[¿Culpable de lesa
urna?]
Por Martín Risso Patrón |
La política en tiempos de campaña, hoy
Hay que transitar durante algunos minutos por los extensos,
casi inacabables territorios donde reinan don Face y el canario tuitero, o
alguna que otra alternativa que nos propone esto de las redes sociales a manera
de gratuita forma de relacionarnos y darnos a conocer, para encontrar a cada
paso críticas, señalamientos, noticias y hasta desgraciados insultos para con el gobierno nacional.
Del mismo
modo, hallamos desde sanos argumentos, hasta también desgraciadísimos agravios a los oponentes, de parte de
quienes profesan su fe política oficialista. A su vez, la información pública
vuelca ríos de datos de un lado y del otro, mientras asistimos a escenas de
protestas públicas, cadenas oficiales y batucadas y un largo etcétera de
relatos, además de crónicas de la tragedia o la protesta social, y elocuentes
argumentaciones de políticos en una u otra de las manos de esa avenida política
llamada De la Campaña Electoral. Y el fraude, leit motiv de la noticia,
del análisis y la discusión popular mediatizada, claro. Fraude homologado por
la Justicia en Tucumán, ignorado en Salta, Mendoza y Santa Fe, absolutamente
ninguneado en La Rioja, y la mismísima provincia de BA. Todo esto aderezado con
videos caseros y de los otros y un importante catálogo de pruebas.
El voto del paisanaje
Pero el cantaclaro aquí es el voto de la paisanada de a pie.
Tanto donde triunfa el oficialismo, como donde triunfa la opo, hay una
constante: “Ha triunfado la Democracia”,
dicen; y alguien replica “hubo fraude”...un clásico de la temporada.
Con sólo cotejar el volumen de la crítica social al gobierno
central y sus contestes provinciales, no se hubieran registrado triunfos electorales
oficialistas, siguiendo la elemental lógica del opino, luego voto. Pero la cosa no es así. Entonces surgen
preguntas hijas de la obviedad: ¿Se critica al gobierno, pero igual se lo vota?
¿El voto se debe a una cuestión clientelar manipulada por punteros con
controles estrictos mediante afinados sistemas ineludibles? ¿Hay fraude a despecho de la contundencia
de la opinión pública? ¿La urna está manchada, violada, mancillada? ¿Quién
es el responsable?
Entonces no faltó alguno que dijo desde su Cátedra
microfónica: “Entonces, el Pueblo es un
pelotudo”. Y al Pueblo le quedó colgada la gallina de ser el culpable de
triunfos que, según cómo se escribe la historia, no debieran ser tales. El
ciudadano, aquella inapreciable unidad
humana del colectivo Pueblo, anda como un zombi político por las
ciudades mostrando el infame cartel soy
un pelotudo porque soy un mentiroso; así nomás, sin matices...
Tanta crítica social, tanto análisis político, tanta
estadística científica y de la otra, pero
goles son amores y no buenas razones. Y a comerla, [según el apotegma del
Filósofo del Estadio]. El paisanaje bajo sospecha, e la nave va...
Mientras, los que trafican, los que se distribuyen ganancias antes de haberlas, los que al
minuto siguiente de las 18 horas de cualquier domingo electoral republicano se
trepan sobre los hombros obsecuentes y punteros de fiesteros prepotentes y
excitados... esos mismos, inauguran nuevos períodos de cualquier cosa en los
que ni figura tanta promesa emocionada hecha en caminatas por barrios y villas
suburbanos a ese mismo que tiene y tendrá, que seguir las cosas cotidianas,
vivir por ejemplo, llevando eternamente pegado en la frente el cartel
ignominioso que llevan aquellos de los que nunca, nunca, nunca se sabrá si
votaron por alguno de su devoción y el voto le salió en contra, o si votaron
por la paga, o si jugaron a la ruleta rusa en el cuarto oscuro, qué sé yo...
Ese cartel escrito con ceniza de la peor, que expresa: “Soy un pelotudo porque miento, o porque vendí mi voto o porque me lo
robaron, pero no me importa”
quedando para siempre como sospechoso de algo que no se sabe muy bien si es
dejadez de sí mismo, o traición a la República, o, en el mejor de los casos,
una ingenua convicción de que lo mejor es ser cliente con la faltriquera llena,
que ciudadano de a pie pero con la Moral al palo.
Entonces, lo grave, aquí, es, sencillamente, el no me
importa.
Edición impresa: Semanario
“Nueva Propuesta”, Salta
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