo a la Frondizi (el único nombrado en su discurso de asunción), con
obras públicas, menos Estado y un reconocimiento de la importancia de lo
social, y, por otro lado, un neoliberalismo posnoventista, de tipo aperturista,
al estilo del ex presidente chileno Sebastián Piñera. Cómo se dará ese
equilibrio tensional entre uno y otro; cuál de las dos tendencias prevalecerá,
todavía no lo sabemos, pero la composición del gabinete económico ilustra la
presencia de ambas.
Habrá continuidad respecto del extractivismo, desde la
megaminería, el fracking, el acaparamiento de tierras y los agronegocios. Es
cierto que la elección de CEO’s de empresas alertó a muchos y, en especial, a
las poblaciones afectadas, lo cual no significa que éstas coman vidrio respecto
del pasado reciente. Después de todo, Miguel Galuccio, el CEO de YPF, viene de
una multinacional casi más importante que la Shell y el secretario de Minería
del kirchnerismo, Jorge Mayoral, es socio de empresas proveedoras de la Barrick
Gold. De un modo particularmente eficaz, el kirchnerismo supo consolidar una
poderosa comunidad de negocios, aunque articulara el lenguaje de las
mediaciones políticas y una épica progresista, y contara con el silencio
cómplice de tantos intelectuales. Asimismo, hay que recordar que Daniel Scioli
fue el primer candidato presidencial en ir a abrazar al gobernador de San Juan,
luego del derrame de solución cianurada de la Barrick Gold en septiembre de
este año.
En razón de ello, en esta arena, no creo que Macri se
diferencie mucho del kirchnerismo, aun si es probable que durante los primeros
meses haga el ejercicio de escuchar algunas voces bajas de esas poblaciones, ya
que los nuevos gobiernos suelen asumir con un grado de escucha mayor que los
gobiernos salientes. Por ejemplo, esto ocurre respecto de los pueblos
originarios, que en pos de un prometido reconocimiento de sus demandas se
reunieron con funcionarios del gobierno electo, y decidieron levantar el acampe
que llevaba meses en la Avenida 9 de Julio. Pero no sucede lo mismo con la
megaminería, y por esa razón, desde antes del ballottage, el lema de las
asambleas socio-ambientales fue “Gane quien gane, no habrá megaminería”.
Tampoco con el de agronegocios, donde se espera una profundización del modelo,
en el marco de un rechazo social cada vez mayor hacia la multinacional Monsanto
y a los impactos sociosanitarios producidos por el glifosato, tal como señalan
los informes de la Red de Médicos de Pueblos Fumigados. En esta línea, el
escenario planteado por Macri supone más extractivismo, con lo cual tendremos
muy probablemente nuevas situaciones de represión y de menoscabo de la
democracia.
Muchos nos preguntamos cuál será el futuro del kirchnerismo
y de Cristina Fernández de Kirchner fuera ya del Gobierno, hecho que no sólo
dependerá de los éxitos o fracasos de la nueva gestión, sino del alcance que
tenga el proceso de reconfiguración del peronismo, luego de la histórica
derrota. Más allá de la demostración de fuerza propia, visible en el masivo
acto de despedida del 9 de diciembre, creer que la ex presidenta seguirá
concentrando el poder dentro del peronismo sería olvidar la historia: cada vez
que éste pierde las elecciones, la situación genera fuertes sacudidas y
recomposiciones al interior del partido, lo cual abre un juego plural, que se
cierra con la confirmación de un nuevo liderazgo. Además, mucho del
hiperliderazgo de Cristina está asociado al proceso de fetichización del poder
en la figura del jefe o jefa de Estado, algo que el kirchnerismo perderá porque
sólo controlará la provincia de Santa Cruz, careciendo de los dispendiosos
recursos económicos de los que gozó todos estos años.
Por último, cabe esperar que la Argentina transite hacia un
escenario menos polarizado en el que se debiliten los esquemas binarios que
caracterizaron los últimos ocho años de kirchnerismo (desde el conflicto por la
125) y que generaron un empobrecedor marco de inteligibilidad de la realidad en
ciertos sectores de la sociedad. Pero queda una sociedad visiblemente dañada,
que no creo vaya a ser reparada completamente en el marco de la alternancia
planteada, pese al lenguaje acuerdista del nuevo presidente. No sólo porque en
ese juego perverso que durante años jugaron tanto el oficialismo como la
oposición salieron a relucir los peores sentimientos de la sociedad y de la
clase política argentina, sino porque además el kirchnerismo deja como legado
una herida política y cultural que beneficia a las derechas en boga, en
detrimento de las centro-izquierdas hoy colapsadas o divididas, que tarde o
temprano tendrán que asumir el desafío de reinventarse.
(*) Socióloga y escritora.
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