Por Gabriela Pousa |
Primer round ganado. Cambiemos sin triunfar ha triunfado.
Así suelen suceder las cosas en Argentina: de manera extraña, caótica,
impensada. Esta elección que abre las puertas al balotaje arroja lecturas
varias aunque no haya grandes misterios que socavar de sus entrañas.
Todo estaba más a la vista de lo que parecía, el hartazgo y
el descontento general también, aunque no se hayan percibido con claridad en la
previa electoral. Políticos, periodistas, analistas subestimaron a la gente.
Es verdad que esta es una sociedad que dio muestras bastas
de cegarse cuando debía ver y mirar. Sin embargo, doce años es un lapso extenso
en demasía para ocultar la realidad. Cada uno vio lo que quiso o pudo, y
entendió que así no se podía más.
La elección también dejó al descubierto el miedo que se
gestó durante la “década ganada”: la gente no se animaba a decir a quién
votaba. Pasamos del voto vergüenza menemista al voto temor por las represalias
kirchneristas. El cuarto oscuro nos liberó. Basta de callar porque las consecuencias
son peores que ese silencio aparentemente protector. Al margen o no tanto, aunque fue tan denostado, el voto útil
también existió.
Cambiemos se impuso en todas las villas miserias del
conurbano y Capital. ¿Cómo fue que los habitantes de asentamientos paupérrimos
desestimaron los planes sociales, el asistencialismo, el reaseguro de un
aparato clientelar? La respuesta parece compleja pero se define en la
evidencia: frente a las tumbas de los hijos víctimas del paco, frente al hambre
y la desidia, frente al bolsón de comida que no alcanza para saciar a los más
chicos de la familia se desvanece toda oratoria.
Cristina habló mucho y mintió más, a Cristina la vieron solo
por TV. A las mentiras las palparon. En contrapartida, a María Eugenia Vidal la
pudieron ver y tocar. Ella habló poco y escuchó más. No son sutiles las
diferencias cuando en el aire abunda el desabrigo y la soledad. El trabajo de
hormiga le ganó a la maquinaria industrial de la mentira y el relato. La cara
lavada se impuso al maquillaje, y no es solo un enunciado literal. Las
entrelineas dicen más.
El compromiso ciudadano hizo el resto. Al pueblo tucumano le
debemos el coraje de demostrarnos en las calles que, únicamente saliendo de la
comodidad, podía impedirse otro atropello a la voluntad popular. Las hordas de
fiscales voluntarios fueron el mejor ejército de una democracia que yacía
desarmada.
Mauricio Macri por su parte, hizo algo que para muchos fue
poco estratégico pero quedó a las claras que la estrategia pesa menos que la
convicción de llegar por los medios que determinen la naturaleza de los fines
perseguidos. No prometió milagros. Los “entendidos” en la materia lo señalaron
con el dedo acusador por ese hecho pero, el argentino medio, lejos de los
dogmas del armado de un candidato, supo ver la fidelidad en una propuesta que
no seducía tanto quizás pero que, justamente por eso, era mucho más certera y
coherente con lo que el kirchnerismo ha de dejar.
Consumimos palabras lindas tantas veces y acá estamos: con
los oídos embelesados pero con el país devastado. Cuando de política se trata,
las palabras bonitas, las promesas de panacea, suelen estar alejadas de la
verdad. La sociedad lo aprendió por experiencia. Los espejitos de colores no
subyugaron, los mitos de la política nacional se derrumbaron, y lo que es más
importante aún, es que no se ha votado héroes de barro.
Nadie cree que Mauricio Macri es el redentor, el salvador o
un predestinado. Si así fuese volveríamos a caer en la decepción. Por el
contrario, se votó un equipo, se votó una salida, se votó convicción muchísimo
más allá de ideología y prestidigitación. Se maduró.
Injusto sería no reconocer al kirchnerismo su aporte
fundamental en esta carrera. Eligieron a dedo al sucesor, usaron al Papa,
apelaron a las peores prácticas de la vieja política clientelista, le quitaron
a Jaime Stiusso las herramientas para mostrar sin tapujos lo que son:
extorsionadores de grandes ligas, operadores no de política sino de
politiquería, revanchistas, vengativos, militantes de escritorio donde hacer
negocios para beneficio propio.
Aníbal Fernández fue el talón de Aquiles en la provincia de
Buenos Aires, mostró lo peor de lo peor. Fue el Daniel Filmus y el Amado Boudou de esta elección. Todo ello lo dejaron en la vidriera donde el
elector pudo verlo sin distorsión. Y el elector entendió. Es verdad que no hay
que subestimar al adversario. Harán lo indecible por revertir un resultado que
parece inmutable en este corto-mediano plazo. La historia hará lo demás: poner
a cada uno en su justo lugar.
Hoy se respira un aire distinto en Argentina, no es ese
exitismo fanatizado de otras veces que terminó frustrándonos porque acá no es
Macri quién debe hacer el trabajo. La fiscalización del domingo no terminó, por
el contrario recién ha comenzado. De ahora en más a la democracia se la fiscaliza
a diario, o en cuatro años estaremos nuevamente derrotados.
Hay mucha más tela que cortar pero para eso hay tiempo. Esta
es una bienvenida pero debe ser también un adiós para siempre, adiós al
oportunismo de los egos desmedidos. Es muy probable que de ahora en más se nos
muestre un Daniel Scioli sedado, afable, sin los vicios que mostró en los
últimos tiempos al dar prueba fehaciente de tener el gen kirchnerista en la
frente. Un Scioli que quiere el debate, artilugios del marketing. Seguramente
será el camaleón de esta etapa previa a la segunda vuelta de la elección.
Manotazos de ahogado, internas salvajes, desesperación.
A nadie debe sorprender que toda la maquinaria oficialista
atente contra la marea del cambio que se viene: no es gratis el paso dado aún
cuando ya hemos pagado demasiado. Habrá paros subrepticios de subte, cortes de
calles, habrá caos, habrá carpetazos que ya no surten el efecto deseado, habrá
aprietes y “casualidades” que no serán tales.
La atención de la gente es definitoria en este ahora. Un
minuto de distracción puede dejarnos otra vez sumergidos en el océano del
desparpajo y la corrupción. Cristina dijo el día después de su penúltima
derrota electoral: “Aún somos gobierno, aún tengo el poder". Debilitado pero
poder al fin. No subestimemos a quién demostró emerger mil veces de las cenizas
como Ave Fénix.
No tienen enemigos afuera, hay que dejarlos hacer y entender
que son las últimas fichas de un desesperado. Que terminen subidos al ring en
que han convertido al país, que se noqueen a sí mismos. Así, librados los doce rounds, el show habrá
terminado y mermarán los aplausos hasta quedar definitivamente silenciados.
Entonces sí, otra etapa habrá comenzado. Cristina se irá
pero nosotros habremos quedado, y ese será el verdadero triunfo electoral a
fiscalizar a diario los próximos cuatro años.
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