Por Jorge Fernández Díaz |
"Si la montaña viene hacia ti, ¡corre! Es un
derrumbe." El falso aforismo de Les Luthiers parece escrito para la
poderosa corporación justicialista, que vive inéditos momentos de
descascaramiento y de naufragio, y que protagoniza verdaderos actos de vileza.
Cuentan que en algunas zonas del conurbano ciertos burócratas se escapan
llevándose computadoras de las escuelas municipales, televisores de los
hospitales públicos, escritorios de las oficinas y bancos de plaza para adornar
sus jardines, donde pasarán algunos años pensando quién les hizo perder su gran
negocio.
Los generales, acorralados por los demandantes soldados de su aparato,
intentan nombrarlos a todos en la administración pública para evitarles a
último momento la intemperie y para salvarse a sí mismos de ser linchados:
prometieron el paraíso del peronismo eterno y no podrán cumplir. Algunos
barones enchufan también a sus amigos y familiares, y dejan tierra arrasada
para sus sucesores. Se inspiran, como es natural, en las horas infames del
Titanic y en la descortesía de los cristinistas, que se retiran suponiendo de
máxima que la oposición los raleará y de mínima que el ex motonauta tratará de
sacárselos de encima. Las escenas de la provincia de Buenos Aires tienen, sin
embargo, una lectura más grave: allí la hecatombe que podía suceder ya ha
tenido lugar y es irreversible. Resulta ingenuo pensar que esta corporación
hegemónica fue derrotada por "una chica con cara de Heidi" y por
algunos curitas del papa Francisco, así como no es posible creer que la Unión
Soviética sucumbió bajo el mero hostigamiento de Occidente: hubo entonces
repudio a la ineficiencia estatal, consecuente fatiga civil y fuerte necesidad
de un cambio. La historia enseña que los regímenes largos e imbatibles son
habitualmente derrotados por sí mismos. Implosionan.
Si eventualmente ganara el ballottage, Daniel Scioli se
encontraría con un escenario original y perturbador: la provincia y la ciudad
de Buenos Aires, Santa Fe, Córdoba, Mendoza, Corrientes, Jujuy, Neuquén, Río
Negro y Chubut están en manos de fuerzas opuestas al kirchnerismo. El
ajedrecista de Villa La Ñata se vería inexorablemente obligado a consensuar con
esos gobernadores las grandes líneas políticas y económicas del país, y no
podría evitar tampoco un proceso de cuestionamiento y deliberación en las
entrañas del propio peronismo. Es allí donde sordos ruidos oír se dejan: nadie
mejor que un peronista para olfatear los epílogos de un ciclo y la nueva
dirección de los vientos.
Si el ganador resultara Mauricio Macri la crisis pejotista
sería aún más precipitada y evidente. Pero el concepto "nueva renovación
peronista" no sólo está instalado como objetivo en las cabezas de Massa y
De la Sota; ya penetró en muchos caciques y militantes del Frente para la
Victoria, aunque el asunto se mantiene en sordina por el suspenso de la campaña
electoral y también porque aún se temen los viejos latigazos de la patrona de
Balcarce 50. Pero cuidado: para las urnas faltan apenas siete días y para el
fin del mandato, tan sólo 25. Importantes dirigentes del oficialismo ya piensan
cómo reconfigurar ese movimiento y, por lo tanto, se hacen una pregunta de
fondo que resulta inquietante: ¿dónde, cuándo, en qué recodo de la historia nos
extraviamos?
Esta incipiente autocrítica murmurada es fundamental para
todo el arco político y compete muy especialmente a los simpatizantes del
frente Cambiemos. De poco valdría que se efectivizara una alternancia y que los
opositores lograran gobernar hasta el último día, si al final de esa rara
epopeya histórica los aguardara un peronismo vengativo que barriera con todo y
que recomenzara la apropiación indebida del Estado y la pesadilla de la
destrucción institucional. La clase política entera intenta reaprender de esta
experiencia que se va apagando. Y por eso ya se presiente el regreso de un
cierto sistema bipartidista. Que tiene, por supuesto, muchos enemigos. Para los
cristinistas ésa es una miserable salida partidocrática y burguesa, que lesiona
su carácter "revolucionario". Para los antikirchneristas más acérrimos,
esa alternativa debe olvidarse puesto que el peronismo es incapaz de jugar su
rol republicano. Los últimos sueñan con un imposible: lisa y llanamente la
agonía peronista. Los primeros se colocan en un lugar irreductible y
autoritario que ha dañado seriamente la dificultosa evolución del
justicialismo. Unos y otros olvidan dos asuntos primordiales: el partido de
Perón y la democracia republicana fundada por Alfonsín son dos hechos
fatalmente ineludibles de la política argentina. Lo único que se puede hacer
con ellos es tratar de armonizarlos.
La gran dama no encuentra todavía su sitio en este tablero.
No le hace bien a la democracia ni a sus seguidores ni mucho menos a sí misma
que una ex presidenta constitucional tenga como único proyecto la presión o la
conjura. En consonancia con sus discursos y amenazas sobre el dogma cristinista
y también sobre el helicóptero, sus muchachos no se privan de susurrar que
acorralarán a Scioli y que tratarán de manejarlo como un títere, o que
trabajarán directamente para la caída de Macri, a quien le dan un año sobre el
potro, a ojos de buen cubero. Denunciadores a repetición de destituciones
fantasmales que nunca se hicieron realidad, insinúan ahora un delirante pero
perverso carapintadismo militante, que Cristina Kirchner debería cortar de
cuajo. Ella sabe muy bien la manera en que algunos de sus
"compañeros" echaron leña al fuego para profundizar la crisis en la
que se quemó la última coalición opositora.
El destino político del kirchnerismo no puede consistir en limar
al nuevo gobierno democrático mientras éste arregla las cuentas, ni que sus
legisladores sean obstruccionistas absolutos de lo que el pueblo votará el 22
de noviembre, ni labrar sabotajes sociales diversos ni apostar únicamente a una
catástrofe, dado que toda esa estrategia lo colocaría directamente en la
marginalidad. ¿Perdonaría la sociedad atenta una defección de ese tamaño en un
momento tan delicado de la historia y de la economía? A Menem no se lo perdonó.
Se equivoca Cristina al suponer que no estará involucrada en la próxima era: su
herencia permanece muy fresca en el imaginario popular, y siempre se espera de
un ex jefe de Estado colaboración leal y no boicot permanente, mucho más
durante estos desafiantes tiempos en los que las urnas imponen diálogo
constructivo y respeto. La Presidenta, mal que le pese a ella y a sus más
enconados antagonistas, navega también dentro de este barco. Y el candidato del
frente Cambiemos ha dicho que precisará del kirchnerismo para gobernar: no es
retórica sino crudo realismo. Algunos de sus votantes piensan, sin embargo, que
Cristina debería contentarse simplemente con una celda. Ella está obligada
moral e institucionalmente, como cualquier ex mandatario de la Tierra, a
defenderse en eventuales juicios justos, pero eso no le quita un papel
solidario con la república. Ahora bien, ¿su orgullo se lo permitirá? A ese
defecto personal precisamente le adjudican, dentro del peronismo, sus grandes
tropiezos en la toma de decisiones. "La tolerancia es tan necesaria en política
como en religión; sólo el orgullo es intolerante -decía Voltaire-. Es el
orgullo quien rebela los espíritus, queriéndolos forzar a pensar como nosotros;
es el origen secreto de todas las divisiones."
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