Presentación del
libro Aquella antigua luz
del Poeta y
Periodista Nelson Muloni
Nelson Muloni (izq.) junto al autor de esta nota durante la presentación del libro "Aquella antigua luz". |
Por Martín Risso Patrón
Liberar, de eso se
trata
Abrir las puertas de las celdas parece un acto libertario
sublime cuando uno lo imagina. Y lo es. Pero cuando el Poeta abre las suyas,
esas puertas cuyas llaves están perdidas en alguna memoria, entonces ese acto
libertario sublime se convierte en Vida, más vida sobre Vida, más aliento sobre
desaliento... más realidad que la realidad misma de las cosas. Pero
incompletas, siempre incompletas, a propósito incompletas; porque no puede ser
de otra manera. Es el mundo el que las viste y le acuna la soledad. Es el
lector y el escucha el que le da su respiración.
Las palabras que durante toda la vida de uno están dentro,
salen y respiran, salen y gozan, salen y son. Definitivas maneras de generar
más Libertad. Eso sucede con el Poeta que decidió liberar sus palabras.
Escribir, amigos, es un acto libertario que no tiene precio.
El Poeta lanza sus palabras como puños desnudos y con frío. Y ellas golpean la
nuez de las cosas hasta abrir a su vez otros encierros; esos encierros andantes
que somos los paseantes de la Vida, ávidos de esplendores y tiernas
oscuridades. Ávidos de Vida no vivida.
Muloni intuye esto y escribe:
Nadie supo avisarme
que los huesos
iban a ser
cenizas
y que en la piel del
árbol que envejece
no iba a ser el
cogollo
más que una pluma de
lágrimas.
Digo, entonces,
que no había senderos
en las pieles
sino anhelos
siempre nuevos.
Pero nadie escribió
en la celda de mis
huesos
ni me arañó
el vientre
para que el dolor
despertara
latitudes jóvenes.
Nadie.
Ni el latido de mi
pena.
Ni mi pena.
[Poema “Pena”, pág. 29 del libro]
Pero las palabras llegan y se posan en el lector y en el
escucha... Traen evocaciones desconocidas incluso a veces para el mismo Poeta.
A Nelson Muloni, le contaron que cuando infante era
alimentado del pecho de su madre en una escalera de piedra que había para
llegar al trabajo de Ella; su abuela lo traía a medio camino, y su madre, que
tomaba su hora lactaria [autorizada o no por la burocracia], se sentaba con él
en brazos sobre unas piedras o ladrillos musgosos y un cemento viejo, y después
el volvía en brazos de su abuela a la casa, allá en Jujuy donde naciera.
Entonces Muloni, abre esta puerta:
Porque el río, en
Tilcara,
tiene sabor a
infancia.
Recorre, con su
anchura,
el recuerdo de juegos
en las aguas,
besándole los musgos
al silencio
de los muros de piedra
y cemento caliente.
Un griterío niño
recorre por las calles
hacia el río
cruzando el totoral,
saltando por la
acequia,
en la olvidada
exactitud del aire.
No hay sol que no
alumbre en las arenas
las ardientes pisadas.
Es que el río, en
Tilcara
tiene sabor a
infancia.
[Poema “Las últimas pisadas, p. 19]
No se sabe muy bien por qué, pero seguro que no es una
pintura.
Porque las palabras surgieron de esa memoria sutil que
apenas conocemos, acostumbrados a los dos únicos estados que creemos posibles:
La conciencia y la evocación; pero el Poeta les suma el estado de ser su propia
historia, y aunque no lo quiera, algún día tendrá que abrir la puerta. Porque
el Poeta es consciente de su conciencia y también de su inconsciencia.
Será por eso quizás que los lectores intuimos Aquella antigua luz, y vestimos sus
palabras desnudas para goce del alma.
Cuando la celda queda
vacía, el Poeta llora
Le pasó a Muloni al recordar un tejido que le tejía su madre
alguna tarde lejana, y a su padre muerto no hace mucho, en esta misma mesa de
presentación de su tercer libro. Porque así nomás debe ser: Al liberar la
Palabra, hay que llorar, como se hace en los duelos.
Qué dulce duelo el de los padres soterrados y la Palabra
liberada.
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