La aceleración de la
crisis exige al nuevo presidente
sus primeras definiciones ideológicas.
Por Ignacio Fidanza |
Mauricio Macri diluyó durante años su posicionamiento
ideológico para ampliar su base de votantes y alcanzar la Presidencia. Bueno,
ya lo logró. El inconveniente es que encontró a la Argentina en un punto de
crisis económica que lo deja casi sin margen para seguir esquivando decisiones
de fondo, que por naturaleza representan opciones ideológicas.
Es decir, la interna que se libró al interior de su círculo
de decisiones entre la primera vuelta y el ballotage, se decantó por la opción
neo keynesiana que encarnan Alfonso Prat Gay y Federico Sturzenegger. Una
suerte de continuidad kirchnerista con buenos modales y sofisticación técnica.
Quedó en el camino la opción liberal que representaba Carlos
Melconian.
Esa definición es la que por estas horas el mercado está
pasando por la máquina trituradora, para ver cuánto hueso encuentra.
Las inconsistencias son obvias: Sostener los subsidios en
amplias franjas de la población, garantizar el 82 por ciento móvil, bajar las
retenciones, ampliar la asignación por hijo, implican mantener el actual
déficit de siete puntos del producto o incluso ampliarlo. Lo novedoso es que
ese programa se articula ahora con la promesa de liberar el cepo, unificar el
tipo de cambio y reducir la inflación.
Para eso, se promete una transición suave financiada con préstamos
internacionales. Lo cierto es que los mismos bancos que están ultimando los
detalles de ese préstamo -que podría ir de los 7 mil a los 10 mil millones de
dólares-, son los que formulan la pregunta que el gobierno de Macri no quiere
responder: ¿No piensan hacer un ajuste para bajar el déficit?.
De cualquier manera las evasivas son la respuesta. Es obvio,
no quieren ajustar. O sea, lo que Macri insinúa para la transición inmediata es
una continuidad, mejor gestionada. La pregunta es si es viable.
El modelo es conocido y se basa en el voluntarismo
pragmático: Un poquito menos de inflación; otro poquito menos de déficit –por
ejemplo que baje de 7 a 5 puntos-; si es necesario se toca una regla por acá
–dólar futuro-, otra por allá. Y ahí va. Nadie sufre demasiado y el
financiamiento externo ayuda a transitar el paso de una economía desordenada a
una sustentable y en crecimiento, sin mayores traumas.
“Prat Gay no cree en los ajustes y Sturzenegger es un
optimista eterno”, graficó a este medio, un experimentado analista de Wall
Street.
“Si no ajustan, el crédito que consigan se lo fuman rápido y
no es verdad que la Argentina tenga mucho margen para seguir endeudándose. En
el último año tomó por diversas vías unos 30 mil millones de dólares de deuda y
perdió patrimonio del Central por otros 6.700 millones. Están tan al límite que
en Octubre, Kicillof no puedo emitir un bono en pesos porque no tenía mercado”,
agregó la fuente.
El experimento
Como todo empresario, Macri se siente cómodo en el
pragmatismo. Lo mostró con claridad con el tema de ganancias. En la campaña,
para sumar votos, prometió su eliminación. Cuando ganó y vio los números dijo
que iba a seguir un tiempo. Luego, ante la presión de los sindicatos,
retrocedió y lo fijó sólo para los aguinaldos que superen los 30 mil pesos.
En la Ciudad se manejó con esa impronta. Era posible y hasta
exitoso, porque no tenía que ocuparse de la macroeconomía –alcanzaba con
criticarla-.
Cuando lo apremiaban se declaraba desarrollista, un lugar
común para todo político bien pensante y con impronta modernizadora. La eterna
frustración de la Argentina primermundista. Frondizi, Kennedy, el Che. Petróleo
y Geoestrategia. Gran escenario internacional. Interesante tanteo de un nuevo
relato de proyecto nacional con eje en la inteligencia, pero inútil como guía
para tomar decisiones urgentes.
Pero también el experimento es operativo. Macri gobernó ocho
años Buenos Aires con dos definiciones de fondo: Un jefe de Gabinete obsesivo
que se puso al hombro toda la zona dura de la gestión y un contador –actuario
en realidad- a cargo de la caja. Hoy no tiene ninguna de las dos cosas.
Tiene una dupla de economistas –Prat Gay, Sturzenegger- con
ideas propias y egos acordes. Y un jefe de Gabinete muy talentoso para la
estrategia política y la comunicación. Por eso, se eligió completar la
estructura con dos vicejefes empresarios: Lopetegui y Quintana, con la misión
de “coordinar” el gabinete económico.
La respuesta del mercado es sencilla: “¿Quién es el jefe?”.
Tenemos así dos modelos contrapuestos. El mercado espera que se defina si el
que manda es Prat Gay o Sturzenegger y Macri propone una construcción colectiva
de las decisiones económicas, coordinadas desde la Jefatura de Gabinete.
Es decir, lo que se empieza a poner a prueba es la capacidad
de liderazgo de Macri, en el sentido más profundo. Esto es, definir un rumbo y
empujar a su equipo a construirlo.
Su asesor en estrategia, Durán Barba, sostiene que no puede
empezar la gestión con un ajuste, que eso lo dejaría marcado para siempre. En
el papel es de una sensatez indiscutible. Pero la verdadera pregunta es si
tiene margen para eludirlo. O dicho de otra manera, si existe la posibilidad de
secuenciar las decisiones de orden que demanda la macroeconomía, para empujar
hacia el final los tragos amargos.
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