La teoría de la
polarización parece desvanecerse y cada candidato deambula
en su propio
laberinto.
Por Roberto García |
Tal vez ni se mueva el medidor de temblores, pero cierta
revisión conceptual provocan los datos de las encuestas. Hasta ahora, existía
el criterio presuntamente fundado del “voto útil” a favor de Mauricio Macri
para el último tramo de la campaña, la convicción de que los comicios se iban a
polarizar por último y que el jefe de Gobierno, en un ballottage posterior,
triunfaría sobre Daniel Scioli.
Buena parte de la propaganda macrista se inspiró en este
fundamento. Aun cuando los mismos profesionales de sondeos advertían que la
eventual herencia de Sergio Massa, sus votos, no estaban dispuestos a
inclinarse en su totalidad por el ingeniero boquense, renuentes por las
apreciaciones críticas de éste sobre el peronismo. Igual, el valor entendido
era “voto útil” igual a Macri. Hasta ahora.
Sucedió el affaire Niembro, trabajado y alentado por el
gobierno de Cristina hasta las últimas gotas de aprovechamiento, mientras Macri
se hundía en dudas para decidir sobre su candidato, una defensa amateur del
caso y una parálisis con riesgoso looping personal.
Complicada la salud de los aspirantes: a Scioli lo avasalla
el estrés, se desequilibra, algunos hablan de desmayos y dolores reiterados de
su añeja amputación, Massa duerme menos que Bernardo Neustadt y a Macri lo
alela una situación imprevista, se deprime, golpea a lo ciego, cambia en el
aire y hasta empezó a convencerse –con el peligro consecuente– de que la
mandataria reina tiene una cuenta pendiente con él.
Mucho tiempo navegó sin ofenderla, cuidadoso en las
denuncias hasta el extremo de sospecharse cómplice y tuvo, como premio, hasta
el reconocimiento de que Ella lo prefería como sucesor a cualquier otro. Era lo
que cualquier mortal observaba en la superficie. Sin embargo, algo ocurrió
camino de la Presidencia que enajenó a Cristina.
Sin devolución. Más de un especialista sostiene que el
postulante amarillo no correspondió favores, falta de empeño u omisiones de la
Casa Rosada que le aliviaron el tránsito por la Justicia (recordar su
comprometida causa de las escuchas, en la que pudo ser dañado). Poco
agradecido. Tanto que ni siquiera reparó, se supone, en un tema básico: se
distrajo por desidia o incompetencia del avance público que realizó su Policía
Metropolitana con el juez Bonadio sobre el expediente Hotesur, que afecta a
Ella y a su familia, casi un disparo al corazón K. Así lo entienden en la
Corte.
Abunda el rumoreo sobre este episodio, intervenciones,
quejas, disgustos, computadoras, documentos, retaliaciones que hasta facilitan
la versión de que el caso Niembro fue el primer pago de una lista más extensa
que baraja la inteligencia rentada del Gobierno contra el desatento Macri. Por
no utilizar la palabra pícaro, que gastan en las inmediaciones de la dama.
Ciertos o no los
trascendidos, Macri pareció suspender la campaña mientras de la escena
desaparecían titilantes asociados, los radicales de Ernesto Sanz y la prosodia
de Lilita Carrió. Habrá que presentar hábeas corpus. En el proceso, el
ingeniero diluyó asesores, incorporó otros, escondió candidatos, ordena cuidar
la palabra, designó nuevos voceros (de Rogelio Frigerio a Esteban Bullrich),
habilitó en apariencia regueros de denuncias sobre pactos poco sustentables
(Massa con Aníbal Fernández o Massa con el Grupo Clarín), como si el vidrioso
pacto militar-sindical recitado por Alfonsín pudiera replicarse en esta década.
Majaderías efímeras del desconcierto.
Increíble. Nadie
puede creer que solamente por el affaire Niembro se produzca este terremoto en
la interna del PRO ni que el mismo imputado piense que por azar sus anomalías
de contrato alcancen judicialmente –ya en el fuero federal, con acciones de
pasmosa eficacia y cayendo los trámites en el magistrado Casanello– alturas de
lesa humanidad.
Aun así, para el gran público, estos acontecimientos no
alteran su ritmo diario y, si se atiende a los mercaderes de encuestas, tampoco
sus ánimos o voluntades: los guarismos de hace dos meses se mantienen intactos,
casi graciosamente ninguno de los tres sube o baja, para dentro de un mes los
aspirantes conservan un rango de modelo electoral dividido como si fuera un
PBI: 40% para Scioli, 30% para Macri, 20% para Massa. O sea, provincia de
Buenos Aires, Capital Federal y Tigre. Ninguno afuera de la contienda.
Habrá que observar si se altera esta descripción tripartita,
no observada en otros comicios, cuyos montos reales son puestos a ojo y
conveniencia. Scioli, encriptado por el cristinismo, ya ni sueña con trepar al
45%, a diferencia de su candidato a gobernador (Fernández), que se conforma con
mucho menos por las exigencias constitucionales. Delicias de la democracia.
Uno busca votos de afuera, el otro se basta con los de
adentro (de ahí su manifiesta vocación camporista). Macri ha enmudecido, no
previó la consolidación de Massa y su eventual retraso con Scioli. Tarde
descubre que el determinante “voto útil” en una pugna tan reñida, que estaba en
su bolsillo, ahora es cuestionable. Aquel mensaje de que el ballottage lo iba a
favorecer en un duelo con Scioli se ha vuelto provisorio ante la instancia de
que quizá Massa ofrezca más garantías. Pero éste tampoco puede exhibir avales
por un capital del que no dispone.
Los tres saben que del laberinto se sale por arriba, pero
ninguno se desprende del peso que lo encadena abajo.
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