Por Gabriela Pousa |
Nada sucede y todo
está sucediendo…, esa es la ambigüedad que caracteriza a este escenario
preelectoral. Como nunca antes, un gobierno elegido por el pueblo ha
cometido tantos errores. Podría hacerse una larga lista de hechos aberrantes
que sepultarían cualquier posibilidad de permanencia kirchnerista. Cristina
tiene razón: “No fue magia” fue ineficiencia, robo, descaro y horror. Sin embargo, esto es Argentina y nada
parece mover el amperímetro de manera significativa. No.
Ni la muerte del
fiscal Nisman, ni las inundaciones fruto de la falta de obra realizada, ni la
seguidilla obscena de la cadena nacional lograron definir la elección en los
sondeos y estudios de opinión. Claro que una cosa es lo que se dice a un
encuestador y otra muy distinta puede ser lo que se hace luego en el cuarto
oscuro. De dobleces y falsedades sabemos demasiado los argentinos. Nadie votó a Carlos Menem, nadie votó a
Cristina Kirchner pero ambos terminaron siendo presidentes…
Es muy probable que estemos debatiéndonos entre la apatía
que nos ha dejado un sinfín de desilusiones, y el “todos son iguales” que como
slogan político acarrea alto peligro. No
todos son iguales. Ninguno es Jesucristo pero algunos son Judas vendiendo por
monedas la dignidad y la decencia. De todos modos, que el candidato oficialista
encabece las encuestas habla peor de la sociedad que la dirigencia. ¿Qué
película estamos viendo?
No cabe duda que el árbol no deja ver el bosque, y las doce cuotas para la tecnología, que
cuesta tres veces lo que cuesta afuera, idiotiza. Ni siquiera altera ya ver
las pruebas que involucran a un candidato con el narcotrafico, todo se ha
naturalizado hasta dejarnos paralizados frente al más grande de los escándalos.
Se ha impuesto una cultura zombie donde
se acepta cualquier cosa, y es así como estamos viviendo un clima social
enrarecido donde todo es lo mismo, y hasta lo más vulgar es tomado como un
“hecho artístico”.
Lo que antaño era vandalismo, un graffiti en la entrada de
una vivienda, hoy lleva el mote de “arte callejero”, lo que hace suponer que un
borracho ensuciando una pared, en Argentina, es un artista. Rebatir semejante
dislate nos sitúa inmediatamente en la vereda del resentido que no comprende
que los tiempos han cambiado. Habría que
explicar que el paso del tiempo es admirable en el progreso, no en la
decadencia o en la aceptación ciega de lo que venga.
En este trance de
tener que aceptar lo inaceptable, aparece Daniel Scioli como candidato potable
por el solo hecho de no haber gritado en un debate. Ahora bien, el problema es
que no debate, no que no haya gritado… Ahí es donde la gente pierde el foco y
pifia a la hora de sopesar pro y contra de los presidenciables.
Lo mismo sucede con Sergio
Massa cuando muestra sus “pilotos de tormenta” y aparece medio ex gabinete
kirchnerista asegurando que otorgarán el 82% móvil a los jubilados, aumento a
los docentes, etc. ¿Cómo creerles si, ayer no más, cuando eran gobierno todo lo
que hoy ofrecen lo negaban? Si se confía en Massa o en Alberto Fernández,
el gran censor y manipulador de medios del kirchnerismo, el problema no son
ellos sino el pueblo. Massa es de algún
modo el Martín Lousteau de esta elección.
No pidamos a los
dirigentes que hagan lo que debe hacer la gente porque una cosa es la política
y otra muy distinta la ciudadanía. La brecha entre ambas no es nueva y es
tan real que se la palpa incluso en la temática que desvela a unos y a otros.
Mientras los políticos sopesan qué imagen dar y con quién
sacarse una foto, los ciudadanos están pendientes de que los chicos lleguen
sanos y salvos de salir un sábado, por poner un ejemplo cualquiera. Hay una labor intrínseca que compete a los
dirigentes, y otra muy distinta que debe ser llevada a cabo por la gente. Los
primeros deben ofrecer salidas a este laberinto de decadencias, y los segundos
deben hacer memoria y separar la paja del trigo para que el voto no nos
etiquete lisa y llanamente como idiotas.
Y acá referimos a la
clase media por sobre todo, pues sería injusto pedirle al indigente del
Chaco (que vimos que no tiene una cama ni para acostar a un bebé, ni una
cebolla para la sopa) que se ocupe de hacer memoria o de entender la brutalidad
del clientelismo que para ellos es la posibilidad de dar de comer a sus hijos.
Algún día la política
entendida como “mantenimiento de la pobreza” para el uso proselitista debería
entrar en la categoría de los delitos de lesa humanidad, pero estamos
culminando un gobierno que solo otorgó derechos a los victimarios… Hemos
llegado a tal punto que un terrorista de los 70′ es ovacionado o se le premia
con un cargo.
El regreso a la normalidad llevara décadas pero hay que empezar a desandar el camino porque de
lo contrario, cuando menos nos demos cuenta estaremos debatiéndonos entre
unitarios o federales, habiendo descartado la civilización y optado por la
barbarie.
No todo es lo mismo,
no todos son iguales.
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