El peligro de la
radicalización para dar respuesta a la tragedia. Lo que está en juego es un avance o
un retroceso de la civilización.
un retroceso de la civilización.
Por Carlos Gabetta (*) |
Esta locura sólo reclama una respuesta. Contra el pánico,
dignidad. Contra los asesinos seriales, firmeza. Contra el desconcierto,
lucidez”.
Esta afirmación editorial de Le Monde, el día mismo de los atentados
en París, la firmaría cualquiera, menos un fundamentalista, de la religión que
fuese.
El fundamentalista republicano Donald Trump reaccionó así: “Se rieron de
mí cuando les dije de bombardear los campos petroleros controlados por Estado
Islámico. Ahora los enemigos se están riendo por no hacer lo que dije”. Entre
las primeras adhesiones llegadas a Francia figuró la del fundamentalista primer
ministro de Israel, Benjamin Netanyahu: “Israel está junto al presidente y el
pueblo francés en la guerra común contra el terrorismo”.
Para el caso, todo el mundo es sincero. Tanto Le Monde como
Trump o Netanyahu expresan ideas y proposiciones, corrientes de opinión
distintas, desde países democráticos. Ante la locura asesina del
fundamentalismo islámico, cada uno es sincero en sus propuestas y en lo que
dice defender. Pero lo que interpela a las corrientes que expresan Trump y
Netanyahu, hoy en auge en la mayoría de los países occidentales, es la última
afirmación de Le Monde: “Frente al desconcierto, lucidez”. Ya que en la
situación actual ¿qué es lo que Occidente entiende por “lucidez”? Si por “Occidente”
entendemos no sólo a sus fundamentalismos políticos y religiosos sino a las
mayorías democráticas y a las corrientes políticas que las representan, no es
precisamente la lucidez lo que se destaca. No al menos en las acciones de cada
gobierno y del conjunto de los gobiernos, ya que numerosos intelectuales y la
opinión pública occidental se muestran cada día más proclives a una actitud
autocrítica, a considerar lo que realmente está en juego: un avance o un
retroceso de la civilización.
Porque el problema se presenta cada vez más como militar,
bélico, pero aun en el extremo de esa lógica –una conflagración mundial– la
razón indica que habrá que tener razón; es decir, haber hecho lo necesario para
no llegar a ese extremo; haberse “cargado de razón” histórica, civilizatoria,
al momento de apretar el botón. Ya que a eso parece que vamos, lenta pero
firmemente. Los atentados de París dan la pauta de lo que vendrá, pero se trata
una vez más de un déjà-vu prospectivo, de algo que cada vez se había advertido que
volvería a ocurrir, agravado, y en efecto, cada vez volvió a ocurrir, agravado
y en el corazón del sistema. La respuesta fue siempre militar –Israel en Gaza,
Francia/Estado Islámico, Estados Unidos/Siria, etc.–, y aun así, dispersa,
desordenada, incoherente. O puramente preventiva, al interior de cada país.
Pero la lucidez que reclama Le Monde rara vez se manifestó en asumir y resolver
las causas históricas, políticas, dando razón a la civilización occidental, aun
en una situación militar límite.
LA MECHA. Todo lo que ocurre viene de muy atrás. Las
responsabilidades históricas del capitalismo desarrollado en la situación
actual del mundo árabe-persa no pueden dejarse de lado. Mucho menos las causas
estructurales y los efectos de la crisis mundial del capitalismo en nuestros
días. ¿Acaso el problema de los centenares de miles de refugiados que afluyen a
Europa puede disociarse de esos antecedentes; de la crisis económica y
financiera mundial; del terrorismo y las guerras que asuelan al mundo árabe-persa?
(ver recuadro “Notas…”).
Pero hablando de lucidez, el ejemplo negativo es la
estrategia del Estado de Israel. Su política en la región no es la única causa
que “carga de razón” al mundo árabe-persa y a sus fundamentalistas, pero sí la
mecha que enciende todo lo que ocurre, lo primero que hay que apagar. Hoy
fueron los atentados en París. Desde hace semanas asistimos al progresivo
aumento de la violencia entre israelíes y palestinos, a los mutuos ataques y
represalias, a los mutuos asesinatos: un déjà-vu regional que en París se
expresó mundial. Ya ocurrió en Estados Unidos y en otros países. En la medida
en que las causas del problema no se abordan, esos sucesos volverán a repetirse
hasta que el agravamiento de la violencia resulte definitivo, entren en liza
otros Estados árabes, hagan lo mismo las grandes potencias según sus intereses
y el desmadre militar y terrorista acabe con todo, o casi. Hoy resulta
imposible imaginar a un vencedor al cabo de una guerra en Medio Oriente, o
mundial. En cualquier escenario de alianzas, todas las partes dispondrían de
armamento atómico, bacteriológico, químico. Los recursos a mano del terrorismo
son infinitos y el terrorismo torna a ser una excusa militar, como prueban los
asesinatos con drones, entre otros. Una guerra abierta, regional o mundial, es
hoy por hoy una sinrazón absoluta.
Allí reside el peligro estratégico para el Estado de Israel,
demasiado confiado en su supremacía táctica. El mundo está en crisis, y ante la
eventualidad de tomar parte en una guerra entre árabes e israelíes, abriendo
grandes las puertas a una guerra mundial, las principales potencias podrían
reacomodarse y el Estado de Israel resultar aislado, o muy debilitado. Tiene
todas las fichas para perder aliados en una situación límite, que pusiese en
peligro la paz y los intereses mundiales. La población árabe-persa es mucho más
numerosa y, después de todo, la mayor parte de los judíos no vive en Israel.
Los territorios árabe-persas son infinitamente más vastos y ricos que el
minúsculo Israel.
Muy distinta sería la situación si Israel cumpliese con las
resoluciones de Naciones Unidas, devolviendo los territorios ocupados,
reconociendo al Estado Palestino y aceptando una Jerusalén compartida por las
tres religiones monoteístas. A las potencias occidentales les resultaría
imposible abandonarlo; a Rusia, China, India y Pakistán nada les iría en el
asunto, ya que casi todo el mundo árabe-persa se apaciguaría respecto de
Israel. Fuese cual fuese el tablero, los únicos que quedarían realmente
aislados serían los fundamentalistas musulmanes. En cuanto a los
fundamentalistas judíos, seguirían bregando, como cualquier partido de extrema
derecha del mundo.
“El corazón tiene razones que la razón no conoce”, según
Pascal, matemático y religioso. Los fundamentalistas políticos y religiosos
vienen apelando a razones del corazón desde hace siglos.
Pero estamos en la era atómica…
(*) Periodista y escritor
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