El filósofo de
tensiones personales y políticas que lo llevaron a la locura y al crimen
Louis Althusser: una vida dramática, un filósofo que mató por sus propias contradicciones que le rompieron el corazón. |
Por Marisa Pérez
Bodegas
Althusser, el filósofo enajenado. El que pasará a la
historia, no tanto por lo valioso de su aportación como por lo dramático de su
biografía. El comunista que nunca pudo ser del todo ateo ni obediente. El
intelectual que entregó su mente a un dios caído en desgracia. El pensador que
se inmoló en la defensa de una causa perdida: el marxismo leninismo más
radical.
Louis Althusser nace el 16 de octubre de 1918 en Birmandreis
(Argelia) y muere en París en 1990. Pertenece a una familia alsaciana emigrada
a Argelia. Hace sus estudios primarios en Argel y el bachillerato en Marsella.
En 1936 se instala en Lyon como alumno del Lycée du Parc, para preparar su
ingreso en la École Normale Supérieure de París. Lo consigue en 1939, después
de renunciar a convertirse en monje trapense. Porque durante su primera
juventud, Althusser ha sido un miembro idealista de la Acción Católica que
nunca logrará resolver la contradicción entre el materialismo dialéctico y el
cristianismo romántico. No pudo ser un ateo consecuente como los verdaderos
comunistas.
La semilla del
monstruo
La Segunda Guerra Mundial interrumpe sus estudios. Le
movilizan. Los alemanes le capturan en Vannes y le acusan de ser miembro de la
Resistencia: pasa cinco años en el campo de prisioneros de Schleswig, hasta su
liberación en mayo de 1945. Durante su cautiverio entra en contacto con
militantes comunistas, a los que admira por el coraje de sus convicciones; y
muestra los primeros síntomas del desequilibrio mental que sufrirá hasta la
muerte. Esos cinco años le marcan. Siempre fue un chico de largas melancolías
pero el infierno de Schleswig devasta su alma sensible. Allí cristalizan sus
monstruos interiores.
En 1947 sufre su primera crisis, una psicosis
maniacodepresiva.
No solo tiene una personalidad
compleja, tambien una desgarrada posición vital. Durante el resto de su vida
será internado en psiquiátricos más de 20 veces. Freudiano convencido, el
profesor Diatkine le psicoanaliza, pero nadie puede eliminar sus hondas
depresiones y sus neuras feroces. En 1948 se diploma en la École Normale,
convirtiéndose en profesor agregado de Filosofía. Dedica su tesis al Idealismo
alemán del siglo XIX, conducido por Maurice de Gandillac. Será siempre un
profesor muy apreciado, y durante los tiempos negros, sus alumnos recordarán el
empeño que puso en su formación y su disponibilidad total. Algunos llegan a ser
intelectuales notables: Jacques Derrida, Michel Foucault, Etienne Balibar,
Alain Badiou, Marta Harnecker, Jacques Rancière, Pierre Macherey, Saul Karsz,
Bruno Sandstede...
El ingreso en el
partido
Por esa época se casa con una fervorosa comunista que le
lleva al huerto en todos los aspectos: Hélène Rythman, ocho años mayor. Ella le
descubre el sexo y le convence para que ingrese en el partido comunista
francés. Pero en el PCF no encuentra la paz. A finales de los 70 se ha
enfrentado tanto con sus directivos que acaba por dejar la acción política. Se
concentra en sus escritos y en su docencia. En 1976 es nombrado secretario de
la Ècole Normale, a la que será siempre fiel.
La juventud de Althusser ha sido dura, pero qué vejez le
espera. Una vejez espeluznante. En noviembre de 1980, tras un largo período
lejos del primer plano político y social, su nombre estalla en los periódicos:
Louis Althusser, el eminente pensador, ha matado a su esposa Hélène, con la que
llevaba conviviendo más de 30 años. Al parecer, ha sido durante un brote
sicótico, en el dormitorio conyugal de su casa de funcionario de La Ècole.
Espantan los detalles de los forenses: el filósofo, protegiendo sus manos con
una sábana, ha fracturado los huesos tiroideos y la laringe de esa mujer de 70
años. Un caso claro de estrangulamiento. Las sales de litio con que el profesor
Diatkine le trata desde hace años no han podido detenerle.
Tres expertos afirman que el filósofo ha actuado en pleno
delirio, y el juez hace que lo internen en el Hospital Sainte Anne de París. Si
Althusser no fuera quien es, la prensa no habría armado tanto ruido, pero su
nombre es un imán. Francia contempla atónita a uno de los creadores del
posmarxismo convertido en homicida enajenado. El clamor social estalla, porque
la derecha acusa a la izquierda de manipular la situación para que el más rojo
de todos los filósofos no sea juzgado como asesino. Pero aquí no hay política
que valga, los desequilibrios mentales de Althusser están muy claros y en el
juicio es declarado irresponsable. Se le recluye una vez más. Pasará sus
últimos años en un clamoroso silencio intelectual, visitado por pocos amigos
como Foucault y Derrida.
El despertar del
sueño
Nueve años después de la muerte de Hélène, el 9 de noviembre
de 1989, el sueño socialista se derrumba con el muro de Berlín. Meses más
tarde, la URSS se desploma sin guerra nuclear, pena ni gloria. ¡Un estado tan
poderoso y temido, el vencedor del nazismo, se ha deshecho como una pompa de
jabón! Un simple decreto y 18 millones de comunistas cierran las sedes del
partido y se van a casa, renegando del pasado.
Althusser no simpatiza con los soviéticos, pero este
derrumbe, que él había previsto, es la gota que rebosa su cáliz, su segunda e
inmensa decepción política: la primera fue la muerte de Mao y el herético rumbo
emprendido por China. Después de pasar años en psiquiátricos, ahora vive
derrotado en su apartamento de la calle Leuwen. La vida ya no es nada para él.
Le rodean libros y papeles inútiles, testigos de muchos años de inactividad
mental. Todo está lleno de polvo. El filósofo se muestra callado, ausente. Sabe
que está solo, pero en sus momentos de desvarío cree escuchar a Hélène, allá dentro,
haciendo la cama, limpiando, ordenando. Luego vuelve a la realidad y acepta que
ella no volverá. No tiene televisión, siempre la odió. Pasa horas escuchando
música clásica, que tiene la virtud de inspirarle ideas que no desarrollará.
¿Para qué? Le falta el amor tan necesario en la vejez. Y el sistema social en
el que creía se ha venido abajo, partiéndole el corazón.
A la muerte de Althusser, Olivier Corpet encontrará en la
“habitación de Hélène” un documento que produce escalofríos: L’ avenir dure longtemps (El porvenir dura
mucho). No es una autobiografía, pero casi. En él, Althusser alude a la
muerte de Hélène aunque no expresa arrepentimiento, sino reivindicación:
prefiere ser declarado culpable del crimen, no quiere estar loco. Filósofo
hasta el final, cree que la irresponsabilidad es lo peor que puede pasarle a un
hombre, porque le priva de la condición de sujeto y le aliena sin posibilidad
de redención. Pero sus razonamientos no llegan a nadie. Muere en París, el 22
de octubre de 1990, víctima de una embolia cerebral. Para todos menos para sí
mismo, es un irresponsable.
Louis y Hélène
En 2011, el editor Olivier Corpet publicó las cartas que
Althusser escribió a su mujer de 1947 a 1980: Lettres à Hélène, Cartas a Hélène. El volumen, de más de 700
páginas, incluye todo lo que él le dice a ella. Lo que ella le dice a él queda
inédito por problemas de derechos de autor. Esas cartas cuentan el peregrinaje
de Althusser por las clínicas mentales, sus lecturas, su trabajo, sus viajes...
Le habla también de sus amantes (“Con Franca, la cosa marcha; Pimpa y yo nos
adoramos; con Nonna, bah...”), aunque siempre tiene una frase tierna para esta
mujer que le ha seguido durante 35 años, “mi pequeña camarada”.
Las cartas muestran también su compleja relación: “Te amo
tal como eres, a pesar de nuestras disputas, a pesar de esos combates en que
nos desfiguramos en todos los sentidos”; “Tengo la convicción de que voy a ser
capaz de no provocarte más…”.
¿Cómo era Hélène Rytmann? Una socióloga, militante del PCF y
la CGT, con un carácter absorbente. Althuser la conoció a los 30 años, en una
estación del metro de París, cuando aún no había besado a ninguna chica. Ella
era de familia judía, la única de su sangre en sobrevivir al holocausto. Aquel
joven alto, de ojos azules amables, pelo rubio y cabeza enorme, la cautivó.
El monstruo al mando
En ese momento, Hélène era una firme comunista; Louis un
católico atormentado. Su relación será simbiótica: él dócil y ella dominante.
¿Qué rompió el equilibrio? Quién sabe. Althusser mata a la mujer que para él es
esposa, amiga, enfermera y hasta madre. Al hacerlo, se transforma en víctima de
sí mismo.
¿Cuál era su estado de ánimo en la madrugada del crimen?
Negro. Althusser tenía desde hace tiempo una sensación, que compartía con
Hélène: la humanidad avanza hacia una locura destructiva. Ambos están enfermos
de misticismo y de miedo. El filósofo alucinado ha renunciado a su cátedra.
Escribe: “La realidad es terrorífica, no puedo leer ni trabajar”. Deprimido y
misógino, el monstruo que lleva dentro empieza a dominar sus pensamientos. Cree
que la solidaridad está perdiendo la batalla y pretende implicar en su
salvación a sus dos paladines, el comunismo y el cristianismo. Por eso quiere
entrevistarse con el Papa y comunicarle sus presentimientos. Pero la entrevista
no se celebra porque, tres semanas antes, Althusser habrá matado a Hélène.
¿Qué le ha ocurrido al filósofo entregado, al profesor
generoso? Algunos creen que el monstruo estaba en su interior desde la
infancia. Circula una historia: su madre Laurentine estuvo muy enamorada de un
tal Louis Althusser, que murió. Se casó con un hermano del difunto, que sería
el padre del filósofo. Tuvieron un hijo al que ella llamó Louis y con el nombre
le dio una especie de misión: ser su amor reencarnado. Althusser escribió: “Yo
debía dedicarme en cuerpo y alma a ella… salvarla de su marido y su martirio…”.
La madre no le permitió relacionarse con otros niños, le secuestró para no
perderle. Y él renunció a su identidad: “Al no tener existencia propia dudaba
de mí, hasta el punto de creerme invisible”. Cada vez que sus padres discutían,
el padre se esfumaba, pero antes le decía al niño: “¡Hazla feliz!”. ¿Es eso
suficiente para engendrar un monstruo?
0 comments :
Publicar un comentario