Es el costado más decadente de la Argentina
Por Fernando González |
El caso Nisman, la muerte misteriosa del fiscal que
investigaba el atentado a la AMIA, es uno de los grandes enigmas del fin de
ciclo kirchnerista. Apareció muerto en su casa un día antes de denunciar a la
Presidenta en el Parlamento por el inexplicable pacto con Irán que beneficiaba
a los únicos sospechosos del ataque. Provocó una enorme conmoción social y una
marcha de medio millón de ciudadanos en las calles de Buenos Aires.
Pero, una
vez pasado el impacto, el Gobierno logró frenar la investigación y puso en marcha
una campaña de desprestigio hacia la memoria del funcionario tan eficaz que hoy
es su madre la persona más complicada judicialmente.
A casi nueve meses de la muerte de Nisman, los
investigadores no tienen un solo dato concreto y comenzaron a orientar la
pesquisa hacia la idea de un suicidio inducido. Una elegante metáfora para
evitar la palabra asesinato.
En la trama se entrecruzan las negociaciones
turbias con Irán; la relación cada vez más complicada con EE.UU.; las sospechas
sobre el espía Jaime Stiuso, 11 años al servicio del kirchnerismo y ahora
supuesto conspirador internacional; se suman agentes de inteligencia, jueces de
convicciones flácidas y las teorías más absurdas que la propia Presidenta
comparte con el país adolescente a través de las redes sociales.
La muerte de Nisman nos provoca y nos interroga. Nos muestra
el costado más decadente de nuestros gobernantes, de nuestros jueces y de
nosotros mismos como sociedad. Así asistimos anestesiados al show permanente de
la impunidad sin que nuestra Argentina se detenga un instante a observar sus
miserias.
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