Por Nicolás Lucca
(Relato del Presente)
Con esto de que a Cristina se le dio por respetar la veda
política, surgieron un montón de preguntas. Primero, a cuánto ascenderá la tasa
de suicidios por embole de los periodistas de política en Noruega. Segundo,
cómo estará ocupando su tiempo libre la Presi por estos días, si normalmente
sale de la Quinta de Olivos para hablar y justificar el sueldo. Tercero, qué
mierda hacen por sus vidas los actores kirchneristas si se pasan los fines de
semanas metiendo miedo a los votantes por la calle.
La campaña del miedo llegó a tal punto que la Federación de
Estudiantes de Jardines Maternales emitieron un comunicado en el cuál la
condenaban por infantil. En Francia los fanáticos salieron de cacería y acá
Dante Palma demostró que le gusta que le hagan bullying y pidió que ningún
fiscal aproveche los muertos de Francia para inventar una denuncia. Desde acá
pedimos, humildemente, que si existiera esa hipótesis, no solucionen el asunto
con un corchazo en la cabeza del denunciante. Por último, varios tarados
encontraron la vuelta lisérgica para vincular un eventual triunfo de Macri con
un alineamiento con las potencias occidentales, lo que nos colocaría en el
lugar de blanco del terrorismo. O sea, no sólo reconocen que nos quedamos fuera
del mundo sino que, además de pretender que sigamos viéndola de afuera, quieren
que ni siquiera nos solidaricemos al menos por la empatía de haber padecido dos
atentados terroristas internacionales.
Luego de un fin de semana en el que volvimos a ver a la
cofradía de los biempensantes tristes justificar la brutalidad sucedida en
París, y mientras pensaba si no sería una buena idea enviarlos a predicar sus
ideas progresistas occidentales a las calles de Raqqa para ver cómo les va, me
topé con el debate.
Macri, con la cancha de estar presentándose en su octavo
debate en once años, llegó como quien juega de local. Scioli, con la cancha de
no haber defendido ni sus ganas de ser Jefe de Gobierno en 2007 en vez ir por
la gobernación de una provincia de la que sólo conocía Mar del Plata, era el
visitante que no tuvo tiempo ni de reconocer el terreno.
Como si se tratara del número “La bella y graciosa moza
marchóse a lavar la ropa” de Les Luthiers, a Scioli se le mezcló el orden de
las respuestas. Eso o los turros de los periodistas le cambiaron el orden. No
embocaba una ni por asomo. Le preguntaban por inseguridad, le prometía a los
científicos que a ellos no les iba a pasar nada. No sé si quería decirnos que
estudiemos para que no practiquen distribución de la riqueza por mano propia en
la calle, o tan sólo apuntó a ese enorme 0,002% del padrón electoral que dice
que si gana Macri el año que viene tendrán que salir a lavar los platos, cuando
el presupuesto 2016 ya fue aprobado.
Llorón como nunca, contó que él no quiere volver a las
políticas nefastas de aquellos años en los que su padre tuvo que cerrar la
“PyME” luego de que a Daniel se le ocurriera ayudarlo. Por un lado, llamar
“PyME” a una cadena de venta e importación de electrodomésticos suena
exagerado. Es como que venga Lázaro Báez a decirnos que sólo tiene un lavadero.
Por el otro, qué falta de respeto, qué atropello a la razón. ¿Cómo va a hablar
así del mismo Turco que lo usó para limpiar al PJ porteño? Mientras Icardi,
desde Italia, puteaba por la falta de códigos de Scioli, el Dani siguió con su
prédica de gran orador y criticó a Macri por “debatir con el gobierno que se
va”, como si ésa no fuera la idea.
Es curioso cómo se desmarca Scioli. Primero dijo que con él
empezaba un gobierno nuevo y nos recordó al Arsat. Después, dijo que con él
empezaba un gobierno nuevo y defendió a Berni. Por último, dijo que con él
empezaba un gobierno nuevo y se puso a enumerar supuestos logros pretéritos y parecía
que no frenaba ni aunque Karina le prometa que dejará de llorar en cámara. El
Dani llegó a proponer en materia educativa “la enseñanza desde la concepción”.
Se ve que alguien le pidió que vea la forma de expandir derechos y tiró eso, a
ver si los cigotos y los fetos se ponen las pilas para calcular logaritmos
antes del octavo mes de gestación.
Mientras Marcelo Bonelli disfrutaba de interrumpir al
gobernador bonaerense cada vez que se excedía en el tiempo a tal punto que, si
lo mirábamos con detenimiento, parecía que se iba en seco, Macri aprovechaba
que el Dani estaba sudando más que Máximo en entrevista laboral para esquivar
alguna que otra respuesta sin que se note demasiado. O sea: todavía estábamos
tratando de resistir el ACV que casi nos provoca que Scioli destacara su
programa de seguridad bonaerense que no tuvimos tiempo de darnos cuenta que
Macri se hizo el boludo con sus propuestas concretas.
A mí me hubiera gustado un poco más de sangre. Qué se yo. Si
a mí Daniel me tira que me opuse al matrimonio igualitario mientras me nombra
al Papa Francisco por costumbre, le habría recordado que el que dijo
“matrimonio es hombre-mujer” fue el gobernador bonaerense y que el Jefe de
Gobierno porteño se comió una puteada pública del ahora Francisco, entonces
Bergoglio, por no haber apelado la declaración de constitucionalidad del
matrimonio homosexual en la Ciudad. Entiendo que la idea de Macri es no
confrontar, pero si ya le había mojado la oreja con que Dani no fue al primer
debate o que parecía un panelista de 678, no le costaba nada tirarle con algún
que otro detalle, como los 10 mil monos que le tomaron los terrenos de Merlo,
los muertos de La Plata, las mil villas del conurbano, cómo se hizo el boludo
con el campo durante el conflicto por la 125, el médico privado que lo acompaña
hasta cuando se va de vacaciones, Luciano Arruga, o las atenciones médicas en
Francia que superan hasta la obsesión de los Kirchner por el hospital Austral y
el sanatorio Otamendi.
Scioli todavía no se enteró que el debate terminó y sigue
hablando en los mismos términos. Pide que cuidemos a los científicos, con
presupuesto aprobado, pide por la ficción pública, con el presupuesto también
aprobado –y ampliado un 330% para el año que viene–, y amenaza que Macri “viene
por la petrolera estatal”, ésa que firma acuerdos privados con Chevron (cuya
casa matriz no queda precisamente en Cuba) y que Daniel celebró como parte de
“la nueva Argentina” cuando pasó a manos de Repsol. ¿A quién le importa la
“soberanía hidrocarburífera” en esta campaña? ¿A quién le importan la soberanía
satélital? Sigue con el delirio nacionalista cuando acá no se discute
nacionalismo sino forma de vida. Parece mentira, pero son los mismos que
durante años se cagaron en la corrupción gracias a la escala de urgencias de
primer grado de la preocupación del votante. O sea: si a un fulano le preguntan
cuáles son sus primeras tres preocupaciones, en los últimos años siempre fueron
la inseguridad, la inflación y el trabajo, variando sólo los órdenes. La corrupción
no medía porque no era la urgencia del día a día. ¿En qué cabeza entra que
vamos a tener un lugar en la trilogía de urgencias para meter una petrolera
privada o dos satélites?
Por desgracia para Scioli, el kirchnerismo insiste en
ayudarlo. Daniel cuestiona el ajuste de los subsidios y aparece su asesor
económico, Miguel Bein, a decir que “es necesario una sintonía fina” con ese
asunto. Lindo eufemismo, el mismo que utilizó Julio De Vido para eliminar los
subsidios a buena parte de los que lo cobraban hace un par de años. Al día
siguiente del debate salió una solicitada pidiendo que votemos por Scioli para
que no vengan por nuestros puestos de trabajo. La firmaban los ministros de
Cristina, los gobernadores, algunos diputados, varios intendentes, y un puñado
de actores. Es curioso cómo los que más miedo tienen a perder su trabajo son
los que tienen trabajo en el Gobierno o con el Gobierno. El único que no firmó
la solicitada fue Randazzo. No tenía tinta. Ni ganas. Y cuando pensábamos que
Floppy no ayudó, llegó Kicillof a fortalecer la campaña “Un sol para el niño
Daniel” que había iniciado cuando intentó captar el voto del massismo tildando
de “forro” a Massa (no me quiero imaginar cómo se habrá levantado a la madre de
sus hijos) y se sacó una foto con Christine Lagarde diez horas después de que
Scioli puteara al FMI en medio del debate. Por si fuera poco, a la mañana
siguiente del debate en el que Scioli le reprochó a Macri no haber solucionado
el tema de los trapitos, el Frente para la Victoria volteó una ley para
regularlos.
Entiendo que Scioli le pidió a Cristina que no se meta en su
campaña, pero no vendría nada mal un poco de piedad. Más ahora que no cuenta
con el dinero para cubrir la fiscalización de toda la provincia de Buenos
Aires. Daniel, al verse obligado a rendir cuentas en diciembre en el traspaso
de mando, no tiene forma de destinar recursos al pago de fiscales que, con la
bronca acumulada que tienen de las últimas elecciones, subieron el precio.
Podría ponerla de su bolsillo, pero hablamos del tipo que está acostumbrado a
gastar sólo de la que no es propia y hace que los bonaerenses le paguen hasta
el avión privado que utiliza para irse a Miami. Cristina, por su parte, le
tiene tanta a fe a Daniel que no se salvan ni los caballos de los granaderos
del pase a planta permanente. Maternal como siempre, sabe que tiene que
garantizarle la subsistencia a esos que no pudieron aprender a ganarse el mango
honestamente en la calle por haber tenido que dedicar los últimos años de su
vida oficiar de militantes.
Afortunadamente, el todavía gobernador de la provincia
conserva la iniciativa. Ante la toma de los terrenos de Merlo, propone una
salida pacífica. Manda al inútil todo servicio del Secretario de Tierras que,
delante de todas las camaras, afirma que los tipos ya ganaron, que expropiarán
los terrenos y urbanizarán la villa si gana Scioli la presidencia, a pesar de
que la provincia todavía está a su mando. ¿Propiedad privada? Una calle que
queda en la misma ciudad mítica que la meritocracia y que el sentido común.
Podría haber utilizado el censo de 2010 para cotejar dónde vivían antes los
usurpadores, ver qué les pasó y el que no pueda cerrar los números, imputarlo
por estafa además de la evidente usurpación. Pero viendo cómo manejan las
estadísticas, al censo lo hicieron para joder, no más.
Que la economía no está congelada, que promete medidas para
reactivarla, que no hay pobreza ni inflación, pero que hay que bajarla y
blanquear las estadísticas, que no hubo devaluación “en los salarios” a pesar
de que el poder adquisitivo de los laburantes decreció a la mitad en poco más
de dos años, y que no hay dólares por culpa de las promesas de Macri y no
porque en el Banco Central hay más empleados que billetes. Está claro que el
futuro exgobernador bonaerense tiene menos consistencia intelectual que pelo. Y
eso que juró haberse preparado toda la vida para ser presidente. Debe haber
estudiado en la UADE.
Más allá de que está claro que piensan que tenemos anulada
la memoria a largo plazo –algo entendible viendo las cosas que repiten los
oficialistas– no deja de sorprenderme que puedan repetir que la contra quiere
“volver a los noventas para devaluar y dejar el dólar libre”. En los noventas
no hubo devaluación y el dólar tenía tanta libertad que su cotización estaba
atada con alambre de púas por una ley nacional. A la clase media no le podés
prometer la conservación de los subsidios, cuando es una preocupación de un
sector de un distrito. Los pobres que recurren a la garrafa social, si la
consiguen, pagan un 3500% más de lo que paga el porteño subsidiado por el mismo
consumo de gas. El análisis es más largo y lo pueden buscar en uno de los
capítulos de mi libro, pero el punto es que no se puede asustar a la gente con
cosas que ya no tiene. Al consumidor no le podés prometer la conservación del
plan Ahora 12; es la misma gente que hasta hace unos poquísimos años podía
sacar un electrodoméstico en 50 cuotas.
El drama no es Macri. El drama es el tipo que los
oficialistas están defendiendo en nombre de una ideología que nunca profesaron
hasta que se sumaron al elenco de estables de la Rosada o sucursales. Y la
carrera política de Macri se la debemos, en buena medida, al propio
kirchnerismo, que en 2007 sacó a Scioli de la carrera por la Ciudad, le quitó
el apoyo a Jorge Telerman y terminó impulsando a Daniel Filmus. Y lo hicieron
una y otra vez hasta que Filmus pidió piedad. Ahora, a Macri le pusieron en
frente el tipo con menos gestión y calle que tenían disponible. Y eso que en el
kirchnerismo hay stock. Porque convengamos que Macri ni siquiera es un buen
orador, y sin embargo lo terminó delirando con chicanas y chistes.
El principal problema de Scioli es que, en su forma de
comportarse, es más kirchnerista de lo que parece. Él cree en Dios de la misma
manera que el kirchnerista promedio cree en el modelo: un ser superior de cuya
existencia no tienen pruebas, pero al que tienen que agradecerle todo lo que
tienen sin darse cuenta que de algún lado sale y el dinero no aparece por
generación espontánea. Scioli, que te mete al Papa Francisco hasta para hablar
de cloacas, utiliza la creencia y la fe como sinónimos de nada en concreto,
nada palpable, la nada misma. Creer en Dios y en lo que debería estar pasando,
aunque no pase.
El problema de esta forma de ejercer la política es que, por
un lado, resulta muy cómodo, pero por el otro, todos los que preguntamos dónde
están los logros, quedamos como multitudinarios clones de Santo Tomás Apostol.
Martedi. El problema no es Macri. El problema es que no hay
nada que puedan criticarle que no hayan hecho antes, durante o prometido hacer
después.
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