Por Román Lejtman |
Cristina Fernández y su hijo Máximo Kirchner traman en
secreto para condicionar a Daniel Scioli o afectar la estabilidad institucional
de Mauricio Macri, si cualquiera de los dos llega a la Presidencia. No toman en
cuenta a Sergio Massa, y tampoco les preocupa si hay ballottage para dirimir
los comicios presidenciales. Fernández y Kirchner no quieren abandonar el poder
y buscan un atajo político para perpetuarse, aunque la voluntad popular
dictamine que ya pertenecen al pasado de la Argentina.
La viuda y el hijo de Néstor Kirchner apoyan sus
pretensiones mesiánicas en Carlos Zannini y Aníbal Fernández, dos miembros
incondicionales del entorno presidencial que tienen un guión escrito en Olivos.
Zannini y Aníbal son los enclaves que usarán Cristina y Máximo para condicionar
a Scioli, si finalmente triunfa en las elecciones.
El secretario Legal y Técnico aparece conciliador y se
muestra como un puente institucional entre Cristina y el candidato presidencial
del oficialismo. Puro teatro: Zannini tiene diferencias ideológicas con Scioli,
aborrece su perfil político y conspira todos los minutos del día. Si llega a
vicepresidente, será el Caballo de Troya de la familia Kirchner. Hay que
recordar qué hizo Raúl Lastiri cuando Héctor Cámpora fue desalojado del poder por
una conspiración que ejecutó José López Rega por orden del general Juan Domingo
Perón.
Scioli aprendió la historia del justicialismo y no confía en
el exmaoista devenido en comisario político K. Pero el candidato oficial sabe
que a los enemigos hay que tenerlos más cerca que a los amigos y sonríe cuando
lee en los diarios que Máximo está molesto con Zannini porque fue cooptado por
el sciolismo. Zannini es doble agente, y el candidato a presidente ya lo
descubrió.
Junto a Zannini, Cristina y Máximo alinean a Aníbal. El jefe
de Gabinete juega su propio partido y maneja un voluminoso espacio político.
Puede acceder al poder antes que Scioli, y si lo hace, manejará la provincia de
Buenos Aires. Fernández tiene causas abiertas en la justicia federal, es observado
con atención por la DEA y tiene clausurados todos los accesos al Vaticano.
Scioli hubiera preferido a Julián Domínguez en el distrito
bonaerense y ya tomó sus propias prevenciones con Aníbal. Si llega a Balcarce
50, no moverá una sola influencia para evitar que recorra los tribunales
federales y tampoco lo llevará a Santa Marta para que sea perdonado por
Francisco.
Pero Aníbal es más inteligente que Zannini y sabe que desde
la Provincia tendrá una oportunidad para cumplir sus expectativas y los sueños
de Cristina y Máximo. El candidato a gobernador no olvida la extraña parábola
histórica que protagonizó Eduardo Duhalde, su mentor hasta que lo traicionó por
Néstor y su apología del poder perpetuo.
Scioli es consciente de las pretensiones de Cristina y
Máximo. Por eso propone un gabinete de fieles y excluye a todos los ministros
vinculados a un proyecto político que tiene fecha de defunción. El candidato
presidencial peronista, si llega a triunfar, desmontará al kirchnerismo y
construirá su propio discurso oficial. Pretende reducir a la nada, el poder
interno de Julio de Vido, Axel Kicillof, Oscar Parrilli y Wado de Pedro, por citar ciertas
figuras clave del oficialismo.
Las elecciones del domingo encubren una batalla oscura que
enfrentan a los candidatos presidenciales con los restos de un proyecto
político que ya es historia. Habrá zozobra, pero la democracia es más fuerte
que una facción de presuntos iluminados que ahora se preguntan dónde está el
poder que usufructuaron sin límites.
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