Por Nicolás Lucca
(Relato del Presente)
Por esas cosas gratificantes que tiene la vida, ayer me tocó
cubrir el bunker del Frente para la Victoria. No es que uno sea un
sadomasoquista, pero convengamos que no podía imaginar mejor broche de oro para
estos años que verle la cara a Scioli al reconocer la derrota, a Karina
lagrimeando, a Zannini con cara de flato contenido, y a toda esa manga de
vendedores de autos con papeles truchos que venían a representar el cambio de
lo que haya que cambiar y la continuidad de lo que haya que continuidar,
construyendo de abajo hacia arriba, con fe, con esperanza, con ypeéfe,
desendeudamiento y papafrancisco.
Reconozco que cerca de la hora de ingreso se me llenó el
upite de preguntas. Sin embargo, el trato ameno y absolutamente respetuoso con
el que fui recibido, me relajó bastante. Eso, y el detalle de que Scioli dejó a
toda la militancia fuera del bunker. De un Luna Park a un auditorio con cuatro
hileras de doce butacas y la muchachada afuera. Sospeché que los números no
daban bien sin necesidad de recurrir a ningún boca de urna: los sánguches eran
de salame. Luego de recorrer las instalaciones y notar que los turros no
prendieron ni el aire acondicionado, me dispuse a disfrutar del desfile de
personajes. Alberto Pérez fue el primero en aparecer. Dijo que no había
tendencia, pidió un aplauso para la militancia. Aplaudió él y los que lo
acompañaban. No le avisaron que el resto éramos periodistas. A la media hora
salió Diego Bossio con tres inviables de remera. Dijo que no había tendencia y
se fue. Un rato después salió Gustavo Marangoni. Dijo la misma sarasa y se fue.
Nos llegaron rumores de que había piñas afuera, pero sólo se trató de un
suicida al que no se le ocurrió mejor forma de quitarse la vida que meterse en
la Plaza de Mayo a gastar a los kirchneristas. Los números de la Dirección
Nacional Electoral se gritaban en voz alta como si se tratara de un bingo y los
cargadores portátiles de teléfonos eran más cotizados que un sánguche como la
gente.
Mientras empezaba a correrse la voz de que había un dealer
de medialunas de manteca en el recinto, nos llegaban las imágenes de la fiesta
en el bunker de Cambiemos. Al que parece que también le llegó la imagen fue a
Scioli que decidió postergar su salida de las 21.00 horas para las 22.00. Tanta
espera, tanto calor, tanto olor a salame para que Scioli aparezca, reconozca la
derrota, salude y se vaya. En mi caso particular, valió la pena. No había nada
más para hacer y me retiré del lugar esquivando gente que lloraba, gente con
chombas naranjas de Lacoste y un periodista al que le pegó duro la última
paritaria y se guardaba sanguchitos en la mochila. En la puerta, el auto de
Scioli salió arando y frenó de golpe porque el todavía gobernador bonaerense se
dispuso a atender a la prensa y repetir lo mismo que ya había dicho minutos
antes. Los que no lo vieron fueron los del auto custodia que chocaron entre sí.
Definitivamente no era el día de Dani.
En Costa Salguero, Macri insiste con la joda de sacar a
bailar a Gabriela Michetti. Afuera del NH, los de Quebracho llegaron para
gritar “Patria sí, colonia no” y mientras el turro de Fernando Esteche tuiteaba
“Derrotados las pelotas, vamos a frenar la entrega de un modo o de otro”. El
demócrata Scioli bajó a saludarlos. Se fueron con su revolución del NH a pasear
por Diagonal Sur, donde también me encontré con los pibes de La Cámpora que
convirtieron un velorio en una fiesta y cantaban aún llorando. Al grito de “ya
van a ver, vamo’ a volver”, desconcentraron la Plaza y en el camino decoraron
algunas paredes con frases para que recordemos el notable compromiso con bien
común de la Nación, como “Macri prepará el helicóptero”.
Lo triste de mi generación, los que salimos a la vida cívica
en el año 2000, es que somos muchos los que no nos sentimos enamorados,
políticamente hablando, por nadie y, en algunos casos, lo trasladamos a todos
los ámbitos. Todo blanco o todo negro, sin matices. Por eso nos cuesta entender
a los que terminan llorando porque perdió el kirchnerismo. Es como si todo
aquello en lo que creían se hubiera muerto. La muerte del padre, ése que todo
lo protegía, al que podían recurrir para que los cuide mientras pasaban sus
vidas puteando a todos los demás.
Nunca voté convencido por nadie –ayer no fue la excepción–
pero siempre me sentí convencido de quién no quería que gane, aunque nunca me
funcionó. Es así, estimado amigo ya exoficialista: sus victorias siempre fueron
gracias a que no había nada mejor en frente, lo cual es demasiado teniendo en
cuenta el nivel de estadistas made in La Salada que nos enchufaron como faros
políticos de la socialdemocracia del siglo XXI.
Lo que me mata de risa es que con todas las contras que
podría tener Mauricio Macri en base a los prejuicios idiotas hacia el que tiene
guita, o fue criado en cuna de oro –como si Cristina no durmiera sobre fajos de
dólares o los desempleados de sus hijos no hubieran crecido con todos los lujos
pagos– y así y todo la gente votó a Macri. Hay gente que cree que se la van a
empomar el año que viene y lo eligió igual. Noten lo que han hecho que con todo
lo que dijeron, perdieron.
Si la única verdad es la realidad, ésta es tan subjetiva
como la percepción que tenga cada uno de ella en base a sus parámetros,
educación, traumas y experiencias. El kirchnerismo se construyó como el enemigo
de cientos de realidades que crearon, sin importar que muchas de ellas fueran
incompatibles, como ese detalle de señalar a los ricos con un Rolex Presidente
bailando en la muñeca. Los ejemplos se multiplican hasta el infinito. La última
de sus grandes realidades –inaugurada en 2007 por Néstor Kirchner para bancar
al perdedor serial Daniel Filmus– es que Macri es el cuco. Y se lo creyeron. Y
ganó el cuco. No hay terapia que supere eso, pero bueno: es el problema de los
fanatismos.
Fíjense todo lo que han dicho que pasaría si gana Macri y
más de la mitad del electorado lo votó igual. Por mi parte no es que esté
contento porque ganó Macri, ese es un detalle, si total es cuestión de –poco–
tiempo para que empecemos a ser tildados de kirchneristas ante el primer
detalle que no nos guste de la gestión. Pero sí estoy contento porque perdió el
kirchnerismo. Sí, suena a revanchista o lo que quieran, pero no jodamos, es un sentimiento
puro, natural y habitual. ¿O acaso no celebrás cuando el que te hizo bullying
durante años finalmente queda expuesto? Acá nadie podía protegerte del abusador
porque era el mismísimo director de la escuela.
Ayer, mientras veía las lágrimas afuera del bunker que montó
Daniel Scioli, escuché a una romper en llanto y gritar que no entendía porque
la gente votaba así. Confieso que me dio un poco de angustia por empatía. Pero
a la tercer persona que escuché preguntarse lo mismo –insultos al mundo más,
insultos al mundo menos– me di cuenta que realmente creyeron todo. No es que no
lo supiera, pero una cosa es una hipótesis, y otra es probarla.
La respuesta es simple y se resume en recordar qué pasó
desde octubre de 2011, el pico de éxito del kirchnerismo, para acá. En el mismo
discurso de festejo de Cristina, la pudrió cuando, luego de pedir respeto por
el derrotado Hermes Binner, dijo que del lado del kirchnerismo estaba la
bandera y la historia de la Patria. La siguió en el día de la jura, cuando hizo
que su propia hija le colocara la banda presidencial, rompiendo protocolos y
dando el mensaje al mundo: Gobierno sóla, sin control y sin que nadie me rompa
la ilusión. En nombre del 54% se peleó con todos, incluyendo a los que habían
aportado en buena manera a ese 54%: los sindicatos. La economía, los avances
sobre la Justicia y las relaciones internacionales son cuestiones políticas,
pero en nombre del 54% también se llevaron puesto todo, y cuando no quedaban
dudas, la todavía Presi lo confirmó luego de días de silencio tras la muerte de
51 personas y una por nacer, cuando lloró y gritó “Vamos por todo”. Y mierda
que cumplió.
Y si se preguntan en serio por qué pasó lo que pasó anoche,
la podemos seguir. Porque se pasaron años en silencio sin enterarse que
gobernaba el kirchnerismo hasta que decidieron “comprometerse” porque estaba de
moda. Porque muchos son militantes de velorio que se sumaron para putearnos
porque encontraron la excusa perfecta para canalizar todos sus traumas y
frustraciones. Porque en sus locas cabecitas, si no tienen acceso a la vivienda
y todavía están esperando que palmen sus viejos para ser dueños de lo que sus
padres ya eran propietarios a la misma edad, es culpa del sistema financiero,
que controla el Gobierno. Porque se metieron en todos y cada uno de los
rincones de nuestras vidas, decidiendo hasta en qué orden tenían que estar los
canales de televisión para que sea “más pluralista”. Porque hicieron que por
primera vez notáramos la relación directa entre la corrupción del Estado y el
daño provocable luego de medio centenar de muertos en un choque ferroviario
absolutamente evitable. Porque Boudou, porque Ciccone, porque los Pomar, porque
Candela, porque Lorenzino se quería ir, porque las patoteadas de Moreno, porque
Micelli, porque el dedito acusador de Kicillof, porque los buitres, porque las
cadenas, las eternas cadenas, las imposibles cadenas, porque los llantos
televisados, porque la terapia transmitida, porque llorar en silla de ruedas,
porque Nisman.
Porque trazaron una raya en el piso, nos colocaron del otro
lado y empezaron a putearnos y escupirnos ante la necesidad de culpar a alguien
de sus propias miserias nunca tratadas en terapia. Porque hasta hace 15
minutos, en el mismo lado de la raya nos enchufaron a Daniel Scioli, el que
manifestó su deseo de ser presidente hace un par de años y lo trataron de
golpista, conservador, retrógrado y candidato de Magnetto y de los fondos
buitre. Y como hicieron siempre, de un día para el otro dijeron que no era tan
así, que era lo más mejor del universo todo.
Porque convirtieron al Gobierno en una máquina generadora de
excusas. Que si hay un apagón generalizado por culpa de la desinversión
provocada por años de subsidios sin control alguno al sector energético, es que
alguien bajó la palanca. Que si hubiera sido sábado, en Once morían menos
personas. Que Nisman era putañero y se merecía la violación porque le gustaba salir
a la calle de minifalda. Que los padres no biológicos de hijos de desaparecidos
merecen ir todos en cana, menos los del nieto de Carlotto, que la culpa de
sueños compartidos es de Schoklender y no de los delincuentes que le dieron
cabida. Que a una ciudad de La Plata devastada por el agua y la muerte,
Cristina les dice que ella sabe lo que es una inundación porque una vez se le
rebalsó el lavarropas cuando era chica. Que esto es Harvard y no La Matanza,
que siempre fue una exitosa abogada sin matrícula, que Fariña y Elaskar
vendieron ficción, que la diabetes es una enfermedad de gente rica, que los
abuelos que quieren enseñar a sus nietos el valor del ahorro son unos viejos
amarretes, que el mundo se derrumba como una burbuja –porque en el curioso
mundo de Cris, las burbujas no explotan, se derrumban–, que dar la cotización
del dólar blue es como dar el precio de la cocaína. Que el pacto con Irán no es
una claudicación sino la necesidad de tranzar con los sospechados de dinamitar
a 85 compatriotas, que todos los que vistieron uniforme en la dictadura son
demonios menos el imputado Milani. Que lo importante es tener créditos de 50
cuotas, que pretender seguir consumiendo es de cipayos, que el Ahora 12 es una
política de Estado.
Porque a Cristina no le alcanzaba con ser la Presi y tenía
que sentirse “un poco la madre de todos”, o ser una arquitecta egipcia,
capitana de la patria, reencarnación de Napoleón, contadora sin balances,
médica, ingeniera, bioquímica hachedoscero, sabelotodo de todo, habladora sin saber
profesional.
Por si todavía siguen sin encontrar la respuesta, paso a lo
personal. A lo largo de la década larga ganada me tildaron de facho, cipayo,
gorila, golpista, agrogarca que la única tierra que tiene es la que se le junta
en los muebles, vendepatria de una patria que nadie querría comprar con
nosotros adentro, neoliberal beneficiado por un gobierno que terminó antes de
que yo termine la secundaria, cómplice de una dictadura que se acabó cuando yo
tenía once meses de vida, fan del nazismo que finiquitó 37 años antes de que
naciera y simpatizante del fascismo que pasó a mejor vida unas cuatro décadas
antes de que mis padres decidieran que era una buena idea traerme a este mundo.
Me acusaron de falta de solidaridad cuando siempre somos nosotros los que
salimos a donar lo que no nos sobra para ayudar a la gente que el Gobierno
abandona. Los que se sumaron a este blog en los últimos años, es probable que
desconozcan el clima que se vivía en el submundo de Internet en la era en la
que los grandes medios no lograban adaptarse al juego del kirchnerismo. Nos
insultaron mil millones de veces, nos amenazaron otras tantas, nos apretaron y,
lo que más duele, nos ningunearon como ciudadanos.
Y yo no soy eso que dicen que soy.
Discúlpenme si no me pongo a llorar con ustedes o si no
logro quedarme callado la boca, pero me han basureado tanto, pero tanto, que no
puedo evitar que se me escape una leve sonrisa. Eso me hará menos cristiano y
podrá no quedar muy en línea con el discurso integrado del presidente electo,
pero no me digan que no es humano. Si las tardes de cadena nacional las
hubieran dedicado a jugar al fútbol con amigos o a visitar a la familia en vez
de pasarlas viéndola desde abajo, si en vez de defender lo indefendible
hubieran frenado cinco segundos a preguntarse qué estaban defendiendo, si
hubieran dedicado un cachito de sus días para poner las energías en armar algo
que los trascienda a ustedes y no en bancar a personas que les decían que los
querían mientras se forraban en guita, quizás no habrían vivido la jornada de
ayer como si se tratara de un velorio. Ganó uno, perdió otro, reglas de la
democracia.
Ahora podría decirse que se viene la revancha de gente como
uno. No tengo ganas ni tiempo, dado que en un par de días ya tengo un nuevo
Gobierno para empezar a analizar y criticar.
Se van. En unos días nos estaremos puteando por otras cosas,
nos mataremos por cuestiones opinables, seguiremos debatiendo todo porque está
en nuestra esencia, pero lo haremos con caras nuevas. Y eso… eso ya es motivo
de alivio.
Lunes 23 de noviembre de 2015. Se van. Doce años, seis meses
y quince días después, se van. Disfrutemos hoy, mañana vemos.
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