Por Tomás Abraham (*) |
¡Cuánto ha cambiado nuestro país en apenas cuatro años! En
octubre del 2011 la presidenta Cristina obtenía 54% de los votos, y quien la
seguía, Hermes Binner, 16,5%. Por esas costumbres que sólo se aprecian en la
política, en el búnker del Frente Progresista celebraban el segundo puesto. Los
adherentes socialistas y afines se auguraban a sí mismos un futuro promisorio.
Hoy nada es igual. La ciudadanía tiene otras preferencias,
en realidad, ya no tiene preferencias, ahora lo que tiene son rechazos
escalonados.
Los encuestadores consultan a grupos representativos para saber
a quién quieren votar. Resulta que votos más o votos menos, los muestreos
coinciden en que el 60% del electorado no lo quiere a Scioli, un 73% no lo
quiere a Macri, otro 80% tampoco a Massa, y alrededor de un 95% no quieren a
Margarita Stolbizer ni a Del Caño. Me olvidé que un 98% no quiere que sea
presidente Rodríguez Saá.
Si tomamos en cuenta la supuesta ausencia del candidato del
FpV (¿están tan seguros de que no estuvo presente?) en el debate televisado, el
promedio entre los cinco candidatos a la presidencia nos da que el grupo como
tal es rechazado por el 88,2% de la ciudadanía si es que se pudiera mezclarlos
para hacer de ellos un único candidato.
Vocaciones. La pregunta es ¿por qué esto es así? Los
operadores antigobierno disfrazados de periodistas dicen que el debate fue un
éxito y que es un paso adelante en nuestra educación democrática. Un 10%
promedio de rating correspondiente a un 88% de un electorado que rechaza a los
candidatos que no debatieron sobre nada, puede ser calificado un éxito… para
quienes vieron otro canal.
Vuelvo a la pregunta anterior. Es cierto que nada obliga a
un candidato a ser un buen comunicador.
El padre. Hay ejemplos de políticos que no tuvieron
facilidad verbal, ninguna idea, cero de carisma, una estampa anodina, una
fragilidad preocupante, en ellos se inspira Mauricio Macri. Es casi inevitable
que nos pongamos a imaginar el origen de la vocación del jefe del PRO para
querer ser presidente de todos los argentinos, no sólo de la mitad más uno,
sino de todos.
El padre, ahí está el misterio. Tener un padre rico,
poderoso, seductor, pionero, hasta famoso, obliga al hijo varón a encontrar un
nicho en el que destacarse. Por supuesto que es imposible para el heredero
transitar por el mismo camino que su padre.
El deporte, no, no anduvo. Ser un Ginóbili, un Messi, un Di
Palma, un Harriott, no se dio el caso. Un actor glorioso, tampoco. Un artista
bohemio, maldito, sin una oreja, dormido sobre el estaño para vergüenza de la
familia y esperanza de una posteridad inmortal, no daba el perfil. Después de
consultar a la astróloga, y descartar opciones imposibles de realizar, quedó la
única alternativa posible: ser mandatario. Primero de Boca, después de la
Ciudad, y luego del país. No se da en todas las familias que el vástago que no
demuestra un talento especial, el cónclave parental decida finalmente, que lo mejor que puede
hacer para no tener un descendiente moroso toda la vida, es que sea presidente
de los argentinos. Ahí estamos, y ahí está el candidato, con ciertas dificultades.
Eslabón perdido. Margarita no quería ser presidenta de los
argentinos, pero se le dio la oportunidad. Un buen día del antiguo UNEN se
soltó una pieza; el candidato santafecino sin decir una sola palabra, como era
su costumbre, volvió a sus pagos, y la cadena quedó rota. Después de una larga
búsqueda, se encontró al eslabón perdido, y ahí está, con otras dificultades.
Estimo que el principal escollo de Stolbizer es el punto y aparte. No puede
parar de redondear una frase y hacer una pausa. Es una cinta sinfín que marea
al oyente que no tiene la posibilidad de frenar el dispositivo para volver a
escuchar lo anterior y hacerse una imagen global de lo que quiere trasmitir. El
tono monocorde no la ayuda.
Mano dura. Respecto de Massa algo se puede decir. No quería
ser presidente, su sueño era la gobernación de la provincia de Buenos Aires. Un
día varios intendentes peronistas del Conurbano, el rico y el pobre, se
juntaron para resistir los embates de La Cámpora y del FpV que se les metía en
los municipios. Arremetieron con Massa de vocero contra Cristina eterna, y
ganaron.
Todo el mundo quedó despatarrado, acéfalo, no habríamos de
llegar a las mil cadenas nacionales. Hubo que redistribuir el mazo. Aparecieron
Jesica Cirio, la señora Galmarini, la señora Rabolini, una nueva Argentina
nacía. Y el candidato eligió el tema que más le convenía: la mano dura. De ahí
que en el debate fue el único que lanzó una propuesta concreta: el Ejército, la
Marina y la Aviación, a las villas. Es una pena que se haya olvidado del
fútbol, porque podría haber aprovechado la movilización de las tres fuerzas
armadas para intervenir y rodear las canchas con el fin de garantizar la
presencia de las hinchadas visitantes en los estadios.
Sin hijos. Lo que sin duda llamó la atención en el debate es
el candidato del Frente de Izquierda Nicolás del Caño. Nada sorprende de que un
émulo de León Trotsky quiera ser presidente de los argentinos; los he escuchado
hablar durante horas en las asambleas universitarias hace medio siglo y ya eran
anacrónicos. Por lo general su verba era profusa y sus argumentaciones
contundentes por lo interminables.
Del Caño parece del PRO, un muchacho joven, prolijo, con
buenas intenciones, en nada semejante a sus camaradas que rompen los rectorados
cuando no se vota lo que quieren, y que nos torna incomprensible que le haya
ganado la interna a un señor burgués, experimentado, y respetable como
Altamira.
En una entrevista radial decía que guardaba $ 10.000 de su
sueldo legislativo para donar el resto a la caja militante, y que con su esposa
maestra de turno simple con siete mil pesos de ingreso, apenas llegaban a fin
de mes por lo que por ahora no pensaban en tener hijos. Al mismo tiempo, la
propaganda de su partido tiene como lema de campaña que todos los diputados y
senadores no ganen más que los maestros, por lo que tampoco tendrán hijos si no
los tienen. Puede ser que ya no sea suficiente decir que gobernar es poblar,
pero tampoco debemos extremar en sentido contrario y creer que despoblar pueda
ser gobernar.
Picardía. De Rodríguez Saá sólo nos queda agradecerle esa
cuota de menemismo pícaro que nos trae de su provincia. Llegar a los guarismos
en los que el 98% no quiere saber de él, superando en medio punto a la descalificación,
le permiten ser candidato y mostrarse por TV como un puntano feliz.
Ficción. Volvamos al comienzo, a la supuesta ausencia de
Scioli, el menos rechazado por los ciudadanos; recuerdo que cuando era
secretario de turismo de Duhalde, dijo que la cultura era importante porque
favorecía el turismo. Siempre retuve esa idea no porque fuera brillante, sino
para guardarla como un objeto raro. Hasta ahora era la única que tenía de su
autoría, pero me entero que está por estrenar un Programa de Estímulo y
Desarrollo de la Ficción Nacional: el debate del otro día debe haber sido su
lanzamiento.
(*) Filósofo - www.tomasabraham.com.ar
0 comments :
Publicar un comentario