miércoles, 2 de diciembre de 2015

La inquilina rompe todo

Por Nicolás Lucca
(Relato del Presente)

De un tiempo a esta parte, han ocurrido tantas repeticiones que muchas veces cuesta empezar a escribir. Veo las novedades de la semana y me encuentro con que no tengo nada para decir que no haya dicho antes. La era kirchnerista fue un eterno loop de delirios fundacionalistas, transmisión de miedos, imposición de ideas caducas y transferencia de culpas. 

Cada tanto aparecía un punto novedoso, generalmente vinculado a la brutalidad de la corrupción que terminaba con algunos cuantos muertos en la cuenta final que nadie pagaba. En el resto de los casos, lo único que variaba era la dosis. Es como el acostumbramiento a una droga: como sabían que ya no hacían efecto las cagadas que se mandaban, se las volvían a mandar pero con mayor magnitud, para ver cuál era el límite. De vez en cuando encontraban la reacción de la sobredosis, generalmente con síntomas de marchas multitudinarias, tras lo cual bajaban un cambio y empezaban de nuevo. El asunto es que en los últimos tiempos, en la generalidad, todo giraba en torno a lo mismo.

De las últimas semanas no hay mucho para contar. O sea: estamos viviendo algo único en la era de las redes sociales, que es el fin de un ciclo. Pero uno todavía no empezó y el otro está en un estado de payaso depresivo suicida, que odia al mundo porque no lo quiere y planea irse al más allá arrastrando a la mayor cantidad de personas con él.

Scioli hizo campaña con el miedo por el futuro de los científicos y dos horas después de un discurso de Cristina apelando al mismo temor, Marcos Peña anuncia que Lino Barañao permanecerá en su cargo. Algunos creen que fue una jugada maestra comunicacional, otros que fue el primero en adherirse a la ley del arrepentido. Mientras el doctor Albino nos generaba la enorme duda de cómo hizo para llegar a ser una eminencia de la nutrición sin morir de bullying en el largo camino escolar, aparecieron nombres conocidos, otros repetidos, algunos previsibles, y varios empresarios. Muchos pusieron el grito en el cielo por la entrega del Estado a personas capacitadas para la administración de recursos en lugares en los que si se administra mal, se va a la quiebra. Otros no se quejaron de haber tenido a un ferretero al frente de la Secretaría de Comercio. También me genera curiosidad ver qué opinan de Patricia Bullrich todos los que se quejaron cuando le dieron el ministerio de Seguridad a Nilda Garré por su pasado montonero. El resto era previsible y no por los nombres: después de tener a personajes como Kicillof, Recalde o Alicia Kirchner, cualquiera que sepa que no puede gastar más de lo que tiene o que, al menos, sepa calcularle al talle de la ropa que usa, puede dar la sensación de que es un ricachón.

La transición es simpática desde el grotesco. Echegaray inició el traspaso con Abad, Vanoli y Sabbatella no quiere largar sus honorables cargos como cadetes de Cristina y Randazzo se juntó a tomar mate con Dietrich para la sorpresa de todos los que no tenían idea que venían laburando juntos desde 2013, cuando crearon el ente tripartito del transporte. O sea, podría decirse que los que tienen las cuentas más o menos ordenadas –lo cual no implica que estén en regla– empezaron a sacarse de encima lo que en los últimos tiempos se convirtió en un martirio. Cristina, obviamente, no se lo pudo tomar a bien y, rodeada de traidores, empezó a tijeretear el presupuesto del año que viene, dilapidar la que queda y buscar algún actito perdido con los que todavía le son fieles, esos que están tan al horno como ella, como De Vido. Lo sabíamos hace rato, y lo dijimos muchas veces: el kirchnerismo resultaría divertido si no fuera porque en la joda nos llevan puestos a todos. Bueno, nunca quedó tan patente como en estos días.

Tenés una fábrica con vivienda que heredaste junto con todos tus numerosos hermanos. No es cualquier fábrica, es una bastante bonita, con un huerto enorme, criadero de conejos, cintas transportadoras, horno industrial, caja fuerte y reservas de combustible para garantizar la producción. Se nota que a los abuelos les gustaba producir. Tus hermanos y vos se pusieron de acuerdo en que tiene que ser alquilada como siempre lo estuvo y explotada comercialmente al mismo tiempo. Una suerte de locación con administración. La construcción tenía una deuda galopante que no podían manejar, aunque a nivel cimientos estaba intacta y sólo necesitaba una lavada de cara antes de que pudiera empezar a producir de nuevo. Luego de presentarse varios pretendientes quedaron dos: uno que ya había estado alquilando durante diez años y dejó la casa hermosa por fuera pero por dentro era un cabaret clausurado, y otro al que conocía sólo uno de tus hermanos. Cuando dijiste que había que pensarlo bien y volver a votar, el viejo inquilino decidió irse.

El flamante inquilino era impresentable, pero se comportó de manera medianamente aceptable en comparación con los anteriores. Por un lado te pidió a vos y a tus hermanos que produzcan más que nunca. El huerto producía como no lo había hecho antes, el criadero no daba abasto para la venta y el horno estaba prendido las 24 horas. Tus hermanos bailaban en una  pata porque el inquilino les dejaba quedarse con parte de lo producido…en su casa. A vos hay cosas que no te cerraban. Viste al inquilino clausurar la deuda que tenía la propiedad al contado, pero también lo viste yendo a la cueva de Hugo, ese vecino que llegó al barrio con promesas socialdemócratas y en un par de años le pateó la medianera a todos los vecinos y se hizo amigo de todos los piratas del asfalto del planeta.

Llegó el primer vencimiento del contrato y vos no querías saber nada. Muchos de tus hermanos estaban felices. Uno te dijo que le quería renovar porque el hombre los dejaba ganar plata con lo que cocinaban en el horno. Le recordaste que el horno es de ustedes y que la fuerza de trabajo también. Te puteó por aguafiestas. Otros te decían que querían renovarle porque la vivienda está mucho mejor que cuando se inició el contrato. Le dijiste que es cierto, pero tan cierto como que los inquilinos anteriores se llevaron hasta los postigones de las ventanas y que, en comparación, una puerta pintada es un lograzo. Te putearon. Otro te dijo “porque nos sacó de encima a los acreedores”. Le contaste el pequeño detalle de que la plata la pusiste vos con tus hermanos y que, por si fuera poco, te la canjeó por un pagaré al pirata socialdemócrata del asfalto del barrio. No hay caso, perdiste. Y encima el inquilino se dio el lujo de darle el contrato a la esposa.

La mujer es divina. Ve a dos personas juntas y se pone a hablarles por horas, cuando está al pedo llama a todos juntos por videoconferencias y se cuelga tardes enteras contando lo bella que es, lo bien que hace las cosas, lo lindos que son los dueños de la casa que la quieren y lo forros que son los dueños de la casa que no. Se llevó a la familia a vivir con ella, más los amigos, los hijos de los amigos, los amigos de los hijos, los pibes que le cayeron bien por la calle, y convenció a casi todos tus hermanos de que la casa en la que se criaron no existía, que esas paredes las construyeron ella y su marido y que si podés usar tu horno, es gracias a que ella te lo permite. Se peleó con tus vecinos históricos y se hizo amiga de los indeseables del barrio. En el medio, decidió quedarse con casi todo lo que producías en tus instalaciones. Le dijiste que no. Te trató de garca y de hacer todo para que se vaya: sólo querías que te deje laburar en paz. Para evitar las confrontaciones, y convencida de que el problema estaba en la comunicación, quiso rajar al cartero que había tenido cenando en casa todos los jueves durante cinco años.

Llegó otro vencimiento de contrato y el consenso entre tus hermanos se multiplicó. El marido de la inquilina había fallecido y muchos de tus hermanos ya se habían olvidado de todas las que se había mandado la viuda. Tampoco ayudó mucho el piné de los otros que se presentaron para alquilar. Por la casa pasaban todos y se llevaban algo. Incluso el pirata del asfalto te empezó a vender combustible y recién ahí te diste cuenta de que te habían sacado las garrafas. Dos meses después de renovar el contrato, un accidente en la cinta transportadora mató a varios de tus hermanos. Pedís explicaciones a la inquilina. Pasa uno, pasan dos, pasan tres, pasan cuatro días. Al quinto te armó una fiesta para homenajear a uno de tus abuelos y gritó “ahora vamos por todo”. Te preguntás “por cuál todo irán si la casa es mía y de mis hermanos”, pero tus hermanos se reparten entre los que aplauden como focas cocainómanas y los que miran atónitos a las focas sin poder creer lo que sucede.

¿Te acordás de cuando el difunto primer inquilino te dijo que te iba a solucionar el problema de la deuda de la fábrica/casa y todos nos pusimos contentos? Bueno, el escribano que eligió para arreglarlo dijo que faltaban algunos caramelos. Los comerciantes del barrio decidieron salir al rescate y comprar la deuda, pero la inquilina decidió mandar a su fiel asistente Tattoo a ver cuáles eras las posibilidades. Tattoo salió con la deuda sin pagar, con los comerciantes del barrio a las puteadas, con el Juez en llamas, pero feliz y sonriente. Poco después la inquilina enviaría a Tattoo a París a negociar una deuda de tres paquetes de polenta. Volvió feliz de la vida por comprometerse a un cronograma de pagos de treinta Mercedes Benz por semestre por los próximos tres milenios.

Como si los problemas vecinales no hubieran sido suficientes, la inquilina armó unas relaciones contractuales divinas con más de esos tipos que no comparten con vos ni el mismo concepto de legalidad, derechos ni libertades, entre los que se encuentran los muchachos que volaron por los aires una habitación donde dormían otros hermanos tuyos. Con ellos adentro. Uno de tus hermanos decide investigar qué onda con esa relación amistosa y cae con la novedad de que la inquilina estaba prendida en algo muy turbio con los que volaron la habitación. Tres días después, el hombre aparece muerto en el baño. La inquilina primero dijo que fue homicidio, luego que fue suicidio, luego volvió a decir que fue homicidio, y cuando ya estaba al borde de la tara, sus compañeros dijeron que en realidad se resbaló sobre una bala calibre .22 porque se le hacía imposible seguir llevando esa miserable vida de grandes viajes, lujos y minas jóvenes y bellas.

Llegó el final del contrato y la inquilina no podía quedarse más tiempo y, honestamente, tampoco quería que nadie ocupe su sillón, como si eso fuera posible sin borrar a la fábrica de la faz de la tierra. Los amigos de los conocidos de los primos de los compañeros de colegio de los hijos le pidieron por favor que haga algo para que no los manden a vivir de algo productivo. También se sumaba el miedo a qué podría pasar después de haber transcurrido años escupiendo a los transeúntes desde la ventana. La viuda decide designar un sucesor. Tenía la opción A, el tipo con menos imagen negativa y el que más quilombos le había solucionado en los últimos años, o la opción B, el gurú que no pudo pagar un sueldo sin pedirle a ella que abra la billetera y que combatió a las siete plagas con fe, optimismo, deporte y papafrancisco, y perdió en todas. La inquilina optó por la opción B.

Muchos de tus hermanos incondicionales se cansaron, inclinaron la balanza y decidieron alquilar la fábrica/casa a un rostro nuevo. Varios de ellos no están muy convencidos, pero el verso de que “la pasarás mal con el que venga” cayó en saco roto, dado que ya la están pasando mal.

El flamante inquilino va a visitar a la saliente para ver qué onda. Lo hacen entrar por el garage, no le dejan usar el baño, lo tienen parado al lado de los helechos unas horas con el perrito Simón gruñéndole. La inquilina lo atiende, le dice “felicitaciones” y lo despacha por la ventana. Notificada de que tendrá que entregar las llaves en un par de semanas, la inquilina empieza a hacer todo lo que tiene a su alcance para joder. Muchos creen que es contra el nuevo inquilino, pero la verdad se juega al nivel del desprecio por los dueños de la casa, un rechazo tan visceral que no la deja ver que con su accionar también se lleva puestos a los que la quieren a ella. En la caja fuerte quedan tres caramelos de anís, pero firma pagarés millonarios que le vencen al que viene. Aprovecha y nombra empleados de a miiles y, por si fuera poco, se deshace de los fondos que utilizó durante años para decir “no fue magia”. Básicamente, arranca el empapelado, destroza el vanitory del baño, se lleva las canillas y, mientras se balancea de una araña para arrancarla del techo, pide a los gritos que “cuidemos lo que tanto nos costó conseguir”.

En su esencia, el kirchnerismo es el inquilino al que se le acabó el contrato y te destroza el departamento porque no quisiste renovarle.

Finalmente, te preguntás si en algún momento tus hermanos entenderán que los dueños de la casa somos nosotros, que los “gobernantes” son designados por nosotros y que su función es la administración temporal de los bienes que nos pertenecen a nosotros. Pero sabés que es un imposible.

Mercoledi. Dejen algo además de la vergüenza.

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