Gobierno, PJ,
sciolistas y macristas se recelan. Festival de desautorizaciones.
Por Roberto García |
La invitación parecía amplia y generosa, sin restricciones.
Hasta convocaba a Cristina en una muestra de rara urbanidad. Ella, por
supuesto, no respondió al convite, tampoco decidió asistir y, mucho menos,
enviar un emisario o una delegación que la representara. Carece de tiempo para
nimiedades formales, se ocupa de una insaciable vocación por hacer discursos y
difundirlos en cadena, amontonar millas orales en busca de un premio posterior,
como si se tratara de un oso que acumula alimentos para volver cuando pase el
invierno.
Cuesta saber, además, si tanta prescindencia obedeció al asco que le
producen los organizadores (Momo Venegas, Mauricio Macri, Hugo Moyano) o al
rechazo personal a quien más dividendos le extrajo en la vida sin pagar
siquiera un mínimo canon a la propiedad intelectual: Juan Perón. No sólo la
Presidenta se ausentó al estreno porteño de una estatua al general de su
partido, también su identificada claque oficial desertó del homenaje y, por si
fuera poco, objetó su realización. Hasta aquellos que juran ser los más
peronistas de Perón, inclusive los que dicen haber matado por él o haber
perdido compañeros por su causa. Intolerancia uno.
Si uno vuelve a la invitación de los organizadores,
advertirá que citaban no sólo a Cristina. También a todos los ex mandatarios
justicialistas vivos y elegidos en el último período democrático, uno de corta
duración (Eduardo Duhalde) y otros de aparición y desaparición fulminantes en
la Casa Rosada: Adolfo Rodríguez Saá, Ramón Puerta, Eduardo Camaño. Presidentes
al fin, ninguno elegido directamente por el voto popular. Al revés de otro,
consagrado además dos veces, Carlos Menem, de quien se olvidaron de participar
por el trasiego burocrático de cartas, mails, celulares u otro tipo de servicio
para cursar llamados. O por determinación deliberada, lo más probable, ya que
para Macri, Venegas y Moyano –más un séquito de colaboradores y funcionarios
que también colaboraron con el riojano en los noventa– una fotografía con Menem
se torna más dañina que una instantánea con Cristina.
Presuntamente en la escala de su billetera. Omisión discriminatoria
de quienes promueven la institucionalización perdida y que, en el caso del
porteño jefe de Gobierno candidato, se vuelve más ostensible: en su momento,
además de admirarlo, no se atrevió a ser su candidato a presidente cuando él lo
postulaba. Hasta hace poco, sin embargo, por conveniencia, abjuraba de la
cercanía peronista, lo perjudicaba según expresiones de sus laderos (a uno,
Jaime Duran Barba, lo internaron hace días y se recupera). A su vez, Hugo
Moyano, sindicalista práctico como pocos, adhiere a Macri con el mismo
entusiasmo económico que antes se asociaba con Néstor y Cristina: en este caso,
actúan juntos de acuerdo con los entendidos que mantienen por la basura de la
Ciudad (y otros distritos), y a pesar de que el camionero se reconoció más de
una vez amigo de Menem. En cuanto a Venegas, se desconocía que dispusiera de un
peronómetro para descalificar participantes. Intolerancia dos.
Insistente.
Exclusiones aparte, se distingue en este juego de vetos la clara insistencia de
Cristina por acumular resortes de poder. Compite como candidata fantasma a las
próximas elecciones desde el púlpito y la cadena, ofende con placer reiterado a
quienes se agravian con su discurso, aunque más se concentra en fortalecer un
anillo impenetrable a su denominado “proyecto” maniatando a cualquier sucesor
en la Casa Rosada.
Habla por sí misma y se apoya en una multitud de seudónimos
(Carlotto, Bonafini, Kunkel, D’Elía,
etc.), habilita más personal propio en diversas áreas del Estado y saca de una
cocina industrial leyes hasta ahora dormidas: si ya estableció cláusulas desde
el Congreso para limitar el ejercicio del futuro mandatario –amputación del
presidencialismo actual a favor de un parlamentarismo con protagonismo de su
sector–, conviene detenerse en su goteo de normas nuevas. Las últimas: logró por unanimidad en el
Senado (con los votos de la oposición, claro) el marco restrictivo para una
negociación futura con los holdouts, al margen de lo que pueda expresar Mario
Blejer, Juan Manuel Urtubey, el equipo económico de Macri o lo que piense
Roberto Lavagna. Y aún falta la reglamentación que Ella le aplicará a la norma
una vez que la apruebe Diputados. También, para los días venideros, promoverá
una ley en materia de tierras que escandaliza a los devotos defensores de la
propiedad privada.
Suma y sigue Cristina, ni atiende las encuestas ya que
básicamente sólo aspira a que Aníbal Fernández triunfe en la provincia de
Buenos Aires, sede de la concentración kirchnerista futura, y que su hijo
Máximo logre una diputación nacional que lo obligue a una mudanza del Sur
(aunque puede seguir el modelo de su padre, quien asistió como legislador a dos
sesiones de la Cámara, una cuando juró y otra cuando se aprobó el matrimonio
igualitario). Con esos logros, por ahora, le alcanza.
Este avance indisimulado que fija nuevos territorios de
poder hoy parece enturbiar más a Daniel Scioli que a los otros dos
contendientes opositores. Es que unos saben dónde se ubican en el terreno los
escuadrones verdes y azules, enfrentados, mientras el postulante oficialista
–si gana–dispondría en su propio seno, confundidos, a los soldados de ambos
colores. Y, como son guerreros, habrá batahola. Se podía sospechar de este
explosivo contubernio, pero pocos imaginaron que habría de exponerse antes de
los comicios del 25. Ya está sin embargo en la superficie, manifiesto, unos
especulan gobernadores peronistas versus la herencia cristinista, el remedo de
los años 70 en que se vivieron conflictividades semejantes y violentas. Un
dilema de hierro para Scioli que ha hecho de la concordia una forma de vida,
quien siempre puso una silla más para sentar al disidente (de ahí tantos
ministerios prometidos). Pero ni así le alcanza, como ya lo prueba la
controversia subterránea por el tema de la seguridad y su tratamiento o el
debate en alza por la situación económica, las negociaciones externas y una
eventual toma de préstamos.
Mientras incursionan en esos tópicos Bein, Blejer, Bossio,
Marangoni o Urtubey –de quien el candidato dijo, dice lo que yo digo–, la
respuesta crítica y disconforme proviene del ministro Kicillof. Y Kicillof,
como se sabe, también es un seudónimo.
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