Por Esteban Peicovich |
Este martes volviendo a mi cuartel de invierno sentí de
pronto corcovear el piso del planeta y venirse la noche a pleno día. Ni por
salud ni por edad. Un fenómeno de registro ambiguo. Algún que otro peatón
turbado como yo alzó la cabeza y paró su andar sin decir mus. Duró el instante
de un minuto. Luego se aquietó el piso y volvió la luz. Yo busqué un café y
recuperé la lógica normal.
Como el mozo no comentó nada evité perturbarlo. Por
lo que averigüé el episodio se viene repitiendo. Llega, latiguea aquí o allá, y
se esfuma sin despertar inquietud. Como la guerra mundial que serpentea en
puntuales países y en otros se sigue como una serie documental más. O como
nuestras elecciones que interesan mucho más en los medios que en la calle.
Tras meditarlo concluí que había sufrido una simbolitis, que
es (se me ocurre) cuando el cerebro razona con metáforas y los símbolos se
inflaman. Un quiebre mental que no duele. En mi caso agudiza la perplejidad y
tras breve “calma chicha”, también las ganas de escribir. Yo infiero que lo
vivido este martes lo causa la época. Que como animal hecho de tiempo que
somos, es factible sentir la onda expansiva de “tiempos” de otros sitios. Que a
cada terrícola le sucede igual por su veterana condición de serlo, aunque de
modo variable. A mi me aviva la inquietud por lo que sucede lejos y cerca. Una
sensación que me lleva de la inmortalidad del mosquito en la que me debato, a
pensar que la historia como va, no va. Que urge inventar otra forma de
representación. Que tal como fluye, la sociedad líquida no asegura navegación
social alguna. Que la mayoría de los líderes en ejercicio (o en carrera) no
tienen idea de donde están parados. Que miles de millones piensan a coro ¿qué
diablos hacen con el mundo? ¿qué está pasando?. Y no les responde nadie.
Tampoco aquí. El crimen público del millón de litros de
cianuro volcado por la Baring en el río Jáchal (y en gargantas de las
cercanías) no inquietó demasiado a la población nacional. Casi lo ninguneó
quien suena como presidente de nuestro próximo país. Tampoco lo cuestionó con
firmeza el segundo en chance, abocado como está a un cambio de look (corbata,
blaiser) y en atrapar números que no dejan de escapársele. Y el tercero en puja
siguió pegado a su sonrisa y soplando su flauta confiadísimo en que Hamelin es
él.
Próximos el Culo o Suerte de la Taba del 25 las encuestas
simulan ser efectivas usando a los indecisos como comodín. El entripado al que
aseguran traducir no se aclara pues la opinión pública contiene más preguntas
que las que ellos utilizan. ¿Y de los decisos qué? ¿Separan difusos de
fanáticos? ¿Sopesan perplejos y aburridos? ¿Auscultan el corazón mutante bajo
cuerda? Y, por último y poniéndonos íntimos, ¿cuál es el móvil sagrado del acto
de encuestar?. No saben. No contestan. O, apurados, llegan a confesar como
Haime por tevé: “Yo solo me debo a mi cliente”. ¿De qué negocio?
Cumplido gran parte del tedioso 2015 nadie sincera sus
cartas económicas ni los proyectos a encarar para continuar a Cristina o
cambiar a Cristina. Tampoco la cuantía de dinero público soterrado que algunos
candidatos utilizan para ofrecerse impolutos en la arena electoral. Sobra
curriculum. Falta prontuario. Gotea la declaración patrimonial. Ninguno de los
tres ofertantes pega un campanazo de autenticidad como lo hizo un candidato
mexicano al sorprender pidiendo ayuda. Campante fue a diarios y tevé a pedir le
localizarán un alter ego que compartiera con él su representación pues confesó
no dar más, desbordado por la tarea proselitista. En su desopilancia el pinche
diputado puntualizó que el sosías debía parecérsele en empeño y también en
físico. Así fue que invitó a realizar un casting nacional de mexicanos de
rostro y talla parecidos a los suyos. Un suceso que jamás se daría entre
nosotros. Y es una pena. Con lo bien que nos haría probar si Fredy Villarreal
no le va mejor al sillón de Rivadavia que los trillados paladines en pugna.
A mi este caso me retrotrae a los 90, cuando recién vuelto
al país debí encarar un tabloide en Santiago del Estero que se llamó Nuevo Diario.
De entre las anécdotas contadas por colegas que no olvido, una relumbra en
estas fechas. Es que al cinco-veces-cinco gobernador Carlos Juárez le
fastidiaba tanto el ajetreo de campaña que pidió le aliviaran la tarea. El
eureka se le disparó a un Duran Barba local. Recordó que un empleado del
archivo de la Gobernación era el calco físico de Juárez y sugirió que bien
podría reemplazarlo con los recaudos que cada viaje exigiese. La estrategia de
simulación se basó en mantener una distancia entre el líder y la gente. La
comitiva de autos oficiales cumplía un itinerario de “localizaciones” ya
previstas. Arribados a la cercanía del pueblo Tal se detenía en un sitio
divisable desde la plaza principal. Allí, desde temprano, música y bombo
militante entretenían a los vecinos mientras un locutor con megáfono repetía
las obras que anunciaría el gobernador. “Juárez” aparecía al fin con atraso que
el locutor atribuía al denso programa y su recorrido. Aunque “llegar” es verbo
engañoso: no arribaban ni Juárez ni “Juárez”. El Sustituto y su caravana se
detenían antes, a 200, 300 metros de la plaza, y a la vista nunca próxima a los
allí reunidos. El locutor entonces informaba que un imprevisto urgía a Juárez a
volver a la capital. Pero (siempre hay un “pero” cruel) “…pero no quiere irse sin conocer el predio
en donde se construirán la nueva escuela y la fábrica envasadora” (de kinotos o
de lo que fuese) Y enseguida a pedir más golpes de bombo y más aplausos y
relatar que desde el techo del camión se podía divisar a Juaréz junto a los
ingenieros recorriendo el terreno “y los brazos del compañero gobernador
saludando de todo corazón” al irse con su séquito de actores envuelto en una
nube de polvo santiagueño (lo único cierto del paisaje)
Aunque motive sonrisas es un caso para llorar. En décadas,
son miles los infantes muertos por desnutrición a causa de urnas violadas,
cifras fraguadas y promesas hechas al estilo Juárez. Recordarlo es un acto
sanitario pues activa la precaución. Habrá que aguzarla, y mucho, pues es por
dormirnos que no sabemos que nos está pasando. El estado de situación nos está
marcando rojo. Datos sobran pero hay muchos y pocos a la vez. Por donde
miremos, se ve el gris. No somos Venezuela pero tampoco Uruguay. La Taba del 25
ofrece nueva chance de abandonar el tobogán, robustecer la República y cuidar
que la Constitución se active a pleno. Digo.
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