Por Nicolás Lucca
(Relato del Presente)
De un tiempo a esta parte, han ocurrido tantas repeticiones
que muchas veces cuesta empezar a escribir. Veo las novedades de la semana y me
encuentro con que no tengo nada para decir que no haya dicho antes. La era
kirchnerista fue un eterno loop de delirios fundacionalistas, transmisión de
miedos, imposición de ideas caducas y transferencia de culpas.
Cada tanto
aparecía un punto novedoso, generalmente vinculado a la brutalidad de la
corrupción que terminaba con algunos cuantos muertos en la cuenta final que
nadie pagaba. En el resto de los casos, lo único que variaba era la dosis. Es
como el acostumbramiento a una droga: como sabían que ya no hacían efecto las
cagadas que se mandaban, se las volvían a mandar pero con mayor magnitud, para
ver cuál era el límite. De vez en cuando encontraban la reacción de la
sobredosis, generalmente con síntomas de marchas multitudinarias, tras lo cual
bajaban un cambio y empezaban de nuevo. El asunto es que en los últimos
tiempos, en la generalidad, todo giraba en torno a lo mismo.
De las últimas semanas no hay mucho para contar. O sea:
estamos viviendo algo único en la era de las redes sociales, que es el fin de
un ciclo. Pero uno todavía no empezó y el otro está en un estado de payaso
depresivo suicida, que odia al mundo porque no lo quiere y planea irse al más
allá arrastrando a la mayor cantidad de personas con él.
Scioli hizo campaña con el miedo por el futuro de los
científicos y dos horas después de un discurso de Cristina apelando al mismo
temor, Marcos Peña anuncia que Lino Barañao permanecerá en su cargo. Algunos
creen que fue una jugada maestra comunicacional, otros que fue el primero en
adherirse a la ley del arrepentido. Mientras el doctor Albino nos generaba la
enorme duda de cómo hizo para llegar a ser una eminencia de la nutrición sin
morir de bullying en el largo camino escolar, aparecieron nombres conocidos,
otros repetidos, algunos previsibles, y varios empresarios. Muchos pusieron el
grito en el cielo por la entrega del Estado a personas capacitadas para la
administración de recursos en lugares en los que si se administra mal, se va a
la quiebra. Otros no se quejaron de haber tenido a un ferretero al frente de la
Secretaría de Comercio. También me genera curiosidad ver qué opinan de Patricia
Bullrich todos los que se quejaron cuando le dieron el ministerio de Seguridad
a Nilda Garré por su pasado montonero. El resto era previsible y no por los
nombres: después de tener a personajes como Kicillof, Recalde o Alicia
Kirchner, cualquiera que sepa que no puede gastar más de lo que tiene o que, al
menos, sepa calcularle al talle de la ropa que usa, puede dar la sensación de
que es un ricachón.
La transición es simpática desde el grotesco. Echegaray
inició el traspaso con Abad, Vanoli y Sabbatella no quiere largar sus
honorables cargos como cadetes de Cristina y Randazzo se juntó a tomar mate con
Dietrich para la sorpresa de todos los que no tenían idea que venían laburando
juntos desde 2013, cuando crearon el ente tripartito del transporte. O sea,
podría decirse que los que tienen las cuentas más o menos ordenadas –lo cual no
implica que estén en regla– empezaron a sacarse de encima lo que en los últimos
tiempos se convirtió en un martirio. Cristina, obviamente, no se lo pudo tomar
a bien y, rodeada de traidores, empezó a tijeretear el presupuesto del año que
viene, dilapidar la que queda y buscar algún actito perdido con los que todavía
le son fieles, esos que están tan al horno como ella, como De Vido. Lo sabíamos
hace rato, y lo dijimos muchas veces: el kirchnerismo resultaría divertido si
no fuera porque en la joda nos llevan puestos a todos. Bueno, nunca quedó tan
patente como en estos días.
Tenés una fábrica con vivienda que heredaste junto con todos
tus numerosos hermanos. No es cualquier fábrica, es una bastante bonita, con un
huerto enorme, criadero de conejos, cintas transportadoras, horno industrial,
caja fuerte y reservas de combustible para garantizar la producción. Se nota
que a los abuelos les gustaba producir. Tus hermanos y vos se pusieron de
acuerdo en que tiene que ser alquilada como siempre lo estuvo y explotada
comercialmente al mismo tiempo. Una suerte de locación con administración. La
construcción tenía una deuda galopante que no podían manejar, aunque a nivel
cimientos estaba intacta y sólo necesitaba una lavada de cara antes de que pudiera
empezar a producir de nuevo. Luego de presentarse varios pretendientes quedaron
dos: uno que ya había estado alquilando durante diez años y dejó la casa
hermosa por fuera pero por dentro era un cabaret clausurado, y otro al que
conocía sólo uno de tus hermanos. Cuando dijiste que había que pensarlo bien y
volver a votar, el viejo inquilino decidió irse.
El flamante inquilino era impresentable, pero se comportó de
manera medianamente aceptable en comparación con los anteriores. Por un lado te
pidió a vos y a tus hermanos que produzcan más que nunca. El huerto producía
como no lo había hecho antes, el criadero no daba abasto para la venta y el
horno estaba prendido las 24 horas. Tus hermanos bailaban en una pata porque el inquilino les dejaba quedarse
con parte de lo producido…en su casa. A vos hay cosas que no te cerraban. Viste
al inquilino clausurar la deuda que tenía la propiedad al contado, pero también
lo viste yendo a la cueva de Hugo, ese vecino que llegó al barrio con promesas
socialdemócratas y en un par de años le pateó la medianera a todos los vecinos
y se hizo amigo de todos los piratas del asfalto del planeta.
Llegó el primer vencimiento del contrato y vos no querías
saber nada. Muchos de tus hermanos estaban felices. Uno te dijo que le quería
renovar porque el hombre los dejaba ganar plata con lo que cocinaban en el
horno. Le recordaste que el horno es de ustedes y que la fuerza de trabajo
también. Te puteó por aguafiestas. Otros te decían que querían renovarle porque
la vivienda está mucho mejor que cuando se inició el contrato. Le dijiste que
es cierto, pero tan cierto como que los inquilinos anteriores se llevaron hasta
los postigones de las ventanas y que, en comparación, una puerta pintada es un
lograzo. Te putearon. Otro te dijo “porque nos sacó de encima a los
acreedores”. Le contaste el pequeño detalle de que la plata la pusiste vos con
tus hermanos y que, por si fuera poco, te la canjeó por un pagaré al pirata
socialdemócrata del asfalto del barrio. No hay caso, perdiste. Y encima el
inquilino se dio el lujo de darle el contrato a la esposa.
La mujer es divina. Ve a dos personas juntas y se pone a
hablarles por horas, cuando está al pedo llama a todos juntos por
videoconferencias y se cuelga tardes enteras contando lo bella que es, lo bien
que hace las cosas, lo lindos que son los dueños de la casa que la quieren y lo
forros que son los dueños de la casa que no. Se llevó a la familia a vivir con
ella, más los amigos, los hijos de los amigos, los amigos de los hijos, los
pibes que le cayeron bien por la calle, y convenció a casi todos tus hermanos
de que la casa en la que se criaron no existía, que esas paredes las
construyeron ella y su marido y que si podés usar tu horno, es gracias a que
ella te lo permite. Se peleó con tus vecinos históricos y se hizo amiga de los
indeseables del barrio. En el medio, decidió quedarse con casi todo lo que
producías en tus instalaciones. Le dijiste que no. Te trató de garca y de hacer
todo para que se vaya: sólo querías que te deje laburar en paz. Para evitar las
confrontaciones, y convencida de que el problema estaba en la comunicación,
quiso rajar al cartero que había tenido cenando en casa todos los jueves
durante cinco años.
Llegó otro vencimiento de contrato y el consenso entre tus
hermanos se multiplicó. El marido de la inquilina había fallecido y muchos de
tus hermanos ya se habían olvidado de todas las que se había mandado la viuda.
Tampoco ayudó mucho el piné de los otros que se presentaron para alquilar. Por
la casa pasaban todos y se llevaban algo. Incluso el pirata del asfalto te
empezó a vender combustible y recién ahí te diste cuenta de que te habían
sacado las garrafas. Dos meses después de renovar el contrato, un accidente en
la cinta transportadora mató a varios de tus hermanos. Pedís explicaciones a la
inquilina. Pasa uno, pasan dos, pasan tres, pasan cuatro días. Al quinto te
armó una fiesta para homenajear a uno de tus abuelos y gritó “ahora vamos por todo”.
Te preguntás “por cuál todo irán si la casa es mía y de mis hermanos”, pero tus
hermanos se reparten entre los que aplauden como focas cocainómanas y los que
miran atónitos a las focas sin poder creer lo que sucede.
¿Te acordás de cuando el difunto primer inquilino te dijo
que te iba a solucionar el problema de la deuda de la fábrica/casa y todos nos
pusimos contentos? Bueno, el escribano que eligió para arreglarlo dijo que
faltaban algunos caramelos. Los comerciantes del barrio decidieron salir al
rescate y comprar la deuda, pero la inquilina decidió mandar a su fiel
asistente Tattoo a ver cuáles eras las posibilidades. Tattoo salió con la deuda
sin pagar, con los comerciantes del barrio a las puteadas, con el Juez en
llamas, pero feliz y sonriente. Poco después la inquilina enviaría a Tattoo a
París a negociar una deuda de tres paquetes de polenta. Volvió feliz de la vida
por comprometerse a un cronograma de pagos de treinta Mercedes Benz por
semestre por los próximos tres milenios.
Como si los problemas vecinales no hubieran sido
suficientes, la inquilina armó unas relaciones contractuales divinas con más de
esos tipos que no comparten con vos ni el mismo concepto de legalidad, derechos
ni libertades, entre los que se encuentran los muchachos que volaron por los
aires una habitación donde dormían otros hermanos tuyos. Con ellos adentro. Uno
de tus hermanos decide investigar qué onda con esa relación amistosa y cae con
la novedad de que la inquilina estaba prendida en algo muy turbio con los que
volaron la habitación. Tres días después, el hombre aparece muerto en el baño.
La inquilina primero dijo que fue homicidio, luego que fue suicidio, luego
volvió a decir que fue homicidio, y cuando ya estaba al borde de la tara, sus
compañeros dijeron que en realidad se resbaló sobre una bala calibre .22 porque
se le hacía imposible seguir llevando esa miserable vida de grandes viajes,
lujos y minas jóvenes y bellas.
Llegó el final del contrato y la inquilina no podía quedarse
más tiempo y, honestamente, tampoco quería que nadie ocupe su sillón, como si
eso fuera posible sin borrar a la fábrica de la faz de la tierra. Los amigos de
los conocidos de los primos de los compañeros de colegio de los hijos le
pidieron por favor que haga algo para que no los manden a vivir de algo
productivo. También se sumaba el miedo a qué podría pasar después de haber
transcurrido años escupiendo a los transeúntes desde la ventana. La viuda
decide designar un sucesor. Tenía la opción A, el tipo con menos imagen
negativa y el que más quilombos le había solucionado en los últimos años, o la
opción B, el gurú que no pudo pagar un sueldo sin pedirle a ella que abra la
billetera y que combatió a las siete plagas con fe, optimismo, deporte y
papafrancisco, y perdió en todas. La inquilina optó por la opción B.
Muchos de tus hermanos incondicionales se cansaron,
inclinaron la balanza y decidieron alquilar la fábrica/casa a un rostro nuevo.
Varios de ellos no están muy convencidos, pero el verso de que “la pasarás mal
con el que venga” cayó en saco roto, dado que ya la están pasando mal.
El flamante inquilino va a visitar a la saliente para ver
qué onda. Lo hacen entrar por el garage, no le dejan usar el baño, lo tienen
parado al lado de los helechos unas horas con el perrito Simón gruñéndole. La
inquilina lo atiende, le dice “felicitaciones” y lo despacha por la ventana.
Notificada de que tendrá que entregar las llaves en un par de semanas, la
inquilina empieza a hacer todo lo que tiene a su alcance para joder. Muchos
creen que es contra el nuevo inquilino, pero la verdad se juega al nivel del
desprecio por los dueños de la casa, un rechazo tan visceral que no la deja ver
que con su accionar también se lleva puestos a los que la quieren a ella. En la
caja fuerte quedan tres caramelos de anís, pero firma pagarés millonarios que
le vencen al que viene. Aprovecha y nombra empleados de a miiles y, por si
fuera poco, se deshace de los fondos que utilizó durante años para decir “no
fue magia”. Básicamente, arranca el empapelado, destroza el vanitory del baño,
se lleva las canillas y, mientras se balancea de una araña para arrancarla del
techo, pide a los gritos que “cuidemos lo que tanto nos costó conseguir”.
En su esencia, el kirchnerismo es el inquilino al que se le
acabó el contrato y te destroza el departamento porque no quisiste renovarle.
Finalmente, te preguntás si en algún momento tus hermanos
entenderán que los dueños de la casa somos nosotros, que los “gobernantes” son
designados por nosotros y que su función es la administración temporal de los
bienes que nos pertenecen a nosotros. Pero sabés que es un imposible.
Mercoledi. Dejen algo además de la vergüenza.
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