Por Américo
Schvartzman
Apenas se conocieron los datos de la elección del domingo
pasado, se desató en las redes sociales una especie de renovada grieta. Los
contendientes acumulan argumentos (muchos notablemente banales) según los
cuales votar a Macri o a Scioli en el balotaje se convertiría en algo cercano a
la traición a la patria.
Uno de los rasgos comunes en los razonamientos de ambas
legiones es que el voto en blanco favorece al eventual enemigo: cualquiera que
se atreva a defender esa opción (que es legal y válida pero también,
reconozcámoslo, inocua cuando se elige un solo cargo) es automáticamente
acusado por el otro bando de favorecer a su adversario. Algunas personas
presentan el triunfo del odiado adversario como una catástrofe de consecuencias
inéditas e irreparables.
Pero ¿se puede mirar el 22 de noviembre con más calma?
Creo que sí.
Entre las principales razones para no dramatizar tanto, hay
que señalar que sea quien sea el que gane el que resulte electo Presidente, no
podrá hacer lo que quiera: el Congreso ya está conformado y eso no se
modificará hasta 2017. La mitad de las cámaras se eligió hace dos años, y la
otra mitad el domingo pasado. Y, como resultado de esos dos comicios, nadie
tiene mayoría absoluta ni –mucho menos– quórum propio.
La mayoría en el Senado está en manos del Frente Para la
Victoria, al igual que la primera minoría en Diputados. Si gana Macri, no podrá
–aunque quiera– revisar los avances de estos años, porque apenas controla 43
bancas de las 257. Si gana Scioli, será el primer peronista que gobierne el
país sin la provincia de Buenos Aires, sin la Capital y sin mayoría propia.
Interesantísimo escenario. Quizás obligue a todos y todas a madurar.
Otro rasgo dramático que algunos añaden al panorama, es la
presunta apuesta de la actual Presidenta a la "hipótesis Bachelet":
que gane Macri para que le vaya mal, para que el peronismo en la oposición
incendie el país, y eso le permita un supuesto retorno dentro de cuatro años
como salvadora de la Patria.
Quizás esa fantasía esté en los planes de la mandataria,
vaya uno a saberlo. Pero se le puede contraponer la "Ley Ciocca".
¿Qué es eso? Una anécdota del gran delantero uruguayo Aníbal
Ciocca. El DT de Nacional, el escocés William Reaside, explicaba en un pizarrón
cómo debía jugar el equipo, quién se la pasaba a quién, quién se la devolvía a
cuál, etc, hasta llegar al arco del adversario. En determinado momento de la
sucesión de pases, Ciocca levanta la mano y pregunta: “Dígame profesor… y los
contrarios ¿no juegan?”.
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