Por Nicolás Lucca (*)
Relato del Presente
Una familia duerme bajo la galería de avenida Colón a
escasos metros de la Casa Rosada. Se suman a las miles de personas en situación
de calle que pasan sus días a la intemperie en las grandes ciudades del país,
incluso una en la puerta del edificio de la Secretaría de Comercio, donde dicen
que casi no hay pobres, ni desempleo, ni inflación.
Kicillof dice que nos desendeudamos mientras emite deuda que
pagará el que venga, Aníbal Fernández afirma que no hay laboratorios de droga
en el país mientras nos convertimos en testigos de guerras narcos y zombies con
el marulo quemado por el paco, y los mismos funcionarios que atacaron a Scioli
durante años, hoy lo vitorean por ser la única esperanza. Mientras todo esto
puede ocurrir en un mismo día, por la noche Cristina invade nuestros hogares
para interrumpir la cena con un discurso temerario, en el que anuncia un montón
de obras que nunca se realizarán y presentará como medidas revolucionarias
meros actos administrativos, para luego atacar a la prensa, ningunear a la
oposición, desacreditar a todo el que piense distinto, recordarnos que tenemos
libertad de expresión, pluralidad de voces y que la Patria es el otro.
Las contradicciones del kirchnerismo pueden quedar plasmadas
en tan sólo una frase y cualquier certeza oficialista se desacredita con un
mínimo chequeo de la realidad de la calle. Sin embargo, a lo largo de estos
doce años y medio, el Gobierno iniciado por Néstor Kirchner y continuado por
Cristina Fernández de, no ha hecho otra cosa que correr los límites de lo
tolerable a extremos impensados: lo que ayer nos causaba indignación, hoy nos
parece algo normal frente a la noticia del día mientras nos preocupa qué nos
indignará mañana.
Ese es el espíritu que llevó a escribir “Lo que el Modelo se
llevó”: la cantidad de conceptos que levantaron como banderas “que nadie había
levantado”, a pesar de que todos los gobiernos de la democracia lo hicieron con
variados resultados. Políticas de derechos humanos frente a la dictadura hubo
siempre. Se podrá coincidir o no con ellas, pero el Estado no se calló la boca,
como dijo Néstor en su discurso del 24 de marzo de 2004. La militancia siempre
existió, al igual que las discusiones políticas.
Pero para torcer sus propias historias modificaron la de
todo el país, para esconder sus propios errores nos convirtieron en enemigos
que ponen trabas en la rueda del modelo más exitoso e inclusivo de los últimos
milenios, el mismo que no logró sacar un solo pobre de ninguna de las mil
villas que crecieron alrededor y dentro de Buenos Aires al igual que en todas
las urbes patrias.
En el medio pasó una década y un cuarto en la que no
lograron meter un plan de créditos para la vivienda del laburante, en la que el
100% de la población fue víctima de la inseguridad directa o indirectamente, en
la que nos sacaron más de la mitad de nuestros ingresos en impuestos suecos
para financiar servicios subsaharianos, y en la que nos corrieron con el dedito
de la moral mientras las causas por corrupción se multiplicaban en los
tribunales federales más rápido que lo que crecía la pobreza.
Quisieron curar el sida con penicilina. No funcionó y el
Modelo se va a la casita con default, inflación, desocupación estructural,
cientos de muertos en tragedias estatales previsibles, desaparecidos en
democracia, pobreza y recesión. Obviamente, desde el oficialismo nada de esto
ocurre. Y si llegara a escaparse algún dejo de que realmente las cosas no están
tan bien, la culpa será de la prensa hegemónica –sólo la que no les responde a
ellos–, de la clase media, de un complot de la CIA y de la envidia que nos
tienen las grandes potencias.
Por eso este libro: porque no todo da igual y porque muchas
cosas ya se olvidaron. Y eso es tan sólo una parte del mayor daño que nos
causaron: el cultural. Corrieron tanto los límites que cualquiera que venga
luego de ellos podrá hacer lo que quiera, que, mientras no llegue a sus
extremos, nos parecerá un negoción. Y eso es peligroso.
(*) Autor de “Lo que
el Modelo se llevó”.
Twitter:
@RelatoDPresente
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