La cadena de disgustos no le dio margen para
disfrutar
al mandatario electo. Las siete claves.
Por Roberto García |
Ni un minuto de alegría
pudo disfrutar Mauricio
Macri en su primera semana de presidente electo, justo
cuando algún gurú le sugiere transmitir esa emoción gratificante a la mayoría
de la población:
1. Lo sorprendió la Corte
Suprema con un cañonazo al presupuesto de incalculable dimensión, el
mismo que sus señorías no se habían atrevido a disparar durante la
administración kirchnerista; amargo reproche para la oportunidad del fallo, el
protagonismo de Ricardo Lorenzetti que siempre cuestiona Elisa Carrió y el
desapego del cuerpo por saber cómo habrá de pagarse esa deuda
gigantesca a tres provincias. Por más que sea a derecho.
2. Otro torpedo de
destrucción masiva fue la aprobación
exprés de 96 proyectos de ley poco conocidos en una sola sesión de
Diputados y a libro cerrado, operativo de Cristina –quien nunca se
había interesado en impulsar esas normas– de costo impreciso para el futuro
gobierno, un delicioso obsequio para la militancia oficial que piensa forjar la
revolución que no hicieron con los Kirchner y la izquierda que estuvo pegada al
nuevo ministro de Economía, Alfonso Prat-Gay (Humberto Tumini, Victoria Donda).
Además del dogma, algunas leyes ayudarán a financiar las agrupaciones.
3. El déficit emocional
de Macri se alargó cuando pasó por
Olivos para entrevistarse con la mandataria, encuentro gélido,
ofensivo hasta la ponzoña de quien se retira, formal e insignificante como
interrogar sobre la cantidad de invitados que tenía en la cabeza para la
ceremonia de asunción, cuestión a cargo de cualquier secretario. Ni un
gesto amistoso, se asombró el visitante; cándido, debió creer que ciertas
especies cambian su estirpe. Menos ahora que Ella espera instalar una
conducción opositora colegiada en el peronismo compartiendo –es una forma de
decir– responsabilidad con un gobernador, un legislador y un sindicalista.
4. También inesperadas
fueron las fricciones en la semana con el radicalismo desde que decidió
desertar, casi inexplicablemente, Ernesto Sanz; ese aborto
dialoguista tuvo que continuarlo Enrique Nosiglia, factótum de la entente con
el Pro, para recomponer relaciones, negociar y cubrir cargos. Notable la
vigencia de Nosiglia, también la de su colega Jesús Rodríguez en este esquema
y, en la inmediatez de Macri, como discreto consejero a lo largo de los años,
el peronista Carlos Grosso, lejos de los reflectores, seguramente porque le
dañan los ojos.
5. Escasa gracia,
además, le provocaron a Macri las versiones, confirmadas por Ella, de que el escrutinio
definitivo achicaba las diferencias en votos con Daniel Scioli, casi
como si hubiera empatado los comicios y con el mítico albur de que no deberían
irse. Se enteró el ingeniero de que, ahora, en la Casa Rosada, le
objetan a Scioli la premura con la cual reconoció la derrota el domingo pasado,
otra imprudencia más del candidato –dicen– cuando sólo se llevaba contado el
50% de las mesas. Si a Macri le fue mal con Cristina en su entrevista, el lunes
a Scioli le había ido peor. Tan intenso ha sido el rumoreo conspirativo sobre
el cambiante resultado, que el vencido hace pocas horas debió decir que se
había anticipado en admitir los guarismos de la derrota “para evitar
disturbios”. Gracioso: como si esos eventuales “disturbios” fueran impulsados
por el macrismo. Algo raro ha pasado con el ejercicio numérico, con sus
intereses políticos, si hasta Alejandro Tullio renunció al cargo antes que
otros funcionarios.
6. Sombría perspectiva
le genera a Macri el obvio propósito de “ganar la calle” por parte de las
organizaciones paragubernamentales llamadas “sociales” que organizan para el
día de su asunción. Se extasían con la idea de imponer, en esa jornada
histórica del 10 de diciembre, un cordón sanitario entre el gobierno
“filoempresario” y el “pueblo” que juran representar en la celebración de los
que se van para volver frente a concurrentes espontáneos que sólo saludarán a
los que les toca gobernar. Clima belicoso antes de empezar, que
tendría su ensayo el próximo viernes 4, cuando la fracción
camporista sueña con cerrar para ellos la Plaza del Congreso antes
del juramento de los nuevos legisladores. Como si se apoderaran del Parlamento.
7. Tampoco auxilió a Macri la designación de su futuro gabinete, un anuncio controversial y con puntuales tropiezos de gente que iba a ser y que no fue. Y otra que designaron y hubo que bajarla. Hugo Moyano fulminó en Trabajo a Jorge Lawson, un cordobés que venía motivado por alguien cercano a José Manuel de la Sota, el empresario Horacio Miró, allegado al mundo de la Unión Obrera Metalúrgica. Su rayo demoledor no alcanzó para impedir el ascenso de Jorge Triaca, quizás porque el gremialista se preocupa mucho más por la integración del Ministerio de Transporte, su obsesión preferida: postula, como hizo con Néstor Kirchner, a un hombre para dominar la cúpula junto a Guillermo Dietrich. Fracasó también el dominio supuesto de Guillermo Montenegro, hombre de Gabriela Michetti, al que reducen cuando se lo suponía en la cima de Seguridad: ciertas amistades en el mundo oscuro de la Justicia paralela y mediaciones sospechosas lo golpearon y le abrieron paso a Patricia Bullrich, con un plan a cumplir, quien tampoco entusiasmaba a Emilio Monzó para conservarla en Diputados. La continuidad del ministro Lino Barañao en Ciencia y Técnica se explica no sólo por lo que afirma Macri, un técnico que cumple bien sus funciones, sino por el peso y la opinión de los laboratorios que más ayudaron al próximo mandatario, especialmente uno que estuvo ligado al firmamento de los Kirchner. Poco cambia. Hubo, a su vez, una tregua razonable entre Prat-Gay en Economía y ahora Carlos Melconian en el Banco Nación: finalmente, tienen tantos bonos por emitir, tanta plata prestada por conseguir –misión descontada como exitosa para Luis “Toto” Caputo, un ex del Deutsche que no es Nicki, el empresario hermano de Mauricio–, que no vale una misa el pleito personal. A Macri, se admite, no le dejan un campo minado como sostenían los optimistas, sino tierra arrasada, como Stalin a Hitler. O Belgrano a los realistas, por ser nacional y popular.
7. Tampoco auxilió a Macri la designación de su futuro gabinete, un anuncio controversial y con puntuales tropiezos de gente que iba a ser y que no fue. Y otra que designaron y hubo que bajarla. Hugo Moyano fulminó en Trabajo a Jorge Lawson, un cordobés que venía motivado por alguien cercano a José Manuel de la Sota, el empresario Horacio Miró, allegado al mundo de la Unión Obrera Metalúrgica. Su rayo demoledor no alcanzó para impedir el ascenso de Jorge Triaca, quizás porque el gremialista se preocupa mucho más por la integración del Ministerio de Transporte, su obsesión preferida: postula, como hizo con Néstor Kirchner, a un hombre para dominar la cúpula junto a Guillermo Dietrich. Fracasó también el dominio supuesto de Guillermo Montenegro, hombre de Gabriela Michetti, al que reducen cuando se lo suponía en la cima de Seguridad: ciertas amistades en el mundo oscuro de la Justicia paralela y mediaciones sospechosas lo golpearon y le abrieron paso a Patricia Bullrich, con un plan a cumplir, quien tampoco entusiasmaba a Emilio Monzó para conservarla en Diputados. La continuidad del ministro Lino Barañao en Ciencia y Técnica se explica no sólo por lo que afirma Macri, un técnico que cumple bien sus funciones, sino por el peso y la opinión de los laboratorios que más ayudaron al próximo mandatario, especialmente uno que estuvo ligado al firmamento de los Kirchner. Poco cambia. Hubo, a su vez, una tregua razonable entre Prat-Gay en Economía y ahora Carlos Melconian en el Banco Nación: finalmente, tienen tantos bonos por emitir, tanta plata prestada por conseguir –misión descontada como exitosa para Luis “Toto” Caputo, un ex del Deutsche que no es Nicki, el empresario hermano de Mauricio–, que no vale una misa el pleito personal. A Macri, se admite, no le dejan un campo minado como sostenían los optimistas, sino tierra arrasada, como Stalin a Hitler. O Belgrano a los realistas, por ser nacional y popular.
Demasiadas malas noticias que no se esquivan con
meditación, ofrendas a Gandhi o a Mandela, y que lastiman el colon irritable de
cualquiera, más de aquellos que son presidentes. Le pasa al ingeniero, quien ha
perdido varios kilos con la dieta, le pasó gravemente a Kirchner. Pero ése es
un tema controlable, específico, para Nelson Castro.
© Perfil
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