Por Roberto García |
Dentro del clima mortuorio que rodea a Cristina, y a Ella
misma, del recuerdo de las burlas
siniestras que le propinaba al helicóptero de De la Rúa o a la deserción
inapelable de Menem de participar en una segunda vuelta, ahora se vuelven en
contra. No es lo único: otras catástrofes se reservan. Pero antes corresponde
una observación: el rescate de alguien que casi anticipó el resultado de ayer y
al cual nadie avaló.
Aunque, por momentos, Macri actuó como si ese vaticinio
fuera cierta. El respeto entonces a Jaime Duran Barba, ese engolado ecuatoriano
que alguna vez dijo mimetizarse en el estagirita Aristóteles. Pero la política
y sus sorpresas, como la de ayer, habilita ese tipo de comparaciones que él
mismo se atribuyó.
No hubo un solo encuestador en todo el país que se
aproximara o admitiera el pronóstico de Duran Barba y su equipo, constituido
por otros dos colaboradores (Nieto y
Zapata).
En resumen, el ecuatoriano sostenía –con fuertes
resistencias en el mismo PRO– que el país políticamente se encaminaba a un
cambio radical y que esa transformación suponía separarse de cualquier vínculo
peronista, que esa tendencia constituía una suerte de mancha venenosa. O sea,
vulgarmente, pintarse de amarillo, evitar sociedades con otras fracciones de
ese corte, casi promovía un paradigma étnico. Planteaba que en esas condiciones
se llegaba a la segunda vuelta, distanciado Macri en segundo término de Scioli,
pero creciendo luego para ganar en la final.
Osada la teoría, al ingeniero lo tentó en principio aunque
luego se apartó debido a ciertas señales contrarias y terminó contrariando sus
propias opiniones y arropándose con Hugo Moyano y el Momo Venegas –entre otros
desvíos– estrenando un monumento a Perón. Casi un despropósito con el ideario
propuesto por Duran Barba. Aun así, cambiando como el nombre de su propio
emblema, el boquense más de una vez debe haber pensado sobre su futuro destino
individual, lejos de una eventual presidencia, lo mismo que hoy debe estar
meditando Scioli. Le ocurre a los elegidos: el estrellato o la cochería.
Quizás, obra de los focus group (reuniones y análisis con
ciudadanos de todos los niveles, sectores y orígenes), Duran Barba observó
mejor que nadie el continente revulsivo y opositor que se gestaba contra
Cristina Kirchner y su dominio arbitrario, el que nadie imaginaba modificarse
con el candidato sciolista, tan pertinaz en su devoción a la Casa Rosada.
Doble atrevimiento del ecuatoriano del Liceo estagirita, ya
que en su fuero interno mantiene admiración por la jactancia y la veneración de
Ella por el poder. Cierta humildad comprensible lo debe haber inhibido para
entender del todo que la gente, como en la tele, quería nominarla para que se
fuera de la casa. Aun así, fue el único que se arriesgó a tanto.
Tampoco, como nadie, pudo sospechar el turbión político que
se avecina sobre el oficialismo kirchnerista, el tobogán repentino que arroja
juntos en la caída a alguien que se va y a alguien que parece no puede llegar.
No solo ellos se equivocaron, una multitud alelada los acompaña, quienes se
sentían mayoría abrumadora y hoy –hasta el próximo 22 de noviembre– empiezan a
padecer el infierno de ser menos. Ya no importan los números reñidos de ayer,
el terremoto está instalado y las aspiraciones personales en la pirámide
política ya se jugaron en los cargos que la gente eligió. Hay otro interés. O
desinterés.
Sólo resta el amor para acompañar a Scioli y a Cristina en
la próxima elección, pero cuesta demandar ese cariño cuando no existe entre
ellos, diría seguramente Jaime Duran Barba.
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