Por Hilda Sábato (*) |
Esta semana está circulando una convocatoria encabezada
"La cultura con Scioli", donde en nombre de "todas las entidades
vinculadas a las actividades artísticas y culturales" invitan a expresarse
por Daniel Scioli. Un llamado por parte de "científicos y universitarios
autoconvocados" en Tucumán se hace bajo el lema "La ciencia sale a la
calle", mientras que un acto organizado frente a la Facultad de Ciencias
Exactas contra Macri estaba presidido por un gran cartel que reproducía las
palabras (provenientes de una dirección de Twitter) "A la ciencia no le da
lo mismo".
Quienes realizan estas convocatorias parecen estar
convencidos de que encarnan la ciencia y la cultura argentinas y se arrogan una
representación que cuanto menos sorprende, pero también alarma. Hemos luchado
mucho por la vigencia de la libertad de pensamiento y el pluralismo de ideas,
valores básicos de nuestro pacto constitucional violados demasiadas veces a lo
largo de la historia del país, como para desatender estos gestos preocupantes.
En la Argentina, la ciencia y la cultura no tienen dueño ni
son patrimonio de partido político alguno. Por el contrario, en esos campos decisivos
del quehacer humano se desempeñan personas de muy diferente filiación
ideológica y partidaria, diversidad fundamental que garantiza libertad para la
creación artística y de conocimiento y contribuye a enriquecer la producción
científica y cultural en beneficio del conjunto. No hay que confundir, por lo
tanto, a un grupo de científicos con "la ciencia" o un sector del
campo cultural con "la cultura".
Junto con estos deslices en el uso de las palabras han
ocurrido otros gestos que van en la misma dirección y que son aún más
inquietantes. Me refiero a las declaraciones de apoyo a uno de los candidatos
por parte de las autoridades de instituciones de educación superior.
Decanos y consejos directivos de distintas facultades de la
UBA y otras casas de estudio, así como rectores de varias universidades
nacionales, llamaron a votar por el candidato del Frente para la Victoria en
las próximas elecciones, y lo hicieron tanto a través de declaraciones públicas
como utilizando los sistemas institucionales de distribución de información (en
particular, el correo electrónico) para hacer llegar ese llamado a todos los
integrantes de las respectivas casas de estudio.
Estas convocatorias no se hacen a título personal de quienes
las firman, sino en nombre de las instituciones: la facultad, la universidad,
etcétera, y constituyen una violación de los criterios que guían la vida
universitaria en la Argentina. No se requiere (y no se debe requerir)
adscripción partidaria o ideológica alguna para quienes se desempeñan en esas
instituciones en cualquier condición que sea (profesores, alumnos, personal no
docente), por lo que cada casa de estudio es (y debe ser) un espacio plural en
materia ideológica y política, situación que enriquece decididamente la vida
institucional y académica. Las autoridades, debidamente elegidas por la
comunidad educativa, pueden a título personal tener afinidad por una y otra
posición política o ideológica, pero ello no implica que esas posiciones
representen a la institución en su conjunto y puedan enunciarse como
"la" postura oficial.
La imposición por el voto de la mayoría en los cuerpos de
dirección colegiados tiene sentido en la toma de decisiones que hace al
funcionamiento de las casas de estudio, mecanismo que está regulado por los
estatutos vigentes, pero no puede extenderse a cuestiones extrainstitucionales
que son, además, materia de controversia ciudadana. En casos como éste, de
índole claramente partidaria, la declarada unanimidad de opinión oculta e
invisibiliza la diversidad de opiniones que las instituciones albergan en su
seno. Al monopolizar el discurso público, la autoridad las anula con su propia
voz ejercida desde el lugar del poder.
Nuestro pluralismo se pone a prueba todos los días, pero las
cuerdas se tensan más ante coyunturas como la actual, en que está en disputa el
premio mayor, la presidencia de la república. En esta ocasión, han salido a
relucir tendencias autoritarias de quienes se erigen por propia iniciativa en
voceros de colectivos que no son (ni deben ser) uniformes en materia política e
ideológica y mucho menos en simpatías partidarias específicas.
La ciencia y la cultura no votan; tampoco votan las
universidades ni las facultades. Somos los científicos, los universitarios, las
personas de la cultura, que como todos los demás ciudadanos ejercemos nuestro
derecho de elegir de acuerdo con nuestras convicciones y decisiones, sin
necesidad de que nadie hable por nosotros.
(*) Historiadora e investigadora del Conicet
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