Por Germán Gegenschatz |
La decisión de Mónica López de cambiar de bando es poco
novedosa en la historia de la humanidad, aunque en lo doméstico tomó una
relevancia especial por estar cerca de la elección presidencial, y me hizo
repensar un evento de la larga historia de Roma.
Viriato fue un campesino que peleó en la zona de la actual
Portugal y sur de España, que las circunstancias lo convirtieron en un temible
enemigo de Roma en la conquista de España, hasta que fue asesinado en el 139
A.C.
Resulta que Viriato venció en batallas a todos los delegados
de Roma, y entonces decidió aprovechar sus triunfos para hacer la paz con el
Senado Romano, y así fue declarado amigo de los romanos, aunque esto no
significó que haya dejado de ser un enemigo de Roma. Inmediatamente el
gobernador Servilio Cepión compró tres lugartenientes de Viriato para
asesinarlo. Hecho el crimen los traidores van a cobrar y Servilio Cepión les
dijo: “Roma no paga traidores” y los mató a los tres. España, al poco tiempo,
fue conquistada por Roma.
Volviendo a nuestros días observamos que a Scioli, que
quiere conquistar Argentina, no le gusta la traición, y ha sido poco
contemplativo con quienes, por razones no confirmadas, abandonaron a Massa,
pese a que éste es una amenaza a sus fines. Darío Giustozzi por ejemplo, fue
obligado a competir en su distrito y perdió con Cascallares, lo que invita a
pensar que, más allá que Scioli pueda estar seduciendo oponentes o no, lo
cierto es que su respuesta es, salvando las distancias, del estilo de Servilio
Cepión.
El tema de la traición conmueve las conciencias de la
opinión pública. Denis Jembar e Yves Roucaute escribieron “Elogio a la traición
– Sobre el arte de gobernar por medio de la negación”. En este libro analizan
los efectos políticos de la traición y la negación. Justifican ambas con un
enfoque pragmático y realista: cambian las circunstancias, los contextos, las
relaciones de fuerzas y los políticos deben adaptarse si es que quieren obtener
y sostenerse en el poder. Y dan ejemplos de buenos resultados fruto de traiciones,
como la supuesta traición del rey Juan Carlos al legado de Franco entregando el
poder a Adolfo Suárez, un enemigo de Franco, y así proveen varios ejemplos para
señalar que los grandes estadistas son grandes traidores y negadores.
La obra a primera vista parece moralmente escandalosa, trata
a la ley y la diplomacia como “frutos maduros de la mentira”, afirman que la
traición está “en el centro mismo de nuestros modernos mecanismos
republicanos”. Ahora guarda con las condenas rápidas. Los autores sostienen que
la traición “no es una puerta abierta a los oportunismos: en efecto, la
traición encuentra sus límites en la elección. Cuando deja de ser pragmatismo
gubernamental y se convierte en mera práctica para perpetuarse en el poder,
cuando vuelve la espalda a las aspiraciones del elector, sufre una sanción.”
Creo que lo que Jembar y Roucarte toleran es la traición
personal entre quienes luchan por el poder, como si fuese un caso de robo entre
ladrones, y condenan la traición al elector diciendo: “Así, entre traición y
elección se establece un equilibrio frágil con el cual los políticos no pueden
jugar impunemente.” Hay un mensaje moral fuerte allí, aún dentro del permisivo
pragmatismo de la obra, los autores quizás sean, a su modo, moralistas por mera
conveniencia.
Entonces resulta que Servilio Cepión asesinó a los traidores
sin traicionar al elector romano que representaba, al final la península fue
dominada por Roma. Además se aprovechó de la acción de los traidores y los mató
por eso, castigando la conducta “inmoral” de traicionar la confianza de
Viriato. Julio César diría décadas después: “amo la traición, pero odio al
traidor”.
Para resolver el polémico caso de Mónica López, sugerimos
que hay traición cuando el interés personal está por encima de un compromiso asumido
públicamente, frente al elector en los términos de Jembar y Roucarte, y por
tanto trae consecuencias negativas desde el punto de vista práctico, porque
cuando el elector percibe que se prioriza el interés y el bien personal por
encima del interés y el bien común se produce la condena moral.
Creo que el poder tiene un componente de prestigio público
muy importante, la fidelidad a la representación asumida frente al elector es
la materia prima del prestigio y la confiabilidad. El prestigio se pulveriza
con la traición al elector. Ahí queda evidente el egoísmo típico que consiste
en instrumentalizar la política y el ejercicio del poder, orientándolos hacia
la obtención de un beneficio exclusivamente personal (corrupción), o de un
grupo (oligarquía), esto el elector suele condenarlo.
En definitiva, indudablemente la política y el poder tienen
una dimensión moral, aún en la brutalidad de Cipión hay un mensaje moral.
El pragmatismo bien entendido no se opone a la moral,
después de todo el hombre obedece más a la necesidad que a la obligación. La
traición al elector, sea por las razones que fuere, es condenada hasta por
Jembar y Roucarte, las otras “traiciones” pueden ser condenables, pero tienen
otro tribunal distinto a los electores como conjunto, y otras sanciones.
Es difícil concluir que Mónica López, y otros como ella,
tomaron la decisión de cambiar de espacio político para realizar el bien común
comprometido frente al elector. Quizás Roma sea, en definitiva, el pueblo de
Roma, y el pueblo, seguramente, no paga traiciones.
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