El candidato, tras
veinte días muy malos, trata de distanciarse de CFK.
La apuesta Bein.
Por Roberto García |
Durante una hora y media de entrevista, no la mencionó ni
una sola vez. Para el catálogo personal de la autonomía, su propia fecha
patria. Inclusive, evitó frases hechas para la Corona y la Obra, complacientes
habitualidades de su repertorio; en cambio, deslizó diferencias con la mandataria,
anticipó una distancia siempre prometida y nunca expresada: cometió un pecado
capital para el kirchnerismo, lindante a la traición.
Para él no era una simple
aparición por TV, lo preparó como una bisagra en su carrera final buscando
otras voluntades no prebendarias del oficialismo: así se presentó Daniel Scioli
esta semana, en la nocturnidad cordial de un anfitrión (Alejandro Fantino) y
con la compañía de uno de sus asesores económicos, Miguel Bein, a ver si
distraían al público de las calamidades propias, naturales o ajenas, que lo
azotan desde que ganó en las PASO. Se ha descascarado en veinte días, justo
cuando más necesita sumar para el 25 de octubre, fecha en que las distinciones
numéricas con sus rivales podrían ser mínimas, determinantes para seguir con
vida o pasar al ostracismo.
Fue el programa el principio de una ofensiva casi
desesperada, un destete tardío que Ella no vio en la tele y tampoco, al
parecer, la notificaron al día siguiente, ya que nadie podía entender –en la
celebración de la industria, por la noche en Tecnópolis– las lisonjas que le
deparó a su candidato-delfín en lugar de replicarlo, furiosa, como es su
característica. A menos que haya otra Cristina en el firmamento, amplia y
abierta a las críticas, desconocida para casi todos. Si cambió Scioli, ¿por qué
no puede cambiar Ella? Pregunta vana, por supuesto.
Se supone que dos pueden más que uno. No fue el caso. La
contribución de Bein como salvador de campaña quizás no haya sido afortunada,
finalmente no es su misión técnica: enrareció el vínculo con Axel Kicillof y la
dama de la Rosada, se refirió a temas que además de prohibidos en el
oficialismo (tipo de cambio, inflación, los subsidios, los holdouts o buitres,
las tarifas) observa con una mirada diferente, casi en paralelo a ciertos
gurúes odiados por el Gobierno. Cambiaremos lo que haya que cambiar, agregó
Scioli, por si no habían escuchado bien a su aspirante al sillón de Economía o
al de Finanzas si se divide la cartera.
Para colmo, lejos de la diplomacia, con cierta arrogancia
–inclusive creyendo que se fue del gobierno de Fernando de la Rúa por la puerta
grande– recordó que Daniel carece de formación especializada para enfrentar
ciertos temas, no lejos de la verdad pero disminuyendo el rol protagónico de lo
que Scioli quiere ser. Como siempre, el afectado aguantó estoico, dominado por
un destino manifiesto, sin atender que si en ese lugar hubiera estado Néstor
Kirchner, quizás lo hubiera zamarreado con un mamporro a su asesor, en directo
y al aire. Más inoportuno y amateur se mostró el economista al expresar que
apoyaba a Scioli porque, “además de integrador, es una buena persona”, mientras
los otros candidatos “son unos garcas”. Como si hubiera vivido toda una vida
con su postulante y, también, con los otros “garcas”.
Errores. Nadie
ignora que Scioli mide sus pasos, se guiona, y especialmente dedica la mayor
parte de su tiempo a los medios. Pero erró, falto de sensibilidad por las
repercusiones, cuando viajó a Roma en medio de las inundaciones y, ahora,
aplicándose en un programa masivo como partenaire de un economista cuyo mayor
secreto debe ser la confidencialidad y la versación presunta en el círculo rojo
de los que dominan el mundo y toman decisiones. A ese núcleo reducido, por otra
parte, tampoco conformó la exposición barrial de Bein, diciendo la cuestionable
frase de que la “deflación es peor que la inflación” (en un país que nunca supo
de la existencia de la deflación) o su abstinencia sobre el tipo de cambio que
al final desbarrancó como productor triguero afirmando que siembra por
necesidad y no por una posible ganancia. Sabe, en carne propia, que el campo
está inundado y no sólo por agua. Entonces, ni beneficio ni sinergia, la
estupidez de un improvisado que supone la transferencia física de uno sobre
otro para otorgarle envergadura al que se debilita.
Scioli no salva sus tropiezos con Bein, tampoco si lleva a
otro programa a Mario Blejer y muestra “su equipo”. No requiere adornos, en
todo caso tendrá que resolver disidencias explosivas dentro del sector al que
pertenece, notorias por el pleito que indignó a Cristina por la denuncia contra
Aníbal Fernández (por tráfico de efedrina y el triple crimen) en el que lo involucran
por omisión al menos y en el que vinculan a hombres de su cercanía como
Fernando Espinoza, Ricardo Casal, Alejandro Granados, Julián Domínguez, algún
opositor bonaerense y un factótum proveniente del negocio de los bingos.
Aparte, otro problema adicional no advertido: en un centenar
de distritos de la Provincia los intendentes cosecharon más votos que Scioli,
en el orden del 3 al 7%. Esa filtración electoral, si no logra recuperarla (hoy
hay cumbre en un territorio esquivo, Mar del Plata, con todo el peronismo) o se
expande, le impedirá cualquier tipo de triunfo. Como le ocurrió a Eduardo
Duhalde en su momento, salvo que éste se enteró una semana antes de los
comicios generales de la diáspora de sus punteros eternos, quienes suelen
privilegiar su conveniencia para mantenerse en el cargo facilitando el corte de
boletas, y acompañar silenciosamente a otro candidato si la gente lo demanda.
A Scioli le quedan 55 días, un resto apreciable; puede
proclamar que el peronismo unido jamás será vencido, pero no ignora que ese
frente se ha dividido. Y que Cristina, por lo menos, ya no es más su
pararrayos, es él quien está expuesto.
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