martes, 22 de diciembre de 2015

Apología de la crueldad


Por Ernesto Tenembaum

Matías Reggiardo nació en una cárcel. Fue en mayo de 1977, en Olmos. Nunca conoció ni a su mamá ni a su papá. Inmediatamente, fue separado de ellos y, junto a Gonzalo, su hermano mellizo, fue robado por el temible comisario Samuel Miara. 

En 1985, ante los primeros debates sobre el robo de niños durante la dictadura militar, el policía se fugó al Paraguay con ellos. Por primera vez, Matías y su hermano fueron noticia, y eso sigue, con intermitencias, hasta hoy. En 1989, Miara fue extraditado desde Asunción. En esos años, había una intensa campaña de referentes mediáticos –el más activo era Bernardo Neustadt– para convencer a la población de que la restitución de niños era injusta, que habían sido criados con amor, que no era necesario causarles una nueva separación. Matías y Gonzalo aparecieron varias veces en televisión para defender lo que consideraban su derecho a vivir con Miara. En 1993, conocieron su identidad. Con el tiempo, la aceptaron. Sus padres siguen desaparecidos.

Las vueltas de la vida quisieron, como ocurre en muchas familias, que los dos hermanos no pensaran lo mismo sobre la situación política actual. Gonzalo es militante de Kolina, la agrupación que lidera Alicia Kirchner. Matías, en cambio, fue muy crítico del gobierno de Cristina. En agosto de 2013, en la conferencia de prensa donde se anunció la restitución del nieto 109, Gonzalo habló por primera vez en público del derecho a la identidad. Esa noche, en el programa de 678, un par de panelistas destacaron su actitud. Uno de ellos, resaltó: "Uno de los mellizos finalmente terminó en el destino que tenía que terminar, en su origen". Estela de Carlotto estaba allí y lo aclaró muy taxativamente: "Los dos –dijo– los dos". Sin embargo, unos días después, en TVR, la aclaración de la presidenta de Abuelas no fue emitida: el mellizo que se había reencontrado con su identidad volvía a ser uno solo.

A partir de allí, en las redes sociales, cada vez que Matías criticaba al Gobierno, decenas de personas le señalaban que sus padres desaparecidos estarían avergonzados de él, o que seguía bajo la influencia de sus apropiadores. Otro nieto recuperado, le dijo, directamente: "Desapropiate". Matías había sido testigo en los juicios contra sus apropiadores y contra los torturadores de sus padres desaparecidos. En este último, en cierta oportunidad, se mezcló entre el público y escuchó que, alguien, detrás suyo, preguntaba: "¿Cual es el nieto que sigue reivindicando a sus apropiadores?".

Ante esa situación kafkiana, Matías se comunicó con periodistas de 678. Solo pidió aclarar su posición respecto de Abuelas de Plaza de Mayo, de la dictadura, de la restitución de niños. Prometió no opinar sobre la coyuntura.

No le concedieron ese derecho.

En estos días, en que muchas personas se solidarizan con 678, Matías sintió la necesidad de contar esta historia en su página web. Al leerla, otra nieta recuperada, la diputada nacional Victoria Donda, escribió en twitter: "Lamentablemente, debo decir que me siento muy identificada con lo que cuenta Matías". Dadas sus opiniones críticas hacia el Gobierno, el mismo programa se burló muchas veces de Victoria en estos años. Ni un comentario ni el otro fueron reproducidos en los envíos del flamante programa opositor.

678 ha sido un show televisivo que marcó una época. Fue, en ese sentido, muy exitoso. Se ha discutido últimamente sobre si su exclusión de la grilla de la televisión pública es censura o no y sobre su financiamiento, esos escandalosos e inexplicables dos millones y medio de pesos mensuales. Sin embargo, en ese debate no ha sido apropiadamente descripto su elemento central, que no es la contrainformación, el combate anti Clarín, la apertura de debates inéditos, ni el coraje, sino –como se verá– la crueldad. La anécdota de Matías Reggiardo y el desagradable bullying contra Donda quizá hayan sido los ejemplos más extremos de una conducta sistemática.

En octubre de 2010, cuando fue asesinado Mariano Ferreyra, 678 culpó ese mismo día al ex presidente Eduardo Duhalde, que era un opositor a Nestor Kirchner. Como se supo después, Duhalde no tenía ninguna relación con el hecho. En septiembre de 2011, en un violento operativo nocturno, la policía detuvo al sindicalista ferroviario Rubén ‘Pollo’ Sobrero, por haber incendiado trenes. 678 respaldó la detención. Sobrero fue liberado días después: era, obviamente, inocente. En marzo del 2010, una patota de barras bravas contratados por el Indec, rompió a sillazos la presentación en la feria del libro de un libro de Gustavo Noriega, justamente, sobre lo ocurrido en ese instituto. Desde entonces, Noriega pasó a ser uno de los blancos habituales del programa. Lo llegaron a acusar de antisemita, aun cuando los productores de 678 –altri tempi– estuvieron en su casamiento y lo vieron aplastar la copa con el pie, debajo de la jipá.

En marzo del 2010, se realizó un juicio público en Plaza de Mayo contra Magdalena Ruiz Guiñazú por haber sido cómplice de una dictadura a la que, en realidad, había denunciado. 678 lo transmitía en directo, sus panelistas defendían la iniciativa. Durante años 678 se dedicó a hostigar a Ruiz Guiñazú. Ese mismo mes, durante la marcha del 24 de marzo, se colocaron carteles en la calle con algunos rostros de animadores o periodistas que habían criticado al Gobierno para que el público los escupiera. Esas imágenes estremecedoras -que incluían la participación de niños- fueron amplificadas, justificadas y/o minimizadas en su gravedad por, justamente, 678. Desde 678 se le dio cobertura y justificación a las marchas donde se exhibían las caras de periodistas "enemigos" o afiches donde se los acusaba de cómplices de la apropiación de niños.

678 tuvo un rol central en la curiosa campaña armada alrededor del caso Herrera Noble. Como se sabe, existía por entonces una legítima sospecha sobre si los hijos de Ernestina Herrera de Noble, Marcela y Felipe, habían sido robados a desaparecidos. Encima, los involucrados –como muchos otros nietos al aparecer la sospecha– se negaban a ser sometidos a los estudios de ADN. En ese contexto, en el programa daban por sentado que Herrera de Noble era una apropiadora. Había marchas en las calles donde se coreaba "Mitre, Magnetto, devuelvan a los nietos". Y desde el programa se estimulaba a la militancia kirchenrista a que le gritaran "devuelvan a los nietos" a todo periodista crítico del gobierno o que trabajara en un medio del grupo Clarín, así fuera –como ocurrió– el colega que anuncia el estado del tiempo. Esa campaña generó episodios de violencia callejera que solo algunos contaron en su real dimensión. Ya es público, además, que la acusación no pudo ser probada. Pero el tema no fue aclarado en 678.

Paolo Menghini, uno de los líderes de los familiares que fueron víctimas de la tragedia de Once, es un trabajador en la televisión pública. Fue censurado prolijamente en 678: nunca lo invitaron pese a que lo veían en los pasillos del canal. Mientras, los panelistas aseguraban que Clarín era el culpable de la tragedia porque había apoyado la privatización de los trenes veinte años antes. 678 se dedicó durante años a burlarse de los periodistas que investigaban casos probados, como la corrupción de Boudou, la formidable fortuna de los Kirchner, el crecimiento sideral de Lázaro Báez, el pasado espantoso de César Milani. Los colegas que revelaban estos datos eran retratados como miserables, alcahuetes, y ridiculizados a diario. Mientras tanto se justificaba el despido de colegas, como fue el sonado caso de Juan Miceli en el propio canal, por el simple hecho de haber formulado una pregunta pertinente a un líder de la Cámpora.

Durante años, la crueldad de 678 se dirigió a personas tan disímiles como Juan Campanella, Mirtha Legrand, Susana Giménez, Mike Amigorena, Carlos Tévez, Eliseo Subiela, Ricardo Darín, Alejandro Borensztein,Martín Caparrós, Beatriz Sarlo, Adrián Suar, Fabián Gianolla, Miguel del Sel, y un sinnúmero de colegas de distintos medios y de políticos opositores. Incluso la padecieron Daniel Scioli y Jorge Bergoglio, a quienes les adjudicaban conductas tenebrosas y miserables, hasta que llegó la orden de cambiar el enfoque. Lo único que todos ellos tenían en común era que, en determinado momento, como Matías Reggiardo o Victoria Donda, se atrevían a decir algo en contra de alguna medida del Gobierno.

El rasgo más novedoso de todo esto no es que 678 haya existido sino que muchas personas que se sienten buenas e idealistas, coreen su nombre. Allí está la fuerza del programa pero también es una gran definición del sector social que los apoya. ¿No saben lo que fue? ¿No saben lo que es? ¿Lo saben y lo respaldan? No es algo novedoso. A lo largo del siglo XX, la izquierda menos democrática –en sus distintas variantes– cayó muchas veces en la apología de la crueldad. Los argumentos eran muy parecidos, siempre: el que disiente es funcional al enemigo, nuestra causa es tan trascendente que conviene ignorar algunos crímenes y aislar o destruir a quienes los denuncian, del otro lado son peores. No son los mismos tiempos pero tal vez, en un contexto más democrático, esas taras hayan vuelto ahora en esas personas que se sienten rebeldes, militantes, comprometidas, y terminan gritándole hijos de puta a todos los jueces, basura y dictadura al nuevo Presidente, confundiendo un golpe de estado con el efímero gobierno de Pinedo y coreando el nombre de un programa tan cruel.

678 es, en alguna medida, un buen símbolo para entender por qué el kirchnerismo es rechazado por cientos de miles de personas –tal vez millones– que no son ni de derecha, ni apoyaron ninguna dictadura, ni leen Clarín, ni simpatizan con los gerentes de multinacionales, ni están esperanzados con la presidencia de Mauricio Macri: es, simplemente, un límite.

Hay que decir que esta sociedad, por suerte, no lo pasó. Un Gobierno quiso convencerla de que la crueldad era una herramienta que se debía naturalizar. Puso una enorme dosis de energía y capital para hacerlo. Pero no lo logró. Ojala las personas que siguen reivindicándola entiendan que, en principio, es un arma inútil que envilece, antes que a nadie, a quienes la aplican y al proyecto político que dicen defender.

© El Cronista

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