Por Ana Gerschenson |
El 11 de diciembre no sólo cambiará el nombre del presidente
de los argentinos. También comenzará una nueva etapa para el ejercicio del
periodismo.
Sea quien sea el ganador de las elecciones, Scioli, Macri y
Massa han mantenido una relación mucho más pluralista que la del actual
Gobierno con los periodistas durante la era kirchnerista.
Por lo pronto, los
tres candidatos, en sus diferentes espacios de poder, han brindado conferencias
de prensa, conceden reportajes y son accesibles.
Hay colegas que no conocieron los tiempos en los que, desde
el alfonsinismo hasta el duhaldismo, los funcionarios mantenían reuniones
periódicas con los especialistas de cada tema en los diarios para contar los
planes del gobierno o evacuar dudas sobre diferentes proyectos. Los ministros,
hasta la llegada de Néstor Kirchner a la Casa Rosada, también se dejaban
escuchar en las radios, con opiniones propias, sobre los temas de agenda.
Aunque ahora suena extraño, eso sucedía a diario en la
Argentina. En la etapa K, los ministros comenzaron a ser reprendidos, primero
por Néstor Kirchner, y luego por Cristina, por haber recibido o contestado una
llamada de un periodista supuestamente "opositor". De hecho, el ex
canciller Jorge Taiana decidió renunciar a su cargo en 2010, después de una
durísima discusión telefónica y de haber sido acusado de "traidor"
por la Presidenta, sólo por haberse sentado a conversar sobre política exterior
con un editor del diario Clarín.
Es normal hoy que los voceros de prensa de cada ministerio
se nieguen a dar información básica, como la agenda de un ministro, por temor a
una represalia de la Casa Rosada. Y, en más de un caso, el castigo ha sido la
pérdida del trabajo por la desobediencia.
De a poco, se ha naturalizado en los medios adquiridos por
empresarios amigos del Gobierno la defensa de un supuesto periodismo "militante",
y el desfile autorizado de funcionarios solamente por los canales, los diarios
y las radios dedicados a la defensa del proyecto K, escondiendo la realidad
incómoda sin remordimientos. En nombre de ese periodismo disfrazado de
"nacional y popular", defendiendo en muchos casos lo indefendible.
Negando la inflación y la pobreza, falsamente, en nombre de los más
necesitados.
No hay tolerancia a la crítica de ningún tipo. Como cuando
en 2014 se ensayó cierta apertura en una conferencia de prensa de la Presidenta
junto a su par chilena, Michelle Bachelet, y una periodista le preguntó sobre
Aerolíneas Argentinas irritando a Cristina. El ministro dilecto, Axel Kicillof,
no dudó en gritarle "antiargentina" a la periodista por el
atrevimiento de preguntar.
Pero, gane quien gane el 25 de octubre, los periodistas
volverán a su rutina de trabajo de contar la realidad, de buscar información,
de chequear posibles primicias, de contrastar proyectos entre sus defensores y
sus detractores.
Porque así ha trabajado el periodismo con el macrismo
durante estos años. Porque así lo ha hecho también con Sergio Massa, y también
con Daniel Scioli al indagar sobre la gestión de la provincia de Buenos Aires.
Basta con recordar que este verano, no fue hace tanto, el
hoy candidato presidencial del kirchnerismo fue criticado abiertamente por sus
compañeros cristinistas por haber visitado un stand del grupo Clarín, en Mar
del Plata.
Scioli, quizás en uno de los pocos actos de autonomía que ha
podido sostener en estos años, nunca ha cortado el diálogo con el periodismo
profesional. Aquel que es libre de criticar tanto al gobierno K como al
macrista, al sciolista o a Massa. Ésa es la diferencia básica con los colegas
que se confundieron y abrazaron una supuesta militancia de prensa: tienen vía
libre para destrozar -literalmente- a la oposición, pero tienen totalmente
prohibido ser críticos con el kirchnerismo.
Con Cristina se irá también esa fatal opresión. El falso
enfrentamiento discursivo, los años en los que un mandatario estuvo más
pendiente de un título, de "las letras de molde" como dice la
Presidenta, que de la realidad.
Porque Scioli, Macri o Massa (con sus virtudes y sus
aspectos negativos) ya han demostrado que pueden ser tolerantes a las críticas
mediáticas, que son parte del juego democrático, y no ven siempre una operación
destituyente detrás de cada información.
La buena noticia para el periodismo es que el 10 de
diciembre comienza una nueva etapa. Que la información volverá a fluir. Y que,
si los periodistas "militantes" quieren seguir ejerciendo la
profesión defendiendo al nuevo presidente, serán libres de hacerlo. Pero
también tendrán la oportunidad de no hacerlo. Y ésa ya es una saludable
diferencia.
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