Por Gabriela Pousa |
Se
apresuraron los tiempos, los almanaques han cambiado. El gobierno
nacional está asumiendo la derrota antes que el ballottage se lleve a cabo. No
es normal lo que pasa pero, ¿qué ha sido normal en los últimos años? El
escenario político actual es el escenario que se plasmaría a partir del próximo
23 y hasta el 10 de diciembre, sin embargo no han esperado. El shock
que provocó el resultado del pasado 25 de octubre fue demasiado. Perdieron el
rumbo y el timón del barco.
Entre la
confusión, el llamado “fuego amigo” y la desestabilización que se
auto-infringe, el oficialismo se muestra perdido. Frente a los acontecimientos, Maurice
Closs, gobernador de Misiones y hombre cercano a Daniel Scioli, confesó: “Macri
se nos ríe en la cara”. Y pese a la necesaria moderación que tiene el
candidato opositor, no parece haber errado en su expresión.
Julián
Dominguez sostuvo: “nos está faltando escuchar al pueblo y mirarnos menos el
ombligo”. Tardía
pero certera la reflexión. Hay discordia e intereses divididos, hay culpas que
se echan como se echó aceite hirviendo en las invasiones inglesas.
El gobierno
está en un extraño rol de promotor del fracaso del gobernador. Si acaso Scioli
quería distanciarse de la jefe de Estado y ser solo él, lo está logrando aunque
no haya sido ésta la manera que soñó. Inevitablemente el ex motonauta ve derrumbarse su ambición: el fin no
justificaba los medios. Esta caída es simultánea y paradójicamente, la
redención de una sociedad cuya complicidad le hizo desperdiciar oportunidades
indiscutidas.
Si bien se
mira, no ha habido un gran cambio a nivel dirigencial, el verdadero
cambio se dio en el seno de la sociedad al vencer el temor que durante doce
años se le infundió desde arriba. Hubo conciencia cívica promoviendo la
participación ciudadana. Las advertencias de fraude y trampa quedaron
frustradas al ser expuestas. Tucumán parece ser el faro: está un paso
adelante de lo que puede pasar o pasa.
Las
encuestas fallaron en los porcentajes que separaban a uno y otro candidato por
el miedo de la gente a expresarse libremente. Con los resultados obtenidos se
evidencia que ya no existe en Argentina el mito del voto cautivo. El peronista
no vota peronismo independientemente de quien sea el candidato. En rigor, el
peronista ya no sabe donde está parado.
Simultáneamente,
el radical está necesitado de aliados. Cambiemos es una alianza claro, lo que
no implica en absoluto ni en relativo que tenga semejanzas con aquella que
gobernó en el 2001. Por otra parte, la mayor alianza que debe
consolidar Mauricio Macri está más allá de la política.
El titular
del PRO, de ganar el ballottage, necesitará entrar en una alianza de
co-gobernabilidad pero con la sociedad. Deberá enarbolar las banderas de
una causa que enamore o aglutine al grueso social para tener el respaldo
necesario a la hora de empezar con los cambios.
En el 2003,
Nestor Kirchner se aferró a los Derechos Humanos y encolumnó a todos tras ese
binomio. Después
fue el mismo kirchnerismo el que cercenó una causa noble en pro de un negocio
más redituable en lo material perdiendo toda esencialidad.
Hoy Macri
puede optar por alzar las banderas anti corrupción de modo tal que destape y
ponga en evidencia el saqueo que se ha producido en la Argentina. Es menester
que la gente vea qué es lo que se hereda para comprender luego lo que se hará.
Cristina
está emprendiendo la retirada, no disimula siquiera. Se repliega en La
Cámpora porque desconfía hasta del peronismo. Es sabido que en el peronismo se
perdona la traición pero la derrota no. La mandataria tratará de situar a
Scioli como el artífice del fracaso si no logra salir victorioso del próximo
paso.
Mientras
tiene que trabajar sobre la Justicia, a la dama le urge una garantía de
impunidad , ¿la tendrá?. La respuesta es incierta, es verdad que una vez fuera del poder, a los
jueces se les quita de encima una daga, pero nadie sabe a ciencia cierta hasta
adonde están dispuestos a ejercer la resistencia. Se descubrirá
finalmente, cuántos fueron apretados y cuántos otros “asociados”.
La oleada de
nombramientos en los últimos días responde a esa premisa: irse sin irse
del todo.
Cristina quiere dejar una estructura de poder en el Estado ya
que la derrota de Aníbal Fernández le impide recluirse en el conurbano. Cristina
quiere poner la última pieza en el “Jenga”, ese mítico juego de madera, y que
quede desacomodada para que, aquel que la suceda, derrumbe la torre y pierda.
Se ve como la redentora de un fracaso imaginario. Quedó encerrada en
su laberinto ficticio, enredada en su relato.
El único modo
de entender que el kirchnerismo esté librando una batalla a todo o nada antes
de saber el resultado de la segunda vuelta electoral es presumiendo que ya no
hay forma de remontar la tendencia. En Balcarce 50 prevén la derrota de
Scioli, los barones de la provincia están cobrándose viejas deudas. Todos
sienten que los han dejado solos pero la realidad es que estuvieron siempre en
soledad, unidos apenas por los mezquinos intereses de acumular y
perdurar.
Los vientos
de cambio soplan fuerte. La casa de los chanchitos se vuela y queda a la vista
el desorden y el caos. La toma de terrenos en Merlo es apenas un ejemplo. El
país es eso: tierra arrasada y zona liberada donde la ley y la norma no valen
nada. Habrá que restituirlas. La gesta de María Eugenia Vidal incluye un
regreso a las fuentes: a la noción de lo que está bien y lo que está mal.
No hay
chances para especular. Aquel que pase el límite de lo legal tendrá que ser
castigado. Es negro o es blanco. Un caso ejemplificador debe mostrar cuales son
las únicas y verdaderas reglas del juego. Esto ha dejado de ser un
partido de truco donde se impone la trampa y el engaño. No hay predestinados
que vienen a salvarnos. La única solución es trabajar mancomunados.
Si bien
hoy nada parece poder alterar la tendencia falta llegar al 22 y conocer
los números exactos de la elección. El exitismo nacido el 25 subsiste y
favorece el cambio. Mientras, del otro lado tratan de entender cómo fue que el
pueblo despertó si ellos no lo ordenaron y siguen descansando.
No han estado
a la altura de las circunstancias, no hay gestión que se corresponda con la
campaña. La desmesura en el relato los ha delatado. El miedo que siembran es
más propio que ajeno. Ese temor los
tiene paralizados y los pases de factura han empezado. En ese marco, Scioli
queda inexorablemente desahuciado.
Los
imponderables pueden hacer milagros, un “cisne negro” que se cruce puede torcer
el resultado, no así un debate donde alguno quizás salga más airoso que otro
pero donde, en rigor, no se pierde ni se gana una elección.
Lo que se ve
no es agradable, pero es fruto de lo que hemos sido y de lo que hemos dejado
que hagan desde una apatía generalizada. Parte del cambio es aceptarlo.
Vivimos la
retirada que nosotros mismos gestamos: violenta, caótica, casi un calco de cómo
está la sociedad que ha dejado una administración capaz de hacernos creer
durante doce años, que la Argentina nació el 25 de Mayo del 2003 cuando un
matrimonio llegó al poder.
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