Cómo la empresa y el
kirchnerismo potenciaron el negocio
y la debacle. El misterio de las cajas de
zapatos.
Por Roberto García |
Al personaje lo llamaban Ferragamo, quizá por su dadivosa
inclinación a obsequiar cajas de zapatos. Sobre todo, luego de percibir un
crédito o un subsidio. Como si fuera una devolución o una mordida, según la
jerga tropical referida a esa entrega personalizada, indelegable al círculo del
poder. Y como si en la caja realmente hubiera zapatos.
Trascendió el mote por
haber sido uno de los mayores beneficiados de esa política gubernamental,
fundada en la protección del empleo, la industria nacional y el proyecto de
patria. También por otras derivaciones menos sanctas, según lenguas
maledicentes, aviesas. Finalmente, no era el único en el novedoso mundo del
capitalismo de amigos que crecieron con los K en forma exponencial, aunque con
perfil menos notorio. El personaje, por otra parte, ya había ensayado una
aproximación semejante en los noventa, cuando se lo reconocía dedicado
menemista, pero fue en la década ganada cuando alcanzó el esplendor y su
empresa avícola se encumbró, tiempos en que se lo reconocía como uno de los
cinco más conspicuos empresarios del cristinismo. Su magnitud, sin embargo,
estaba limitada: no es lo mismo vender pollitos que usinas, aunque entrañen el
mismo esfuerzo.
Con aspiraciones monopólicas para el sector, hasta se volvió
internacional. Al menos, así hay que considerar su experiencia en Venezuela,
donde amplió sus negocios y continuó en su generosa tarea –dicen– de regalar
cajas de zapatos. Eso sí, en esas tierras sólo los militares eran destinatarios
de sus encomiendas. Civiles abstenerse, al revés de la Argentina. El relato
diría que se trataba de una “geopolítica”, de la hermandad bolivariana, algo
así como lo de Odebrecht o Petrobras en Brasil, negocios ceñidos a su tierra, a
algún país vecino nac & pop o a ciertos Estados africanos. Era un
“boligarca”, sinónimo de rico advenedizo en el corazón chavista. Tanta
dependencia estatal, sin embargo, le generó problemas en los dos vértices: en
Caracas le suspendieron los pagos al vaciarse la caja petrolera y, en la
Argentina, por el mal gasto le congelaron los precios para cuidar la mesa de
los pobres y los voluminosos subsidios reparadores se volvieron insuficientes
por culpa de una inflación impronunciable y no aceptada por el Gobierno. Para
colmo, le cedieron “papelitos” en pesos compensatorios que el mercado reconocía
con descuento. Y tampoco sirvió, parece, un gigantesco crédito del Bicentenario
con tasas privilegiadas para instalar otra planta industrial que, se supone,
estará alojada en algún lugar del planeta. Un declive de montaña rusa que,
igual, no eliminaba los gestos –por así decirlo– que el empresario sostenía a
favor del obligado calzado fino en cajas de zapatos. Si uno lo desea, hay
cierto paralelismo con otros rubros en los últimos años, el transporte y los
trenes, por ejemplo. Así se fue hundiendo Ferragamo, un self made man de los
que gustaban a Néstor y a su mujer, portavoz fanático de sus gobiernos, que
empezó con apenas 300 pollos desde el subsuelo con su hermano –el que realmente
cuidaba el proceso de producción, dormía y se levantaba con las aves– hasta
incubar casi quince millones cuyo desarrollo costaba más de lo que se obtenía
por la venta. Entonces, explotó el empleo, la cadena de valor, los pagos,
cesaciones, huelgas y, para colmo, en el final se le dinamitó el matrimonio,
encontrando consuelo en una secretaria más joven, naturalmente, mientras la ex
fue operada seriamente del corazón hace menos de una semana.
Macri debutó con esta crisis de arrastre, no se la aclararon
a la gente y, como tapón de emergencia, aportó para el mal trance de las
fiestas un cupón asistencial en medio de piquetes y refriegas. Transitorio,
como todo. La gobernadora Vidal, en el barullo violento, clamó: “Vendan la
empresa”. Si hubiera podido, Ferragamo ya estaría jugando al golf en el
exterior. Aparecía, claro, cierto amateurismo gubernamental en la superficie,
casi comprensible por el estreno ante la protesta en las rutas. Algo parecido
sucede con el devaneo teórico ante la temida suba de la inflación, sobre el
modelo a observar de otros países (¿Chile, Brasil, México?) que devaluaron sin
traslado a precios, una puerta de emergencia que sea gratis. Incluyendo, tal
vez, un ancla diferente (como fue el dólar para Cavallo o Kicillof) para contener
el costo de vida. Magia de quienes creen que la economía puede dormir en el
lecho de Procusto. Como el parche de un pacto social y cristiano para gobernar
con turbulencias menores durante seis meses, mientras los empresarios juran que
contendrán la remarcación en las góndolas sin explicar cómo hace un
supermercado para vender tres productos pagando sólo dos, ya que nadie imagina
que si uno va a una concesionaria le darán tres autos si paga dos. O, ya que de
vehículos se habla, ¿cuál ha sido la razón por la cual algunas unidades habían
aumentado 200% en dólares en apenas diez años? No lo preguntó Moreno, tampoco
Costa, menos la nueva administración, con intención más libérrima, amenazando
con abrir importaciones como mecanismo de bloqueo cuando esa partida de naipes
ya la jugaron los tahúres. Interrogantes en el nuevo período al que se suma la
rebeldía presunta de Hugo Moyano –antes alimentado con Valium en la Capital
Federal–, quien se le planta a Macri porque lo desconocieron cuando designó al
ministro de Trabajo y, sobre todo, por cederle la administración de las Obras
Sociales a un hombre que no es de su hermético club. Imperdonable para él, su
ego y autoridad, más cuando ya sabe que el Presidente les dará un bono contante
y sonante a los gremios por la compensación de una deuda imprecisa de esas
mismas obras, olvidándose lo que decía Perón al respecto: “A los muchachos,
todo. Menos la plata”. Rodaje complicado.
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