Por Jorge Fernández Díaz |
El kirchnerismo de paladar negro muestra en privado un
sospechoso derrotismo electoral. Ese raro fatalismo desciende desde lo más alto
de la pirámide e irradia a una tropa doliente, conminada a participar de la
lacrimógena campaña del miedo, a trozar papeles comprometedores, a armar los
petates y a prepararse para abandonar la casa. Es insólito que ya den por
perdido a Daniel Scioli; objetivamente, el gobernador mantiene todavía buenas
chances de vencer en segunda vuelta.
Otro extraño sentimiento que se derrama
sobre la tropa cristinista consiste en un desprecio rayano con el odio hacia su
propio candidato presidencial, y eso se filtra cada tanto a la opinión pública
para escándalo de los peronistas. Que prometen venganzas. Todos presienten el
nuevo plan de la patrona de Balcarce 50, que precisará de un chivo expiatorio
color naranja para zafar de la responsabilidad histórica de haberle hecho
perder al peronismo su mítico bastión. Si Cambiemos gana el ballottage, ella
intentará probar que no perdió y que el desastre fue responsabilidad exclusiva
del sciolismo. A continuación, buscará esterilizar las rebeliones internas, ser
la jefa de la oposición, negociar causas judiciales a cambio de gobernabilidad
e instalar la idea de que "con Cristina estábamos mejor". El pánico
ultrakirchnerista le dibuja un helicóptero en la frente a Mauricio Macri:
muchos de sus militantes conspirarán desde el primer día y lo harán bajo la
coartada de estar llevando a cabo una "heroica resistencia" contra la
"derecha".
Ese relato agazapado tiene dificultades. Cristina logró
adaptar la realidad a sus deseos, pero siempre lo hizo gracias a la chequera. Y
en el movimiento de Perón forman fila para reemplazarla después del 10 de
diciembre; bajo su conducción -recuerdan- el peronismo perdió tres veces en la
provincia: De Narváez, Massa y Vidal la doblegaron. Las primeras dos fueron
graves advertencias pésimamente evaluadas; la tercera fue la vencida: se
perdieron el castillo, el territorio y la caja. Una hecatombe. El asunto de la
"derecha" es también problemático. El 90% de los argentinos se
considera de centro. Eso explica por qué ninguna fuerza puede triunfar si no
encarna un centrismo inclasificable: peronismo, radicalismo y macrismo tienen,
en ese sentido, la misma característica. Que es un signo netamente nacional y
que desconcierta tanto a los observadores extranjeros. Aquí todos comparten hoy
la idea de un desarrollismo con matices, y sólo discuten su praxis. Frondizi
triunfó, y será difícil que alguien saque los pies de ese plato. Si estos
cirujanos heterodoxos acertarán y si el paciente entenderá su enfermedad
crónica, es harina de otro costal.
La campaña del miedo tuvo como mérito iluminar el pavoroso
campo minado de una sociedad clientelar extendida. Esa vasta geografía es como
el conurbano; se lo puede dividir en cordones. En el primero de ellos están,
por supuesto, los funcionarios y los militantes rentados. Son cientos de miles
y temen ahora el brusco desempleo. Salir al mundo real, después de doce años de
canilla libre, es un shock. Para esta burocracia política la
"emancipación" quedó reducida en dos semanas a la revolución por el
despacho y la secretaria. También se han acostumbrado al calorcito del poder
lúmpenes de toda laya, que han sido prohijados por distintos organismos y
organizaciones. Muchos son especialistas en extorsión callejera y algunos
incluso tienen portación de armas para "defender el proyecto".
Allí se han sembrado vientos y hay peligro de tempestades.
Ciertos habitantes del Estado lloran y pronostican por las redes las siete
plagas que nos arrasarán si gana Macri. Los ayudan en esa generación de
solidaridad y de psicosis colectiva los integrantes del segundo cordón, donde
hay científicos, profesores, periodistas, artistas de variedades y contratados
diversos que han sido beneficiados por cargos y subsidios caudalosos. Parece
improbable que las pesadillas profetizadas se vuelvan realidad, pero la
sobrerreacción desnuda también que aquí todo el mundo cree merecer lo que tiene
y que nadie se siente en el deber de dar explicaciones al contribuyente sobre
su rendimiento. El Gobierno invirtió en ciencia, técnica, cultura y educación,
lo cual es muy encomiable. Pero jamás midió la contraprestación. El caso más
flagrante es el educativo, donde a pesar de los millones que llovieron se
registró una desesperante degradación de la escuela pública. Estos fallidos se
verifican en otros ámbitos, siempre libres de inspección: si un gobierno
quisiera hoy mejorar un hospital sería de inmediato denunciado por ser enemigo
de la medicina. Esta clase de grotesca extorsión conceptual hizo que durante
esta década muchos agentes directos o indirectos de la administración pública
ganaran bien y a la vez que el Estado fuera profundamente deficiente, causa
fundamental por la cual los más humildes cancelaron el ciclo peronista en la
provincia de Buenos Aires.
La propensión a entregar fondos y a desatender la gestión en
círculos de elite revela la verdadera intención política: formar un
clientelismo intelectual. Que ponga la cara por su benefactora en los momentos
cruciales y que predique en su nombre. Defienden un modelo que no sacó a los
pobres de la pobreza, sino que los cristalizó en ella con dádivas y
dependencia. La Argentina prebendaria consiste en repartir muletas con el sello
Presidencia de la Nación, pero jamás enseñarles a caminar libremente a los
ciudadanos. No es negocio. Y esa modalidad de adictos a la teta estatal con
fantasías de abstinencia alcanza también el tercer cordón, donde hay clientes
apolíticos del medio pelo e incluso de las clases más acomodadas: a unos se los
ha incentivado para que no ahorren y a otros se les ha subvencionado el consumo
para que vivan en la plata dulce. Estos últimos han viajado mucho durante estos
años. Son, imaginariamente, los que climatizan sus piscinas con gas subsidiado,
les importa un bledo el precio de las garrafas y pondrán el grito en el cielo
si alguna vez les aumentan las tarifas. Burdos príncipes de diversa índole que
defienden sus privilegios. Cristina los "empoderó" también a ellos,
que estos días andaban histéricos con las campañas sucias, que les gritaban a
sus parientes y amigos si éstos optaban por el cambio y que propagaban
múltiples delirios: homófobos de toda la vida, algunos de ellos estaban
ridículamente preocupados porque habían leído en Facebook que Macri daría
marcha atrás con el matrimonio igualitario.
No hay consciencia de que una vez más la Argentina vivió por
encima de sus posibilidades. Que desde 2001 nos endeudamos en un equivalente a
100.000 millones de dólares, que no nos quedan reservas en el Banco Central y
que Cristina lega un rojo fiscal como el que nos regaló Galtieri después de las
Malvinas. Nada de eso importa. El dinero del Estado lo pone Dios y por lo tanto
es infinito. En los noventa nos hiperendeudamos para no ver esta realidad, y
hoy emitimos y despilfarramos irresponsablemente con aquel mismo negacionismo
imbécil. Campea ahora, como si no hubiéramos aprendido nada, un pensamiento
mágico según el cual Scioli puede evitar el destino de Dilma y mantener el dispendio.
Y en la vereda de enfrente, también cunde un pensamiento mágico según el cual
Macri logrará prender de pronto la luz de la República y todo se resolverá
milagrosamente. Debemos cuidarnos mucho de nosotros mismos.
0 comments :
Publicar un comentario