El candidato oficial
busca dar el golpe en el debate.
Macri
apuesta a un cero a cero.
Por Roberto García |
Unos piensan que Daniel Scioli, mañana, saldrá del closet
cristinista en el debate. O que se hará más kirchnerista.
Se puede calzar
cualquiera de las dos vestimentas, hacerse Kiss, difícilmente altere las
tendencias: está retrasado para cualquier decisión. Más que ambiguo, cosecha
tardía.
Y poco imaginativo, a menos que alguien suponga que la creatividad
política o publicitaria pasa por insultar a un posible socio (como hizo
Kicillof con Massa), agraviar al titular de la Corte Suprema (como hizo
Bonafini con Lorenzetti) o descalificar al médico Albino por pertenecer al Opus
o al empresario Aranguren por haber trabajado en una empresa holandesa. Con
esos elementos, para ciertos gustos puede lucirse en una porfía oral, no ganar
una elección.
Nada diferente a un Mauricio Macri al que la fortuna le ha
sonreído repentinamente en los últimos dos meses, quien aspira a que el
resultado del duelo sea un empate, un cero a cero sin que nadie se lastime. Lo
demás vendrá por añadidura, como si las tortillas –diría el General– se
pudieran hacer sin romper los huevos. Es lo que trasciende de su personalidad,
aunque haya quienes voceen una leyenda insinuante, cargada de intrigas, para
sus primeros cien días de gobierno: no se olviden de Cristina, reza la
misteriosa presunción de algunos. Creen que esa convicción escrita durará más o
menos lo que les sirvió Menem a los Kirchner, casi un negocio. Salvo fenómenos
extraños de la naturaleza, lo de mañana y lo del otro domingo ya parecen
cerrados, resta contar y ver lo que vendrá en diciembre. Mientras, ocurren
otros hechos que deben observarse, como si la memoria colectiva no reparase en
ellos.
Por ejemplo, luego de las tomas de tierras y ocupaciones de
viviendas en Merlo, esta semana, nadie recordó que desde ese territorio y bajo
la tutela del mismo jefe político se movilizó gente, hubo saqueos a
supermercados y protesta social contra Fernando de la Rúa en los finales de
2000 y albores de 2001. No fue, claro, el único lugar de la geografía
bonaerense que produjo manifestaciones en contra de aquella administración
aliancista, mucho menos la determinación de un solo personaje menor la que
acabó con el gobierno constitucional: había otros mandantes. Aunque diferentes
en el ejercicio, el episodio de antaño y el actual son advertencias de un mismo
criterio: servirse de la calle, de su dominio y alboroto, para imponer una
conveniencia política que no fue justamente la que decidió el sufragio popular.
Siempre están los punteros para organizar esta maquinaria de reparto forzado,
aprovechadores de la miseria y, mucho más, persiste la necesidad de ciudadanos
excluidos que pugnan por dormir sobre la tierra cubiertos por un nailon.
Tal vez impide la relación histórica de estos hechos
traumáticos, el Merlo de hoy con el de ayer, en cierta creencia general de que
De la Rúa se escapó como Sobremonte: sin llevarse el tesoro, claro. Hasta lo
dijo Cristina hace pocos días, al aludir a la imagen de aquella partida en
helicóptero de la Casa Rosada, burlándose Ella y olvidando que a la otra viuda
peronista, María Estela Martínez, los militares la sacaron del mismo modo. Es
sospechosa tanta ligereza interpretativa: un episodio se reconoce como golpe de
Estado y el otro, como la fuga de un gobierno incompetente (lo que no significa
que fuera competente).
Nadie que tuvo protagonismo en aquellos años de la Alianza,
principal o secundario, de dirigentes políticos a gobernadores, de empresarios
a sindicalistas, ignora que la caída institucional obedeció a una trama mucho
más elaborada en la que peronistas y radicales (léase Eduardo Duhalde y Raúl
Alfonsín) no fueron ajenos. Se repitió luego, unos días después, cuando Adolfo
Rodríguez Saá –empeñado con el gremialismo ortodoxo y organizaciones de
derechos humanos– imaginó que su transición temporaria podía extenderse varios
años. Cándido y voraz. Allí la confabulación, también con movimientos de
protesta, fue mucho más expuesta y urgida, más tarde Duhalde terminó asumiendo
bajo la advocación de Alfonsín: “Póngale el culo a la jeringa”.
Ningún complot, entonces, hubiera sido efectivo si alguien
no hubiera ganado la calle. Hasta el desastre inclusive de provocar muertos en
el idus de De la Rúa. Una incidencia funesta que trastornó luego a Néstor
Kirchner en su gestión, atormentado con la posibilidad de que algún partido o
sector ocupara la calle en su mandato, la escriturara en su contra. De ahí el
pánico que le provocó la insurgencia del campo y su propósito manifiesto por
generar sus propios núcleos sociales de apoyo. El matrimonio, por lo tanto, más
allá de helicópteros y partidas, de lo que Ella declare en el balconcito de
Julieta, sabe de aquellos acontecimientos no sólo por palpitarlos en platea
preferencial, sino por una participación informativa que habilitaba Duhalde y
en la cual los Kirchner eran más que privilegiados testigos.
Réplicas. Revisiones aparte o jueces paralizados en la
pesquisa histórica, lo que interesa ahora es la eventual propagación de
episodios semejantes al de Merlo, ingenuamente aceptado como una localización
especial. Amén de ocupaciones, el retiro de algunos intendentes, la continuidad
de otros, en la provincia de Buenos Aires se abre un espectro de presiones y
negociaciones arduas en las que ganar la calle se vuelve fundamental. Es un
ariete. Por disponer de cuerpos para todo servicio de reivindicación, hacer
huelgas o paros, obtener subsidios, aportes para completar obras que suspendió
el actual gobierno o, también, para pagar el aguinaldo. Como si los desposeídos
de la provincia fueran una fuerza inaudita y amenazadora y no, como dice el
Gobierno, apenas un mínimo porcentaje de la población.
Por ese distrito bonaerense, otra vez, habrá de pasar parte
de los grandes conflictos del país, muchos de ellos, como los de Merlo de ayer
y de hoy, complicados en la política y, según los vientos, interesados en
apresurar o retardar acontecimientos de acuerdo a los dividendos. Nada parece
cambiar aun en el cambio, y a la nueva gobernadora ya la reducen por linda,
rica y joven, caracterización descalificadora de un intelectual del kirchnerismo
que repite lo que tantos expresan (aun en el macrismo). Como si el resultado
electoral tampoco modificara el intrínseco y reiterado pensamiento de que allí
anida, todavía, el huevo de la serpiente. Preocupación para María Eugenia
Vidal, más para quien ocupe la Casa Rosada.
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