La indigencia
opositora puede contribuir a que, por primera vez,
un gobierno peronista herede
su propia mala gestión.
Por Carlos Gabetta (*) |
Para cualquier argentino, el 17 de Octubre comparte con el
25 de Mayo y el 9 de Julio la galería de fechas que no necesitan aclaración. El
problema con el 17 de Octubre es que sigue siendo un proyecto, una promesa que
siempre empieza dando señales de cumplirse y termina esfumándose. Para la
historia, Argentina dejó de ser una colonia de España, pero setenta años
después de 1945, “el pueblo peronista” sigue esperando su independencia, y el
peronismo, su juicio histórico.
A pocos días de nuevas elecciones y al cabo de un enésimo
gobierno peronista que se reitera a sí mismo, puede decirse que hay consenso,
explícito en la oposición y apenas asfixiado en el oficialismo, sobre los
graves problemas que heredará el próximo gobierno. Y ya que estamos a 17 de
Octubre, es interesante observar que si triunfa, será la primera vez en su
historia que el peronismo deberá enfrentar las consecuencias económicas,
políticas y sociales de su política anterior. Y asumir la responsabilidad.
El único período de promesas realmente cumplidas del
peronismo fue el de su bautismo: (“… desde 1945 hasta la Constitución de 1949
grosso modo, se establecieron el sistema de previsión social, jubilaciones y
tribunales de trabajo; el estatuto para los peones de campo, el régimen de
indemnizaciones, vacaciones anuales y aguinaldo y las obras sociales. También
se legalizó entonces la actividad de sindicatos y organizaciones obreras, se
decretó la intangibilidad del salario y se legisló la estabilidad laboral, la
protección de los trabajadores domésticos, la prohibición de explotar niños y
se instauró el voto femenino y el divorcio, entre otras medidas del mismo
tenor”. Esta columna, Perfil,
6/11/11).
Pero ese bautismo de promesas cumplidas también inauguró la
serie de finales caóticos. “En 1955, la violencia y los desatinos reaccionarios
de la Revolución Libertadora hicieron casi olvidar que, cuando fue derrocado,
el gobierno peronista llevaba casi cuatro años de crisis económica y era ya una
dictadura explícita, enfangada en su propia violencia. Tenía apoyo mayoritario,
pero el país estaba fracturado. El Rey había quedado desnudo en el escenario
farsesco del progresismo populista, y el golpe de Estado le echó una manta
sobre los hombros. La historia se repitió como tragedia entre 1973 y 1976.
Nuevamente, como tragicomedia, entre 1989 y 1999. Y ahora, en su fase
esperpéntico-kirchnerista, el peronismo torna a encontrarse ante la imperiosa
necesidad política de resolver los problemas que él mismo ha creado, o
agravado” (esta columna, Perfil,
24/11/13).
El eterno retorno. Pero las circunstancias –y la incapacidad
opositora, todo hay que decirlo– siempre ahorraron esa responsabilidad al
peronismo. Al cabo de 18 años de proscripción y vuelto democráticamente al
poder en 1973, “(…) Juan Perón obligó a renunciar a la fórmula presidencial
Cámpora-Solano Lima 45 días después de asumir. La acefalía no fue cubierta por
quien seguía en el orden sucesorio, el presidente del Senado, Alejandro Díaz
Bialet –alejado del país en un misterioso viaje–, sino por el titular de
Diputados Raúl Lastiri, yerno de José López Rega, el secretario privado de
Perón. Lastiri fungió como presidente, mientras el poder real pasaba por la
residencia privada de Perón en Vicente López, donde vivían su esposa María
Estela ‘Isabel’ Martínez y el propio López Rega. Lastiri se limitó a convocar
las elecciones del 23 de septiembre de ese año, que ganó Perón acompañado por
su esposa. Durante la gestión de Lastiri fue creada la Triple A. A la muerte de
Perón, en julio de 1974, asumió Isabel Martínez, un personaje que en términos
de antecedentes y calificaciones políticas fue el Boudou de la época. Lastiri
había empezado a limpiar el país de izquierdistas; Isabel prosiguió la tarea y
se encargó además de sincerar la economía: en 1975, su ministro Celestino
Rodrigo dispuso un ajuste y una devaluación, el famoso ‘Rodrigazo’. La
inflación llegó a tres dígitos anuales y los precios nominales subieron 183% al
finalizar 1975, con el consiguiente desabastecimiento de alimentos,
combustibles y otros insumos” (esta columna, Perfil, 13/10/13).
Y entonces, cuando el país estallaba y el peronismo iba a
encontrarse ante sí mismo, llegó el general Videla, otro “libertador”, aunque
con métodos aun más expeditivos que los de 1955. Después de esa nueva tragedia,
la peor de todas hasta hoy, en 1983 se recuperó la democracia y el peronismo
perdió por primera vez las elecciones nacionales, aunque volvió a ganarlas en
1989, con el ínclito Carlos Menem a la cabeza. Otra historia de desmadres
administrativos y corrupción, pero esta vez los platos rotos del peronismo los
pagó el estólido radical Fernando de la Rúa.
Este brevísimo repaso conmemorativo (el espacio obliga a
omitir “cosas”; por ejemplo, la masacre de Ezeiza y la llegada de Perón
acompañado por Licio Gelli, el jefe de la Logia P2) apunta a subrayar la
incompetencia y la inescrupulosidad peronistas, ya que hoy el escenario se
reitera, agravado por la crisis mundial. En 1975 la crisis del petróleo sacudía
al mundo; ahora lo hacen la financiera y el desempleo. La factura energética,
la corrupción y el manejo clientelar agravan el déficit fiscal; la
incontrolable inflación-emisión y un tipo de cambio artificialmente bajo
carcomen las reservas internacionales y dificultan el comercio, entre otros
graves problemas. Con las diferencias de época y circunstancias, igual que en
1955, ’75, ’99...
Pero distinto, entre otras cosas, por el agravamiento de la
pobreza, el trabajo en negro, la trata, el narcotráfico y el crimen organizado
en lugar de las guerrillas. El próximo gobierno tendrá que afrontar una
situación económica similar a la que obligó a Isabel a autorizar el Rodrigazo,
en un contexto internacional desfavorable.
La cruda indigencia opositora y las encuestas hacen posible
una victoria peronista. En ese caso, será interesante ver cómo, por una vez, el
peronismo enfrenta su propia crisis.
Y cómo se valora
luego el “día peronista”.
(*) Periodista y escritor
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