miércoles, 30 de diciembre de 2015

El drama de la oposición precoz

Por Nicolás Lucca
(Relato del Presente)

Ahora que todos somos abogados constitucionalistas, economistas especialistas en variables internacionales y fluctuaciones cambiarias, expertos en sistemas penitenciarios y gurús de las peticiones por change.org, he notado que algunas cosas han variado notablemente desde el 10 de diciembre. Antes que nada, debo felicitar el republicanismo del kirchnerismo residual, que de pronto se enteró de que existen instituciones y hasta pudo destrabar y asimilar –para sorpresa de los semiólogos y el estupor de la comunidad psicopedagógica internacional– conceptos tales como cepo cambiario, inflación, inseguridad y corrupción.

El delirio discursivo de lo que queda del kirchnerismo fue mutando a la par de los mofletes de Cristina y, así como el gobierno empezó puteándose con la Iglesia de Bergoglio y terminó armando el Francisco Fans Club, pasó de la acumulación de reservas a la dilapidación permanente, cambió de la flotación administrada de la cotización del dólar a la prohibición de comprar por pobre a los mismos que pagaban ganancias por ricos; la militancia terminó por convertirse en un nuevo objeto de estudio. No es que ya no lo fueran, pero justo cuando uno pensaba que quedarían en el olvido, ahora dan ganas de mirarlos y tratar de entenderlos, como quien se sienta frente a una obra de arte conceptual o escucha el sentido de la vida según Victoria Xipolitakis.

Como si se hubiera quedado sin un suculento sueldazo por decir pelotudeces, Cynthia García terminó puchereándole a Tinelli para que opine si 678 se merece estar en un canal privado. Compañera en el fino arte de ridiculizar luchas históricas, Gabriela Cerrutti surfeó las olas del mar de pelotudos que acusaron “censura” porque Cristóbal López decidió unilateralmente ahorrarle a los panelistas de 678 kilómetros de vergüenza. Fieles al espíritu autosuperador del ridículo supino que los caracteriza, los muchachos recuperaron con creces el camino perdido al realizar una presentación al aire libre, dentro del marco de la consigna “Resistiendo con aguante” que pulula por las redes. Más allá de que las palabras “resistir” y “aguantar” son sinónimos, está claro que los muchachos no logran salir de la etapa de bronca del largo proceso del duelo, ni tampoco hay perspectivas –ni ganas– de que en algún momento lo hagan.

Se corta la luz y le echan la culpa al gobierno que asumió hace 15 minutos. Sí, justo ellos que en los cortes de los últimos años –y puntualmente, el de 2013, cuando convirtieron Buenos Aires en una metrópolis de generadores eléctricos diesel como Nairobi en África– repetían lo que decían Julio De Vido y Axel Kicillof, quienes acusaban a Edenor, a Edesur, al que bajó la palanca y al que usa el aire acondicionado cuando hace calor. Levantan el cepo en menos tiempo de lo que Kicillof tarda en descubrir la diferencia entre un sorbete y una cucharita, y los mismos que bancaron al gobierno que llevó el dólar de $2.90 a $16 se quejan por la devaluación. Y no faltó la indignación popular por la represión de Gendarmería con balas de goma en la misma confederación de provincias en la que Berni repartió más caucho que promotora de Prime.

Ahora se fugan/chupan/desaparecen tres sentenciados por el triple crimen de General Rodríguez que acusaron a Aníbal Fernández de ser el autor intelectual de los homicidios, y culpan a María Eugenia Vidal por su servicio penitenciario, el mismo que dejó Daniel Scioli. Vidal, que todavía no puede creer que haya ganado la provincia de Buenos Aires, reaccionó políticamente como corresponde a un político, decapitó a la cúpula del Servicio Penitenciario y ordenó una auditoría general en la institución. Auditoría que, claro está, llevarán a cabo los mismos mafiosos que integran el Servicio Penitenciario.

Se inunda el litoral y los que escondieron los muertos de La Plata se dan el lujo de criticar un comité de crisis, Cerruti vuelve a escena sin poder sacarse de la cabeza la resaca de Nochebuena y afirma que ahora sabe “cuál era el pago a Martín Lanatta por su denuncia trucha”. Por su parte, Aníbal  pidió que los tipos aparezcan con vida y responsabilizó a la gobernadora. Sí, el mismo tipo al que, cuando llevaba tres años al frente de las fuerzas de seguridad de la Nación, le desapareció Julio López.

En medio de esta ensalada salieron las sentencias por la Tragedia de Once. A Schiavi le enchufaron ocho años. Si el fallo lo hubieran leído un sábado, capaz ligaba menos. A los Cirigliano los partieron al medio y a Jaime le hicieron precio. Si bien ordenaron investigar a De Vido, como el responsable del control a los trenes ahora es diputado, éste no se mosqueó y se quedó en la casa tomando caipirinha bajo el aire acondicionado. Cristina ni se enteró y eso que De Vido, cada vez que anunciaba una medida, decía que era por orden de la Presidente. Cerruti no encontró la hepatalgina y tuiteó que es el “Día de la Vergüenza Nacional” porque la justicia sobreseyó a Macri en la causa por las escuchas en un país en el que Cristina desayunaba con las carpetas que le preparaban en la ex SIDE. De Once no habló. De Jaime, Schiavi, De Vido, Cristina y la responsabilidad subjetiva, tampoco. Gaby podría haberse dado una vuelta por Comodoro Py para bancar a los familiares de las víctimas de la corrupción estatal, pero estaba en otra, al igual que todos los famosos, casi famosos y arribistas que se la pasaron firmando solicitadas para que no lo embarguen a Víctor Hugo, para agradecer a Cristina por los subsidios, o para que no sea presidente el menemista Macri y gane el ahijado político de Menem, Daniel Scioli.

Lo curioso del asunto es que Macri fue sobreseído por el juez Sebastián Casanello, el mismo que cuando asumió el cargo se jactó de pertenecer al campo nacional y popular y que en el Lázarogate se movió a la misma velocidad que Máximo en búsqueda laboral. Chicos: Casanello era de ustedes. Si así y todo no consiguieron que reventara a Macri durante el tiempo que estuvieron en el Poder, es porque son impresentables o la denuncia era impresentable. Elijan.

En la otra punta hay personas que no tienen ningún problema en acusar a cualquiera de kirchnerista rentado si dice que no está de acuerdo con alguna medida del nuevo gobierno. Son los que no están de luna de miel, sino que firmaron un cheque en blanco y demuestran que del fanatismo kirchnerista lo que les molestaba eran los kirchneristas. Esta cosa de extremismos es lo que muchos han dado en llamar “La Grieta”, un concepto que sirve para explicar tantas cosas que ya tomó entidad propia. Está claro que ahorra muchos análisis porque todo se resume a la justificación de “La Grieta”. O sea: cuando tenemos a una manga de loquitos prometiendo helicóptero para Macri por redes sociales, la explicación primaria sería que tienen un complejo de identidad tan grotesco que se pasaron doce años, seis meses y quince días denunciando al golpismo, pero no tienen ningún problema en voltear un gobierno electo democráticamente para instalar el gobierno “de todos y para todos” a la fuerza. Podríámos hablar horas de este pequeño asunto –que no los abrazaron cuando eran chicos y encontraron en Cristina una mamá putativa, que de Jauretche leyeron lo que les convino, que prefieren estar en una plaza cagados de calor antes que soportar la pequeñez de sus vidas o que eligen a extraños conocidos en vez de tolerar a la mujer que no aguantan o a los hijos que no los quieren– pero es más fácil decir que están de un lado de La Grieta.

Conceptualmente me resulta una idea desactualizada, exagerada, una suerte de excusa para lavar nuestras culpas. Tuvimos realistas e independentistas, unitarios y federales, conservadores liberales y radicales conservadores, peronistas y… peronistas. Hasta dos facciones del ejército se pintaron de azul y colorado como en Jugate Conmigo para ver quien la tenía más grande, pero supuestamente, si existe una Grieta, nació en los últimos años.

Mi generación creció sin Guerra Fría, no tuvimos al mundo partido en dos y estábamos en la primaria cuando cayó el Muro de Berlín. Imaginemos lo que puede representar la idea de bipolaridad social para pibes más chicos. No veo al mundo partido al medio ni mucho menos a la sociedad a la cual pertenezco. En un extremo tengo loquitos fanáticos, en el otro lo mismo. Alejándonos de los extremos tengo focas aplaudidoras, militantes fervorosos, simpatizantes, adherentes críticos. Y en la ancha avenida del medio circulan todos los que no pertenecen a ningún lado, la inmensa masa de electores que votan según lo que deseen en el momento. Si por abajo pasa una grieta, no se enteraron o la confundieron con el subte.

Hay un dato que es irrefutable: si todos formamos parte de la teoría de La Grieta, éste sería el país más politizado del mundo. Y la realidad dicta que tenemos una abstención del 30% promedio en cada elección, a pesar de que acá el voto es obligatorio. Si salimos de nuestro círculo inmediato (los que nos leemos entre nosotros, los que nos informamos por la tele, la radio, internet, el peluquero o los diarios) somos poquitos los que sudamos actualidad política. 40 millones de habitantes y el portal de noticias más visto del país se mueve en la franja de los 10 millones de cliks diarios, el programa político más visto del año tuvo un millón y pico de televidentes y los diarios ya no pueden pagar los sueldos con el precio de tapa. Si no me creen, hagan el siguiente ejercicio: elijan diez personas al azar y pregúntenles qué es la AFSCA, cuántos diputados tiene el Congreso de la Nación, cómo se compone el Consejo de la Magistratura o cuál es la diferencia entre un Decreto y Decreto de Necesidad y Urgencia.

Por eso es que nunca prendió lo de la ley de medios. Por eso y porque la hicieron como el orto. Convengamos que esas cosas que tenía el kirchnerismo de convertir en épica cualquier gilada nos comió la cabeza a todos y en pleno siglo XXI estábamos desangrándonos por la regulación de medios de comunicación creados entre el siglo XVII y la primera mitad del siglo XX. Por suerte para nosotros, que el kirchnerismo viviera en el onanismo perpetuo de los setentas nos salvó: se enteraron demasiado tarde de la existencia de Internet.

Y es aquí donde aparece lo que verdaderamente me preocupa: tantos años debatiendo el rol de los medios y nos olvidamos de la materia prima de la que se nutren. O sea, nosotros, los periodistas.

Entiendo el esfuerzo para mostrarse intachables gobierne quien gobierne. Personalmente, tengo un listado hermoso de personas que no entiendo qué mierda hacen ocupando los puestos que ocupan, y hasta podría apelar a la individual recontraputeando a Guadalupe Tagliaferri, la flamante ministro de Desarrollo Social de la Ciudad, que el año pasado promovió la censura previa de un documental que nunca vio. O qué carajo hace Ignacio Cingolani, hombre de Gabriel Mariotto, en la intervención a la AFSCA.

Sin embargo, percibo una sobreactuación permanente de colegas de mayor prestigio que el mío desesperados por encontrar errores de entrada. Es como si empezaran a salir con una mina y en la primera cita anotaran los motivos para el futuro divorcio. Desesperación similar encuentro en otros colegas de mayor prestigio que el mío (y algunos tan muertos de hambre como yo) que están como locos en la búsqueda del acomodo urgente por el sólo hecho de considerarse “héroes de la resistencia antikirchnerista”, cuando sólo cumplían con su labor de periodistas. Y no muchachos, no fuimos héroes ni mucho menos: sólo escribimos o hablamos. Pero muchos creen que tienen un derecho adquirido para pegar un programa en algún lugar del inmenso conglomerado de la radio y televisión pública. Si pidieran un consejo, les tiraría que disimulen un poco. Porque el problema de la sobreactuación es que llega un punto en que no se sabe cuándo sobreactuaron más: si ahora en las ganas de pintarse de amarillo, o antes, cuando se quedaron afuera de todo; si ahora con la obsesión de cuestionar todo de entrada, o antes, cuando cuestionaban las formas y no las políticas.

Puedo aceptar que el kirchnerismo nos acostumbró al consumo periodístico a tal extremo que somos un extraño caso editorial a nivel mundial: en Argentina el mercado de libros es en gran parte impulsado por los periodistas. Pero también podemos asumir que no siempre tenemos la posta. No es tan grave. Después de todo, sólo somos periodistas. Peor es trabajar.

Y yo que me preguntaba de qué iba a escribir cuando se acabara el kirchnerismo…

Último mercoledì de este increíble 2015. Conocí gente maravillosa, viajé, me puse en forma y saqué un libro. Pero esos son sólo detalles: se fue el kirchnerismo, el resto es decorativo. Feliz año nuevo para todos los que desean ser felices. Y si no les gusta, ármense una nueva religión –el kirchnerismo parece, pero no cuenta– e impongan un nuevo calendario que reemplace al de Gregorio XIII.

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