Los tres van a las
urnas con sus indefiniciones a cuestas. Por qué el desinterés
puede influir el
día de la votación.
Por Roberto García |
Cuesta imaginar que dentro de cincuenta años, uno de los
tres candidatos que dirimen mañana la presidencia aparezca estampado en un billete
de cien o cincuenta pesos.
Como si Mauricio Macri, Sergio Massa o Daniel Scioli
fueran Roca o Sarmiento, por tomar figuras controversiales y no de unánime
respeto como San Martín.
Tal vez, como disculpa ante el ejercicio imposible,
pueda suponerse que en aquellos años pasados tampoco nadie sospechaba que esos
personajes iban a presidir una emisión del Banco Central. Igual cuesta
atribuirle al trío postulante una dimensión histórica, un reconocimiento
especial, ofrecen todo tipo de baches no sólo porque ninguno escribió un libro
(o un paper o un artículo) ni tampoco se destaquen por los libros de sus
bibliotecas, sino porque egresaron de sus niveles terciarios con tropiezos,
suspicacias –tal vez algún escandalete se conozca luego de los comicios– y retrasos
sorprendentes. Ni tiempo tuvieron para fabricar un up grade, un máster en una
universidad del exterior, tan generosas como algunas argentinas a la hora de
bendecir títulos. Curioso este desaliño de los pretendientes en un país donde
los medios lograron bloquearle la vida política a uno que se preció de
ingeniero y a otro de licenciado. Mejor evitar los nombres, los desagradables
recuerdos.
Hay anomias manifiestas en la sociedad, desinterés, poca
atención sobre la naturaleza de la situación económica, ignorancia electoral,
indecisión frente al voto, hasta se habla de que si llueve mucho Scioli puede
perder por ausencias dos o tres puntos o que el partido de Los Pumas le restará
fiscales a la gente de Macri para controlar la elección. Justificaciones previas por si hay ballottage. O por si no lo hay. Si
se admite este desapego general, sorprende en cambio la confusión de presuntas
elites, de las franjas que se atribuyen superioridad por bautizarse a sí mismos
como intelectuales o artistas: se suponen faros de la oscuridad por expresar su
voto anticipado, por asumir un compromiso –vano debate del siglo pasado entre
hombres de transacción más que de transición (recordar la polémica con Heberto
Padilla en Cuba)– con el liderazgo de cualquiera de los tres recibidos en
condiciones infrecuentes y de nonata actividad en esa profesión elegida. Se
puede celebrar la promesa declarada del voto, no quizás la explicación amañada.
En una catarata de palabras, los amigos de Cambiemos –por ejemplo– piden no
repetir el error de haberse desentendido, antes del ascenso de Néstor Kirchner,
de los pésimos antecedentes del entonces candidato, sea por los fondos
extraviados de Santa Cruz o sus estropicios institucionales en la provincia.
Como si hubieran recordado esos antecedentes con otros candidatos y en otros
tiempos o, como si hoy se distraen de las presentaciones patrimoniales de su
jefe luminoso, sus cambios de conducta o la concesión privilegiada de obras y
servicios a ciertos conmilitones. A su vez, dilapidando palabras como si fuera
parte del gasto público, parte del kirchnerismo militante, intelectual claro,
también evade estas lindezas de declaraciones juradas y licitaciones generosas
de su transicional guía (Scioli) y la madre que lo parió (Cristina), abocándose
en exclusividad a cuestionar la estética del hombre del Abasto devenido en
bonaerense, quien se prodiga por figuras del canto y el éxito como los
Pimpinela o Montaner: una categoría insoportable para el oído del reducto
intelectual de Kirchner (otro que no escribió nada y no leyó mucho), aunque los
impugnados sean nacionales y populares. Si vivieran en tiempos del general,
repudiarían a Antonio Tormo y El rancho de la cambicha, mucho más al delicioso
dúo Buono-Striano, tal vez la más osada penetración cultural del surrealismo en
la gente común. Por no citar otros nombres. Casi gorilismo lo de este grupo,
una paradoja.
Confuso entonces lo de mañana, en lo particular y general,
con cierta expectativa de concordia futura por la afinidad y el vínculo de dos
contendientes (Macri y Scioli) –pacto implícito de no tocar temas sensibles
para ambos– y un tercero generacionalmente distinto (Massa) pero comprensivo de
la naturaleza del poder. Gente de progreso en las relaciones, al revés de la
administración en retiro que todavía ejercerá su dominio temporal: sea para
malvender materia cara (dólar) sin riesgo judicial en apariencia, colocar más
personal en el Estado, promover algún auxilio por los próximos cuatro años para
la provincia de Buenos Aires –siempre y cuando, obvio, gane Aníbal Fernandez– o
ampliar la Corte con dos nuevos ministros que satisfaga el paladar de Ella.
Quizás, antes, la propia Corte le sacuda la inconstitucionalidad de la ley de
subrogancia, desmontando parte del propósito cristinista por dominar o
esterilizar esa área. Ya se conmovió la propia procuradora con la denuncia de
escuchas e interferencias a cientos de ciudadanos; para Alejandra Gils Carbó,
quien se suponía a cargo de que esta tarea no fuera ilegal –como antes se le
atribuían al fantasmal Stiuso y sus mandantes–, ha sido un martillazo: no
controla o hace lo mismo que hacía Stiuso. Por no hablar del titular de la ex
SIDE, Oscar Parrilli, quien gasta plata en perseguir mucha gente sin
importancia desde un organismo con más agujeros que un gruyère. Dato adicional:
se ha puesto en la superficie pública una instalación en Villa Martelli que
empezó con los marinos del Proceso, se perfeccionó por la asistencia económica
de Néstor Kirchner y que, decían, era un modelo de inteligencia en
comunicaciones para defensa del país. Ahora parece que termina en tareas
menores.
Finalmente, desde la nube, mañana aterrizan los tres
candidatos cubiertos por un mismo enigma: han sido responsables de sus propios
fracasos, se dinamitaron a sí mismos. Scioli en la indefinición con Cristina y
en la sorda reyerta con Aníbal Fernández; Macri con sus contratos espurios y en
la ambivalencia de rechazar al peronismo y luego aparecer pegado con Hugo
Moyano en un monumento al general; Massa por disponer en algún momento de toda
la cancha y extraviarse quizás en el personalismo. Han corregido en parte, a
uno le van a creer más que a otro, quizás la diferencia de diez puntos, a favor
o en contra, sea más determinante en el resultado que si una primera mayoría
supera al 40. La aventura recién empieza, las desventuras van a continuar.
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