Por Manuel Vicent |
El espíritu humano está generando el sueño de colonizar
Marte como una escapatoria para el día, no tan lejano, en que este mundo se
convierta definitivamente en un basurero inhabitable.
Pero ese sueño no es sino una coartada para seguir destruyendo la Tierra impunemente con la excusa de que en el futuro habrá otro planeta de repuesto.
Pero ese sueño no es sino una coartada para seguir destruyendo la Tierra impunemente con la excusa de que en el futuro habrá otro planeta de repuesto.
Más allá de la conquista del sistema solar existe una
aventura galáctica menos complicada en la que todos podemos ser astronautas.
Bastaría con adecentar este mundo, el único que tenemos a mano, para que se
convirtiera en un planeta distinto al que se podría viajar sin salir de casa.
Solo en nuestra pequeña galaxia hay millones de mundos
semejantes a la Tierra que podrían albergar vida, pero es prácticamente
imposible que exista un lugar tan maravilloso en el universo donde se den a la
vez la sinfonía 41 de Mozart y el pan gallego, una escultura de Fidias y las
trufas color violeta del Perigord, los versos de Hörderlin y el balanceo felino
de una mulata caminando por la playa de Copacabana, una madona de Rafael y los erizos
de enero con vino del Rin, la serenidad de Sócrates ante la muerte y los
salmonetes de roca, la duda de Hamlet y la locura de Alonso Quijano.
Otro sueño que genera el espíritu humano es la existencia de
seres de otras galaxias que un día podrían venir a enseñarnos las fuentes de
una energía inimaginable.
Pero esos extraterrestres ya están aquí. Son esa gente
corriente que trabaja para que este planeta al que estamos condenados se
convierta en un hogar limpio y confortable.
Los pacifistas, los ecologistas, los naturistas, los
esforzados combatientes contra el cambio climático son los astronautas
extraterrestres en esta formidable empresa galáctica. Un viaje interestelar a
ese planeta fantástico se empieza depositando la basura reciclada en el contenedor
apropiado.
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