Por Nicolás Lucca
(Relato del Presente)
Ahora que todos somos abogados constitucionalistas,
economistas especialistas en variables internacionales y fluctuaciones
cambiarias, expertos en sistemas penitenciarios y gurús de las peticiones por
change.org, he notado que algunas cosas han variado notablemente desde el 10 de
diciembre. Antes que nada, debo felicitar el republicanismo del kirchnerismo
residual, que de pronto se enteró de que existen instituciones y hasta pudo
destrabar y asimilar –para sorpresa de los semiólogos y el estupor de la
comunidad psicopedagógica internacional– conceptos tales como cepo cambiario,
inflación, inseguridad y corrupción.
El delirio discursivo de lo que queda del kirchnerismo fue
mutando a la par de los mofletes de Cristina y, así como el gobierno empezó
puteándose con la Iglesia de Bergoglio y terminó armando el Francisco Fans
Club, pasó de la acumulación de reservas a la dilapidación permanente, cambió
de la flotación administrada de la cotización del dólar a la prohibición de
comprar por pobre a los mismos que pagaban ganancias por ricos; la militancia
terminó por convertirse en un nuevo objeto de estudio. No es que ya no lo
fueran, pero justo cuando uno pensaba que quedarían en el olvido, ahora dan
ganas de mirarlos y tratar de entenderlos, como quien se sienta frente a una
obra de arte conceptual o escucha el sentido de la vida según Victoria
Xipolitakis.
Como si se hubiera quedado sin un suculento sueldazo por
decir pelotudeces, Cynthia García terminó puchereándole a Tinelli para que
opine si 678 se merece estar en un canal privado. Compañera en el fino arte de
ridiculizar luchas históricas, Gabriela Cerrutti surfeó las olas del mar de
pelotudos que acusaron “censura” porque Cristóbal López decidió unilateralmente
ahorrarle a los panelistas de 678 kilómetros de vergüenza. Fieles al espíritu
autosuperador del ridículo supino que los caracteriza, los muchachos
recuperaron con creces el camino perdido al realizar una presentación al aire
libre, dentro del marco de la consigna “Resistiendo con aguante” que pulula por
las redes. Más allá de que las palabras “resistir” y “aguantar” son sinónimos,
está claro que los muchachos no logran salir de la etapa de bronca del largo
proceso del duelo, ni tampoco hay perspectivas –ni ganas– de que en algún
momento lo hagan.
Se corta la luz y le echan la culpa al gobierno que asumió
hace 15 minutos. Sí, justo ellos que en los cortes de los últimos años –y
puntualmente, el de 2013, cuando convirtieron Buenos Aires en una metrópolis de
generadores eléctricos diesel como Nairobi en África– repetían lo que decían
Julio De Vido y Axel Kicillof, quienes acusaban a Edenor, a Edesur, al que bajó
la palanca y al que usa el aire acondicionado cuando hace calor. Levantan el
cepo en menos tiempo de lo que Kicillof tarda en descubrir la diferencia entre
un sorbete y una cucharita, y los mismos que bancaron al gobierno que llevó el
dólar de $2.90 a $16 se quejan por la devaluación. Y no faltó la indignación
popular por la represión de Gendarmería con balas de goma en la misma
confederación de provincias en la que Berni repartió más caucho que promotora
de Prime.
Ahora se fugan/chupan/desaparecen tres sentenciados por el
triple crimen de General Rodríguez que acusaron a Aníbal Fernández de ser el
autor intelectual de los homicidios, y culpan a María Eugenia Vidal por su
servicio penitenciario, el mismo que dejó Daniel Scioli. Vidal, que todavía no
puede creer que haya ganado la provincia de Buenos Aires, reaccionó
políticamente como corresponde a un político, decapitó a la cúpula del Servicio
Penitenciario y ordenó una auditoría general en la institución. Auditoría que,
claro está, llevarán a cabo los mismos mafiosos que integran el Servicio
Penitenciario.
Se inunda el litoral y los que escondieron los muertos de La
Plata se dan el lujo de criticar un comité de crisis, Cerruti vuelve a escena
sin poder sacarse de la cabeza la resaca de Nochebuena y afirma que ahora sabe
“cuál era el pago a Martín Lanatta por su denuncia trucha”. Por su parte,
Aníbal pidió que los tipos aparezcan con
vida y responsabilizó a la gobernadora. Sí, el mismo tipo al que, cuando
llevaba tres años al frente de las fuerzas de seguridad de la Nación, le
desapareció Julio López.
En medio de esta ensalada salieron las sentencias por la
Tragedia de Once. A Schiavi le enchufaron ocho años. Si el fallo lo hubieran
leído un sábado, capaz ligaba menos. A los Cirigliano los partieron al medio y
a Jaime le hicieron precio. Si bien ordenaron investigar a De Vido, como el
responsable del control a los trenes ahora es diputado, éste no se mosqueó y se
quedó en la casa tomando caipirinha bajo el aire acondicionado. Cristina ni se
enteró y eso que De Vido, cada vez que anunciaba una medida, decía que era por orden
de la Presidente. Cerruti no encontró la hepatalgina y tuiteó que es el “Día de
la Vergüenza Nacional” porque la justicia sobreseyó a Macri en la causa por las
escuchas en un país en el que Cristina desayunaba con las carpetas que le
preparaban en la ex SIDE. De Once no habló. De Jaime, Schiavi, De Vido,
Cristina y la responsabilidad subjetiva, tampoco. Gaby podría haberse dado una
vuelta por Comodoro Py para bancar a los familiares de las víctimas de la
corrupción estatal, pero estaba en otra, al igual que todos los famosos, casi
famosos y arribistas que se la pasaron firmando solicitadas para que no lo
embarguen a Víctor Hugo, para agradecer a Cristina por los subsidios, o para
que no sea presidente el menemista Macri y gane el ahijado político de Menem,
Daniel Scioli.
Lo curioso del asunto es que Macri fue sobreseído por el
juez Sebastián Casanello, el mismo que cuando asumió el cargo se jactó de
pertenecer al campo nacional y popular y que en el Lázarogate se movió a la
misma velocidad que Máximo en búsqueda laboral. Chicos: Casanello era de
ustedes. Si así y todo no consiguieron que reventara a Macri durante el tiempo
que estuvieron en el Poder, es porque son impresentables o la denuncia era
impresentable. Elijan.
En la otra punta hay personas que no tienen ningún problema
en acusar a cualquiera de kirchnerista rentado si dice que no está de acuerdo
con alguna medida del nuevo gobierno. Son los que no están de luna de miel,
sino que firmaron un cheque en blanco y demuestran que del fanatismo kirchnerista
lo que les molestaba eran los kirchneristas. Esta cosa de extremismos es lo que
muchos han dado en llamar “La Grieta”, un concepto que sirve para explicar
tantas cosas que ya tomó entidad propia. Está claro que ahorra muchos análisis
porque todo se resume a la justificación de “La Grieta”. O sea: cuando tenemos
a una manga de loquitos prometiendo helicóptero para Macri por redes sociales,
la explicación primaria sería que tienen un complejo de identidad tan grotesco
que se pasaron doce años, seis meses y quince días denunciando al golpismo,
pero no tienen ningún problema en voltear un gobierno electo democráticamente
para instalar el gobierno “de todos y para todos” a la fuerza. Podríámos hablar
horas de este pequeño asunto –que no los abrazaron cuando eran chicos y
encontraron en Cristina una mamá putativa, que de Jauretche leyeron lo que les
convino, que prefieren estar en una plaza cagados de calor antes que soportar
la pequeñez de sus vidas o que eligen a extraños conocidos en vez de tolerar a
la mujer que no aguantan o a los hijos que no los quieren– pero es más fácil
decir que están de un lado de La Grieta.
Conceptualmente me resulta una idea desactualizada,
exagerada, una suerte de excusa para lavar nuestras culpas. Tuvimos realistas e
independentistas, unitarios y federales, conservadores liberales y radicales
conservadores, peronistas y… peronistas. Hasta dos facciones del ejército se
pintaron de azul y colorado como en Jugate Conmigo para ver quien la tenía más
grande, pero supuestamente, si existe una Grieta, nació en los últimos años.
Mi generación creció sin Guerra Fría, no tuvimos al mundo
partido en dos y estábamos en la primaria cuando cayó el Muro de Berlín.
Imaginemos lo que puede representar la idea de bipolaridad social para pibes
más chicos. No veo al mundo partido al medio ni mucho menos a la sociedad a la
cual pertenezco. En un extremo tengo loquitos fanáticos, en el otro lo mismo.
Alejándonos de los extremos tengo focas aplaudidoras, militantes fervorosos,
simpatizantes, adherentes críticos. Y en la ancha avenida del medio circulan
todos los que no pertenecen a ningún lado, la inmensa masa de electores que
votan según lo que deseen en el momento. Si por abajo pasa una grieta, no se
enteraron o la confundieron con el subte.
Hay un dato que es irrefutable: si todos formamos parte de
la teoría de La Grieta, éste sería el país más politizado del mundo. Y la
realidad dicta que tenemos una abstención del 30% promedio en cada elección, a
pesar de que acá el voto es obligatorio. Si salimos de nuestro círculo
inmediato (los que nos leemos entre nosotros, los que nos informamos por la
tele, la radio, internet, el peluquero o los diarios) somos poquitos los que
sudamos actualidad política. 40 millones de habitantes y el portal de noticias
más visto del país se mueve en la franja de los 10 millones de cliks diarios,
el programa político más visto del año tuvo un millón y pico de televidentes y
los diarios ya no pueden pagar los sueldos con el precio de tapa. Si no me creen,
hagan el siguiente ejercicio: elijan diez personas al azar y pregúntenles qué
es la AFSCA, cuántos diputados tiene el Congreso de la Nación, cómo se compone
el Consejo de la Magistratura o cuál es la diferencia entre un Decreto y
Decreto de Necesidad y Urgencia.
Por eso es que nunca prendió lo de la ley de medios. Por eso
y porque la hicieron como el orto. Convengamos que esas cosas que tenía el
kirchnerismo de convertir en épica cualquier gilada nos comió la cabeza a todos
y en pleno siglo XXI estábamos desangrándonos por la regulación de medios de
comunicación creados entre el siglo XVII y la primera mitad del siglo XX. Por
suerte para nosotros, que el kirchnerismo viviera en el onanismo perpetuo de
los setentas nos salvó: se enteraron demasiado tarde de la existencia de
Internet.
Y es aquí donde aparece lo que verdaderamente me preocupa:
tantos años debatiendo el rol de los medios y nos olvidamos de la materia prima
de la que se nutren. O sea, nosotros, los periodistas.
Entiendo el esfuerzo para mostrarse intachables gobierne
quien gobierne. Personalmente, tengo un listado hermoso de personas que no
entiendo qué mierda hacen ocupando los puestos que ocupan, y hasta podría
apelar a la individual recontraputeando a Guadalupe Tagliaferri, la flamante
ministro de Desarrollo Social de la Ciudad, que el año pasado promovió la
censura previa de un documental que nunca vio. O qué carajo hace Ignacio
Cingolani, hombre de Gabriel Mariotto, en la intervención a la AFSCA.
Sin embargo, percibo una sobreactuación permanente de
colegas de mayor prestigio que el mío desesperados por encontrar errores de
entrada. Es como si empezaran a salir con una mina y en la primera cita
anotaran los motivos para el futuro divorcio. Desesperación similar encuentro
en otros colegas de mayor prestigio que el mío (y algunos tan muertos de hambre
como yo) que están como locos en la búsqueda del acomodo urgente por el sólo
hecho de considerarse “héroes de la resistencia antikirchnerista”, cuando sólo
cumplían con su labor de periodistas. Y no muchachos, no fuimos héroes ni mucho
menos: sólo escribimos o hablamos. Pero muchos creen que tienen un derecho
adquirido para pegar un programa en algún lugar del inmenso conglomerado de la
radio y televisión pública. Si pidieran un consejo, les tiraría que disimulen
un poco. Porque el problema de la sobreactuación es que llega un punto en que
no se sabe cuándo sobreactuaron más: si ahora en las ganas de pintarse de
amarillo, o antes, cuando se quedaron afuera de todo; si ahora con la obsesión
de cuestionar todo de entrada, o antes, cuando cuestionaban las formas y no las
políticas.
Puedo aceptar que el kirchnerismo nos acostumbró al consumo
periodístico a tal extremo que somos un extraño caso editorial a nivel mundial:
en Argentina el mercado de libros es en gran parte impulsado por los
periodistas. Pero también podemos asumir que no siempre tenemos la posta. No es
tan grave. Después de todo, sólo somos periodistas. Peor es trabajar.
Y yo que me preguntaba de qué iba a escribir cuando se
acabara el kirchnerismo…
Último mercoledì de este increíble 2015. Conocí gente
maravillosa, viajé, me puse en forma y saqué un libro. Pero esos son sólo
detalles: se fue el kirchnerismo, el resto es decorativo. Feliz año nuevo para
todos los que desean ser felices. Y si no les gusta, ármense una nueva religión
–el kirchnerismo parece, pero no cuenta– e impongan un nuevo calendario que
reemplace al de Gregorio XIII.
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