La victimización y el
probable faltazo al traspaso, marcan
el inicio de su nuevo rol.
Por Ignacio Fidanza |
Cristina Kirchner no está haciendo nada original para quien
se tome el trabajo de repasar su extensa carrera política. Siempre usó el
escándalo y la tensión como método para ocupar el centro de la escena y
acumular capital político.
Lo hizo cuando era minoría en el peronismo y literalmente
volvía locos a sus compañeros en el Senado, al punto que la expulsaron de las
reuniones de bloque.
Con su habitual falta de límites, Cristina juega con
fibras sensibles para desprevenidos y culposos: mujer sola, viuda, maltratada.
Todo vale y todo es insumo para la construcción de un relato épico-lacrimoso,
más cerca de la telenovela de la tarde que de los desafíos complejos que
plantea administrar un Estado moderno.
Experta luchadora en el barro, está logrando arruinarle a
Macri ese tránsito dorado e irrepetible, entre que un presidente resulta electo
y su asunción. Un limbo que es todo promesa y expectativa, cuando la gente -aún
con los recelos de decenas de decepciones acumuladas-, suele recrear cierta
esperanza.
En un lugar común atribuir lo que hace la todavía
Presidenta, a algún tipo de desequilibrio emocional. Pero como comentó un viejo
operador que la conoce de lejos: "Tiendo a desconfiar de los locos que
siempre se equivocan en favor suyo".
Dicho de otra manera: El melodrama del traspaso sirve a
Cristina para polarizar con Macri. Es decir, barrió de un plumazo a los
esforzados peronistas que siguen soñando con reemplazarla en el liderazgo:
¿Alguien sabe en qué andan o incluso alguien le presta atención en estas horas
a las reflexiones bienintencionadas de Scioli o Urtubey?
Cristina, como los emperadores romanos decadentes, parece
entender bien el gusto de la platea por el Circo. Y para qué negarlo, tiene un
talento particular para montar extraordinarios fuegos de artificio que logran
distraer al público de esos "elefantes", a los que en su cinismo
infinito pide prestar atención. Por ejemplo, que entrega un país con un déficit
similar al que dejó Alfonsin en el 89, sin reservas, con una de las inflaciones
más altas del mundo y con cuatro años de crecimiento casi nulo. Espléndidos
elefantes que el sainete del traspaso impide observar en toda su magnitud.
La obra, como se viene desarrollando, solo contempla un
desenlace lógico: Su ausencia en la ceremonia del traspaso. Como un pase a la
clandestinidad que augura futuras "resistencias" con el objetivo
implícito de regresar al poder, luego de una larga marcha, que es obvio, ella
piensa liderar.
El libreto es transparente: Mujer maltratada por el
millonario déspota, ella que tan primorosamente le cultivo un cantero de malvones
amarillos, con sus propias manos, no tiene más remedio que decir, casi con
dolor, hasta aquí llegamos. Limite desgarrador desde lo institucional, pero
ineludible desde la propia dignidad.
Entonces, queda el último adiós con sus chicos, sus
adorables militantes, un último acto aprovechando la parafernalia de la
Presidencia, con pantallas gigantes, transmisiones en vivo por la televisión
pública y la larga cadena de medios adictos, edificados con el presupuesto del
Estado. Acto que, como corresponde, está previsto para la noche del miércoles,
apenas unas horas antes que concluya su mandato. Porque estará dolida, pero si
hay algo que sabe es sacarle el jugo al presupuesto público. Hasta el último
minuto.
Luego la excusa, pueril y con otro dejo de melodrama, la
necesidad íntima de ir a ver la asunción de la hermana de su difunto marido,
que le exige apresurar el traspaso y de no ser posible, deja flotando la
posibilidad de un faltazo, acaso planeado desde el mismo minuto en que entendió
que Macri sería su sucesor.
Todavía quedan algunas horas para que recapacite, para que
alguien la haga pensar en otra manera de reconstrucción o acaso incluso con
pragmatismo: ¿Qué mejor final después de tanto drama y tensión que presentarse
toda sonrisas, con su seducción conocida -que la tiene cuando quiere- y
mansamente entregarle a Macri la banda y el bastón, donde él quiere? Sería
también una manera de taparle la boca a varios, otro de sus entretenimientos
predilectos.
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