El primer hombre y el
último manuscrito
Albert Camus: las densas tinieblas de un túnel hacia sus orígenes. |
Por Manuel Lavaniegos
(Fragmento)
“…El 4 de Enero de
1960, en una carretera francesa, un neumático revienta y el auto en el que
viaja Camus se estrella. El escritor de 47 años, a sólo tres de haber recibido
el Premio Nobel de Literatura, lamentablemente, fallece.
Entre los restos del
auto se encuentra la cartera del escritor y dentro los borradores del libro en
que trabajaba, Le premier homme, que “se compone de 144 páginas escritas al
correr de la pluma, a veces sin puntos y comas, de escritura rápida, difícil de
descifrar, nunca corregida”. El infausto accidente que de tajo interrumpe la
vida en plena actividad y fama de Camus, involuntariamente, nos deja también el
último testimonio del indómito y controvertido escritor; se trata de un texto
fascinante, pues estamos frente a una gran novela que queda flotante en su
inconclusión y, a la vez, ante el laboratorio – working progress – del relato
mismo. Despliegue en marcha de una febril destilería que, además, se halla
procesando los recuerdos autobiográficos más remotos e íntimos del escritor,
todavía envueltos en las virutas del material apenas devastado de la inmediata
reminiscencia.
Albert Camus nacido
en Argelia en 1913, en el seno de una paupérrima familia de emigrantes, de
padre francés/argelino y madre española/menorquina; queda, de inmediato,
marcado por el destino como “huérfano de guerra”, pues el padre apenas
reclutado es muerto en la Guerra del 14. Criado por su madre y su abuela, en
medio de la miseria, con duro pero entusiasta esfuerzo, alentado por sus
maestros que nunca olvidará [Louis Germain y Jean Grenier], Albert, cursa la
primaria, el liceo y, después, estudia filosofía en la universidad. Escribe
desde muy joven, a los veintidós años sorprende por su madurez con el ensayo El
revés y el derecho; se afilia al Partido Comunista con el que rompe al año
siguiente, también se casa, pero su matrimonio termina muy pronto. En 1938,
ingresa en el diario Alger républicain,
ese mismo año escribe la pieza de teatro Calígula,
esboza la novela El extranjero y el
largo ensayo El mito de Sísifo; obras
en las que, al lado de La caída y el
drama El malentendido – según André
Maurois– Camus se dedica, sobretodo, a la exploración sin atenuantes del
trasfondo “absurdo”, nihilista, que comporta la existencia humana, tanto del
individuo como de la colectividad, de frente a las estupefacientes ilusiones,
salvíficas y utópicas, prometidas por los sistemas morales, religiosos e
histórico/políticos.
Una segunda fase se abre en la obra de Camus, a los ojos
también de Maurois, a partir del ensayo El
hombre rebelde, seguido de la novela La
peste y de la obra de teatro Los
justos, su escritura se decantaría, ahora, hacia un horizonte posible en
medio de la pura negatividad de lo absurdo; porque la negativa de la rebelión a
lo que con injusticia existe revela lo que en el hombre debe defenderse; tal
rebelión suscita la solidaridad que es, a su vez, el fundamento de la rebeldía
que trasciende el egoísmo individualista, “me rebelo, luego existimos”.
Camus, entre tanto, en 1940 se vuelve a casar y parte hacia
Francia, trabaja en el Paris Soir y,
luego, se une a la resistencia antifascista Combat.
Tras la Liberación pasa a dirigir el mismo diario. Su celebridad se extiende
por todo el mundo, en 1946 viaja dando conferencias por Europa, América del Norte
y del Sur. El y J. P. Sartre aparecen como las “cabezas” más visibles de la
oleada popularizadora del “existencialismo”, sobre todo, las novelas y el
teatro de ambos tienden a ser leídos como expresiones figuradas de sus “tesis”
filosófico/políticas. Por supuesto, que la corriente popularizante
“existencialista” – aliada entre otros fenómenos al gusto por el jazz, la
pintura abstracta y el cine norteamericano, etc. –, diseminada entre una cierta
bohemia juvenil europea de posguerra, dista bastante del núcleo duro de la
polémica filosófica existencialista, de intención anti-metafísica, propiamente
dicha [Kierkegaard, Heidegger, Jaspers, Marcel, Abbagnano, Paci, Sartre, etc.];
sin embargo, ambos afluentes venían a confluir, como formas diferenciadas de protesta
contra el optimismo superficial y la respetabilidad autoritaria, burguesa e
institucional, de la sociedad contemporánea que por entonces se sumergía en la
“reconstrucción” industrial/capitalista bajo los ideologemas de la “Guerra
Fría”. A raíz de la publicación de El
hombre rebelde, Camus y Sartre se distancian, aquél difiere de la
adscripción al marxismo radicalizado de éste.
Hacia 1956-1957, el escritor francés/argelino, conmovido por
la guerra civil desatada en Argel entre colonos y colonizados, entre los
atentados terroristas que claman por la liberación nacional y la intransigencia
del ejército dirigido desde la metrópoli, conmina a las dos comunidades a
establecer una tregua. Por esta búsqueda de concordia, por su vertiginosa
trayectoria vital y por su significativa obra literaria en todos los géneros,
en 1957, le otorgan el Premio Nobel, que él acepta. Siete años después, le
ofrecerán el Nobel a Sartre, éste lo rechaza como un gesto contra el statu quo.
Uno y otro, Sartre y Camus, tienen sus opuestas razones. Camus declara en su
Discurso de Suecia:
¿Qué escritor se
atrevería entonces, de buena fe, a convertirse en predicador de la virtud? En
lo que a mí se refiere, tengo que decir una vez más que no soy nada de eso.
Nunca pude renunciar a la luz, a la libertad de ser, a la vida libre en la que
crecí. Pero aunque explica mucho de mis errores y de mis faltas, ella me ayudó
sin duda alguna a comprender mejor mi oficio y me ayuda aún a mantenerme,
ciegamente, junto a esos hombres silenciosos, que no soportan en el mundo la
vida que se les ofrece, sino por el recuerdo o el retorno de breves y libres
momentos de dicha.
Quisiera recibirlo (el
Premio) como un homenaje tributado a todos aquellos que, participando del mismo
combate, no recibieron ningún privilegio, sino que, por el contrario,
conocieron la desdicha y la persecución.
Los anteriores toscos y esquemáticos trazos entresacados del
trayecto biográfico de Camus nos conducen de nuevo hasta el día del fatal
accidente, al auto deshecho, al triste cadáver del escritor y, en el fondo de
su portafolios, al manuscrito inconcluso pero, tal vez, muy avanzado de El
primer hombre. Se trata del desarrollo de los capítulos de las dos partes que
compondrían la totalidad del libro, más las “hojas sueltas” que contienen notas
y proyectos en torno a su elaboración, como también dos cartas [Camus – Louis
Germain y L. Germain – Camus]; todo ello, publicado junto y reconstruido a
partir de la primera copia dactilográfica hecha por Francine Camus y
supervisada, en su primera edición francesa, por Catherine Camus (1994). Lo más
sorprendente, como ya señalamos, consiste en el inusual estado de este legajo,
delirante, simultáneamente meditativo y desesperado, dubitativo y audaz,
empapado de libres asociaciones y señales de huecos por llenar, claves de
concatenación entre situaciones, bocetos de variaciones posibles sobre tenaces
episodios que reaparecen; pues, Camus, se encontraba, por así decirlo,
rebobinando el film de su vida, realizando calas arqueológicas en los estratos
siempre huidizos de la memoria, pero que en él se abren con la inconfundible
libre luz y, también, con la oscuridad, emanando desde el fondo de una infancia
y una juventud enclavadas entre el sol y el mar de la tierra argelina.
…se había evadido,
respiraba sobre las anchas espaldas del mar, respiraba a oleadas, bajo el vasto
balanceo del sol, por fin podía dormir y volver a la infancia, de la que nunca
se había curado, a ese secreto de la luz, de cálida pobreza que lo había
ayudado a vivir y a vencerlo todo.
Sin embargo, este “retorno de breves y libres momentos de
dicha” en medio de la severidad de la pobreza encerraban en su seno una
tremenda fisura. Camus, siempre, durante toda su vida, lo supo, se trataba del
enigma de su padre, de ese “primer hombre” y de su muerte; una muerte
incomprensible para el niño, siempre prematura, que hizo de su padre una
ausencia persistente y ominosa, para una criatura, un muchacho, signado como
“huérfano de guerra”. Algo le había permitido, por supuesto, salir de la
opresión de esa sombra del primer fantasmal y desconocido hombre que era para
él, de hecho, su padre. Él, Albert, había llegado muy lejos, pero el hueco de
¿quién, en realidad, había sido su padre? seguía ahí. Ahora, después de haber
logrado, aparentemente, tantas cosas, la fisura de oscuridad le asaltaba otra
vez con obstinación, reapareciendo “el ausente” en cualquier sitio y momento.
No obstante, había ahora una diferencia, Camus, con más de cuarenta años, se
siente maduro y urgido por hacer un recuento o balance de su experiencia
vivida, ¿Qué le debe a la vida? y ¿qué le reclama? ¿Hay, acaso que reclamarle?
Y, de una vez por todas, ¿quién era su padre?… Camus se hallaba cruzando, con
su escritura, las densas tinieblas de ese túnel que lo conducían hasta lo imposible
de sus orígenes. La elipse del periplo por la búsqueda del padre, que trazaría
en el libro emprendido, está descrita escuetamente en un apunte de las “hojas
sueltas…”
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