Por Guillermo Piro |
En sus cartas, críticas o conversaciones de las que se tiene
registro, James Joyce hizo pocos comentarios sobre la obra de Charles Dickens.
La historiadora de la literatura Carola Giedion-Welcker recuerda que en Zurich
Joyce le dijo a un hombre que estaba leyendo a Dickens que en vez de perder el
tiempo con esas menudencias debía ocuparse de leer a Laurence Sterne.
El
consejo no era malo –de hecho, era un consejo excelente–, pero pone de
manifiesto la animadversión que el escritor irlandés sentía por uno de los
escritores más sobresalientes de la historia universal.
Joyce –a quien los triestinos llamaban Zois– vivió
pobremente en Trieste entre 1904 y 1920 dando clases de inglés. Era un
caballero dipsómano, que cantaba bastante bien. De vez en cuando publicaba
algún artículo en un diario irredentista triestino, traducía textos de los
maestros irlandeses y daba alguna que otra conferencia. Soportaba
resignadamente el malhumor de la depresiva Nora Barnacle, pero a pesar de eso
–o tal vez gracias a eso– Joyce escribió, muchas veces en la mesa de la cocina,
muchos de los cuentos de Dublineses, Retrato del artista adolescente, su obra
teatral Exiliados y algunos episodios del Ulises. John McCourt, a quien debemos
un libro formidable, Los años de esplendor. Joyce en Trieste, no consiguió
recabar en los apuntes de sus alumnos ninguna noticia, ni la más distraída
mención a Dickens. John McCourt pudo evaluar la influencia de Trieste en la
formación artística de Joyce con éxito, pero no encontró un solo dato que
confirmara la influencia del novelista victoriano en Joyce. Ninguno de los
conocidos de Joyce recuerda que éste hubiera hecho alguna vez alguna mención a
Dickens. Pero la biblioteca que Joyce poseía en Trieste y que dejó a
Stanislaus, su hermano, incluía cinco novelas de Dickens: Barnaby Rudge, Casa
desolada, David Copperfield, Nicholas Nickleby y Oliver Twist.
Nelly Joyce, la esposa de Stanislaus, le permitió
bondadosamente al profesor estadounidense Louis Berrone mirar esos volúmenes.
Berrone notó que los libros de Dickens efectivamente habían sido leídos. En
David Copperfield, incluso, encontró subrayadas algunas palabras. Pero nunca
una frase entera. Sólo palabras dispersas: “hamaca”, “caleidoscopio”,
“epifenómeno”... Los académicos Weldon Thornton, Don Gifford y Robert J.
Seidman señalaron alusiones a Dickens en el Ulises. Adaline Glasheen y James S.
Atherton las encontraron en el Finnegans Wake. Son alusiones traídas de los
pelos, que estos investigadores encontraron porque estaban buscando exactamente
eso, pero que a cualquier otro lector le pasarían desapercibidas.
Stanislaus Joyce dice que, por lo que puede recordar de los
intereses literarios de su hermano, a Joyce no le gustaban las novelas de
Dickens y las consideraba poco menos que basura.
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