sábado, 28 de noviembre de 2015

Carrera de obstáculos

La cadena de disgustos no le dio margen para disfrutar 
al mandatario electo. Las siete claves.

Por Roberto García
Ni un minuto de alegría pudo disfrutar Mauricio Macri en su primera semana de presidente electo, justo cuando algún gurú le sugiere transmitir esa emoción gratificante a la mayoría de la población:

1. Lo sorprendió la Corte Suprema con un cañonazo al presupuesto de incalculable dimensión, el mismo que sus señorías no se habían atrevido a disparar durante la administración kirchnerista; amargo reproche para la oportunidad del fallo, el protagonismo de Ricardo Lorenzetti que siempre cuestiona Elisa Carrió y el desapego del cuerpo por saber cómo habrá de pagarse esa deuda gigantesca a tres provincias. Por más que sea a derecho.

2. Otro torpedo de destrucción masiva fue la aprobación exprés de 96 proyectos de ley poco conocidos en una sola sesión de Diputados y a libro cerrado, operativo de Cristina –quien nunca se había interesado en impulsar esas normas– de costo impreciso para el futuro gobierno, un delicioso obsequio para la militancia oficial que piensa forjar la revolución que no hicieron con los Kirchner y la izquierda que estuvo pegada al nuevo ministro de Economía, Alfonso Prat-Gay (Humberto Tumini, Victoria Donda). Además del dogma, algunas leyes ayudarán a financiar las agrupaciones.


3. El déficit emocional de Macri se alargó cuando pasó por Olivos para entrevistarse con la mandataria, encuentro gélido, ofensivo hasta la ponzoña de quien se retira, formal e insignificante como interrogar sobre la cantidad de invitados que tenía en la cabeza para la ceremonia de asunción, cuestión a cargo de cualquier secretario. Ni un gesto amistoso, se asombró el visitante; cándido, debió creer que ciertas especies cambian su estirpe. Menos ahora que Ella espera instalar una conducción opositora colegiada en el peronismo compartiendo –es una forma de decir– responsabilidad con un gobernador, un legislador y un sindicalista.


4. También inesperadas fueron las fricciones en la semana con el radicalismo desde que decidió desertar, casi inexplicablemente, Ernesto Sanzese aborto dialoguista tuvo que continuarlo Enrique Nosiglia, factótum de la entente con el Pro, para recomponer relaciones, negociar y cubrir cargos. Notable la vigencia de Nosiglia, también la de su colega Jesús Rodríguez en este esquema y, en la inmediatez de Macri, como discreto consejero a lo largo de los años, el peronista Carlos Grosso, lejos de los reflectores, seguramente porque le dañan los ojos.

5. Escasa gracia, además, le provocaron a Macri las versiones, confirmadas por Ella, de que el escrutinio definitivo achicaba las diferencias en votos con Daniel Sciolicasi como si hubiera empatado los comicios y con el mítico albur de que no deberían irse. Se enteró el ingeniero de que, ahora, en la Casa Rosada, le objetan a Scioli la premura con la cual reconoció la derrota el domingo pasado, otra imprudencia más del candidato –dicen– cuando sólo se llevaba contado el 50% de las mesas. Si a Macri le fue mal con Cristina en su entrevista, el lunes a Scioli le había ido peor. Tan intenso ha sido el rumoreo conspirativo sobre el cambiante resultado, que el vencido hace pocas horas debió decir que se había anticipado en admitir los guarismos de la derrota “para evitar disturbios”. Gracioso: como si esos eventuales “disturbios” fueran impulsados por el macrismo. Algo raro ha pasado con el ejercicio numérico, con sus intereses políticos, si hasta Alejandro Tullio renunció al cargo antes que otros funcionarios.

6. Sombría perspectiva le genera a Macri el obvio propósito de “ganar la calle” por parte de las organizaciones paragubernamentales llamadas “sociales” que organizan para el día de su asunción. Se extasían con la idea de imponer, en esa jornada histórica del 10 de diciembre, un cordón sanitario entre el gobierno “filoempresario” y el “pueblo” que juran representar en la celebración de los que se van para volver frente a concurrentes espontáneos que sólo saludarán a los que les toca gobernar. Clima belicoso antes de empezar, que tendría su ensayo el próximo viernes 4, cuando la fracción camporista sueña con cerrar para ellos la Plaza del Congreso antes del juramento de los nuevos legisladores. Como si se apoderaran del Parlamento.

7. Tampoco auxilió a Macri la designación de su futuro gabinete, un anuncio controversial y con puntuales tropiezos de gente que iba a ser y que no fue. Y otra que designaron y hubo que bajarla. Hugo Moyano fulminó en Trabajo a Jorge Lawson, un cordobés que venía motivado por alguien cercano a José Manuel de la Sota, el empresario Horacio Miró, allegado al mundo de la Unión Obrera Metalúrgica. Su rayo demoledor no alcanzó para impedir el ascenso de Jorge Triaca, quizás porque el gremialista se preocupa mucho más por la integración del Ministerio de Transporte, su obsesión preferida: postula, como hizo con Néstor Kirchner, a un hombre para dominar la cúpula junto a Guillermo Dietrich. Fracasó también el dominio supuesto de Guillermo Montenegro, hombre de Gabriela Michetti, al que reducen cuando se lo suponía en la cima de Seguridad: ciertas amistades en el mundo oscuro de la Justicia paralela y mediaciones sospechosas lo golpearon y le abrieron paso a Patricia Bullrich, con un plan a cumplir, quien tampoco entusiasmaba a Emilio Monzó para conservarla en Diputados. La continuidad del ministro Lino Barañao en Ciencia y Técnica se explica no sólo por lo que afirma Macri, un técnico que cumple bien sus funciones, sino por el peso y la opinión de los laboratorios que más ayudaron al próximo mandatario, especialmente uno que estuvo ligado al firmamento de los Kirchner. Poco cambia. Hubo, a su vez, una tregua razonable entre Prat-Gay en Economía y ahora Carlos Melconian en el Banco Nación: finalmente, tienen tantos bonos por emitir, tanta plata prestada por conseguir –misión descontada como exitosa para Luis “Toto” Caputo, un ex del Deutsche que no es Nicki, el empresario hermano de Mauricio–, que no vale una misa el pleito personal. A Macri, se admite, no le dejan un campo minado como sostenían los optimistas, sino tierra arrasada, como Stalin a Hitler. O Belgrano a los realistas, por ser nacional y popular.

Demasiadas malas noticias que no se esquivan con meditación, ofrendas a Gandhi o a Mandela, y que lastiman el colon irritable de cualquiera, más de aquellos que son presidentes. Le pasa al ingeniero, quien ha perdido varios kilos con la dieta, le pasó gravemente a Kirchner. Pero ése es un tema controlable, específico, para Nelson Castro.

© Perfil

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