Cuando un hecho es tan contundente como el mensaje de las
urnas del 25 de octubre, es difícil salir del título repetido, "cambio de
época". Y es que, efectivamente, se trata de eso. Imaginemos las novedades
que sucederían si se produjera un posible triunfo de Macri.
Por primera vez desde que el voto es universal, secreto y
obligatorio, la Argentina no sería gobernada ni por un radical ni un peronista.
De las ruinas del bipartidismo, emerge nueva fuerza política con poder
territorial, cuadros, tecnócratas y, quizás, una estrategia colectiva de largo
aliento. En un país proclive a los espejismos del corto plazo, no es poca cosa.
Basta con mencionar que hace más de dos años trabaja cuidadosamente en la
selección de los futuros funcionarios del gobierno nacional.
De ganar Macri, montado sobre el rechazo acumulado al
kirchnerismo, y en particular en la provincia de Buenos Aires a la candidatura
de Aníbal Fernández, la oferta electoral de la centroderecha habría finalmente
logrado atraer a una mayoría. La Argentina es hasta ahora el único país
sudamericano donde esto nunca había sucedido. Entre una UCR que captaba el voto
no peronista y su reiterada incapacidad de ir más allá de los intereses
inmediatos del establishment, transitamos buena parte del siglo XX. Esta
evolución de la centroderecha es una buena noticia para nuestra democracia.
Sus desafíos principales serían dos. En primer lugar, pasar
del apoyo popular nacido del antikirchnerismo a una nueva mayoría favorable a
sus políticas de gobierno, que hoy desconocemos por su silencio en la campaña.
El contexto no es el mejor dada la imperiosa necesidad de resolver los
desequilibrios económicos y un escenario internacional menos favorable que en
los últimos años. En este proceso jugaría un rol fundamental su nivel de
autonomía con respecto al establishment.
En segundo lugar, el otro gran desafío sería la
gobernabilidad en la nación y en la provincia de Buenos Aires, donde en ambas
debería negociar para construir mayorías parlamentarias. En el plano nacional,
el refugio principal del peronismo como fuerza opositora sería, una vez más, el
Senado, donde contará con una holgada mayoría. El frente Cambiemos sumará
apenas 15 de los 72 senadores. Al menos que pretenda repetir la ya tristemente
célebre Banelco, Macri debería negociar arduamente para aprobar sus leyes con
la probable nueva liga de los gobernadores peronistas que podría llegar a
formarse. A su favor, heredaría la mayor centralización de recursos en la
distribución nación-provincias desde 1983.
Por su parte, el peronismo enfrenta un riesgo mayor si pasara
al inhabitual rol de oposición. Durante gran parte del siglo XX, su columna
vertebral fue el movimiento obrero organizado, base de su resistencia cuando
estaba fuera del gobierno, como lo comprobó Alfonsín. Sin embargo, en las
últimas dos décadas, Argentina pasó a ser cada vez más fragmentada y dual, con
la coexistencia de minorías modernas con estándares de consumo de países
desarrollados y grandes masas arrojadas a la precariedad. En un país donde uno
de cada dos trabajadores argentinos es informal según la OIT, los sindicatos
pasaron a representar una porción acomodada y minoritaria de la fuerza laboral
(por eso la reforma del impuesto a las Ganancias es una de sus principales
demandas).
Frente esa Argentina cambiante, el peronismo se transformó
en un movimiento clientelar y el sindicalismo fue perdiendo relevancia. Como
aquellas plantas que viven abrazadas al tronco de un árbol, el estado pasó a
ser su nueva columna vertebral para distribuir recursos a cambio de apoyo
político y construir poder territorial. En caso de perder, debería superar el
desafío de vivir en la oposición sin el sindicalismo fuerte de otros tiempos y,
más grave aún, con menos recursos estatales, ya que gobierna solo una de las
seis provincias grandes. Por si fuera poco, las relativamente mejores
condiciones económicas que enfrentará el próximo presidente (con respecto a
otras derrotas peronistas como 1983 y 1999) amenazarían -además- con romper el
mito de que “solo el peronismo puede gobernar”.
Finalmente, sea cual sea el resultado del 22 de noviembre,
el escenario abre serios interrogantes para la centroizquierda. Como la
centroderecha, este sector fue incapaz de construir un proyecto nacional para
la mayoría, accediendo al gobierno únicamente montado sobre las fuerzas del extinto
bipartidismo. A diferencia de las socialdemocracias europeas e incluso
latinoamericanas, sin sindicatos afines ni penetración en la sociedad informal,
basó su apoyo principalmente en las clases medias urbanas. Sin embargo, éstas
parecen encontrar una nueva representación política que, quizás, haya llegado
para quedarse. En la tenaza del peronismo tradicional, de inserción entre los
obreros y los pobres, y la nueva centroderecha, su desafío es enorme y su
necesidad de reinventarse, urgente.
(*) Doctor en Ciencia Política (Universidad de Estrasburgo) y en
Ciencias Sociales (UBA). Profesor de la Universidad de Ciencias Empresariales y
Sociales (UCES).
0 comments :
Publicar un comentario