Por Carlos Gabetta (*) |
La elección del 22 de noviembre es blanco o negro; Macri o
Scioli. Pero después de ese día, todo y nada puede pasar.
Gane quien gane, y tal como están hoy las cosas en la economía, la sociedad y la política, la crisis puede prolongarse y agravarse; aumentar la corrupción, la violencia. En fin, una nueva frustración.
Gane quien gane, y tal como están hoy las cosas en la economía, la sociedad y la política, la crisis puede prolongarse y agravarse; aumentar la corrupción, la violencia. En fin, una nueva frustración.
La otra posibilidad es que la política habilite el camino
hacia la normalidad institucional y social, el equilibrio económico y el
aprovechamiento de las posibilidades del país. Es esa difusa esperanza la que
expresaron las urnas. El tema es saber qué chances tiene de corporizarse.
La mayoría de los ciudadanos reclama “un cambio”: basta de
kirchnerismo, la última versión del peronismo en el Gobierno. Lo interesante es
que de ese voto opositor –algo más del 60% de la ciudadanía– más o menos la
mitad son peronistas.
La gran novedad es entonces la división explícita del
peronismo, ratificada esta semana por quien capitalizó esos votos: Sergio
Massa. Tanto él, que proviene del liberalismo, como Roberto Lavagna y José
Manuel de la Sota, peronistas de antigua data, afirmaron que “no votarían a
Scioli”, o sea que votarán a Macri, a menos que no voten o lo hagan en blanco.
El único en relativa discordia fue Felipe Solá, quien alegó que a un peronista
“le resulta difícil votar a Macri”. Esto podría considerarse un llamado a los
peronistas a votar a Scioli, pero Solá subrayó: “Representamos cinco millones
de votos que expresan un cambio. Hicimos propuestas concretas que nos
identifican. Le decimos al votante que es libre para decidir por quien quiera
(…) Hay que hablar con Macri y Scioli y tener una propuesta superadora”. Solá
fue muy duro con La Cámpora, de la que dijo que “dividió a Scioli y no me
merece el menor respeto”. Y puesto que La Cámpora es el kirchnerismo, el
llamado es claro: si Scioli rompe con Cristina Fernández se puede conversar,
antes o después del 22 de noviembre.
Es la primera vez que se consolida un fuerte sector
peronista de talante republicano, o que al menos está dispuesto a aceptar
acuerdos, electorales o de gobierno, con adversarios. Parece haber, o
incubarse, la conciencia de que harán falta pactos; que nadie podrá gobernar si
no los concreta. Basta imaginar un gobierno de Macri azuzado por el peronismo
kirchnerista y el Frente Renovador de Massa, que trataría de rearmar al
peronismo desde la oposición. O a Scioli presionado por La Cámpora, sin mayoría
en diputados y con la mitad del sindicalismo en rebeldía, ya que la crisis
presiona y al peronismo sindical le han salido rivales poderosos y combativos
que le disputan el terreno. Así, cualquiera de los dos debería enfrentar la
crisis con las manos trabadas, ya que toda medida que apuntase a resolverla,
del cuño que fuese, sería un argumento en contra esgrimido por una oposición
diversa, pero mayoritaria.
Scioli no tiene casi margen para cambiar, porque si de aquí
al 22 se distancia del kirchnerismo –ya hay señales de eso– corre el riesgo de
ganar votos por un lado y perderlos por otro. Macri, que podría ganar sin
pactos previos, debería formalizarlos luego para gobernar. En cualquier caso,
el ganador deberá pactar si quiere gobernar con alguna chance. Y cualquier
pacto debería incluir al peronismo, que por primera vez se encontraría así en
situación de asumir compromisos y responsabilidades republicanas.
¿Estarán unos y otros a la altura? La necesidad parece
evidente; las posibilidades de concretarla, también. Un pacto serio, no
meramente electoralista, con objetivos claros, debería incluir enérgicas
medidas para desarticular la herencia del último peronismo en la economía, la
Justicia, ciertas leyes, el aparato de Estado, la corrupción, la delincuencia
organizada, la diplomacia… en casi todo.
En este caso, y cualquiera fuese el liderazgo, el camino
sería lento y duro, pero hacia adelante. Lo otro, ya se sabe: más de lo mismo,
pero agravado.
(*) Periodista y escritor
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