Hay una falsa
expectativa de que un triunfo de Scioli repetiría el esquema
de poder de
Kirchner en 2003.
Por Roberto García |
En la órbita Scioli, más de uno sostiene que el candidato
–si llega a la Presidencia– copiará el modelo de poder de Néstor Kirchner,
alguien que en tiempo reducido y en el inicio de su gestión acumuló un dominio
absoluto con apenas 22% de respaldo electoral. Y afirman que lo hizo a costa de
Eduardo Duhalde, arrebatándolo. Coinciden en ese análisis para utilizarlo, a la
inversa, como mecanismo de liquidación de la continuidad de Cristina.
No
precisan si esa poda será un shock de sesenta días o una aplicación
gradualista, según la jerga habitual de Scioli para vaticinar todos sus actos
futuros. Resumen: una vez que disponga de la lapicera, Daniel dispersará la
hegemonía cristinista, impondrá sus condiciones de gobierno y dinamitará la
estructura dominante que la Presidenta supone prestarle por cuatro años. Como
hizo Néstor con Duhalde, insisten, en el principio de su mandato. Es la
naturaleza del ejercicio, del peronismo.
Primer error: confundir episodios pasados. Al revés de lo
que hoy ocurre y pretende Cristina con Scioli, a Duhalde ni se le ocurrió
condicionar a Kirchner, por el contrario, le facilitó fondos –algunos explican
la amistad posterior de Néstor y Cristina con José Pampuro por razones
crematísticas–, también funcionarios a pedido (más de la mitad de su gabinete),
favores de índole diversa, lo defendió en su aparato y desfiguró sospechosas
evidencias inmorales (los fondos de Santa Cruz) incluso a pesar de que el
matrimonio sureño lo consideraba el padrino de una delictiva banda bonaerense
(la misma que graciosamente lo entronizó y luego lo acompañó en toda la “década
ganada” para triunfar en las elecciones). Hay testimonios abundantes de esa
generosidad duhaldista, nacida en el odio ciego por extirpar a Carlos Menem.
Puede hablar Carlos Tomada, en cuya casa Néstor recibió el primer sondeo para
la candidatura durante un asado, Alberto Fernández –el único de la logia
santacruceña que accedía a Duhalde– y hasta Alfredo Atanasof, el que portó la
oferta en esa transición. Y quien debió contestar “Nada” cuando un alelado y
desconfiado Kirchner preguntó, ante el obsequio que le regalaban, cuál era la
devolución a pagar. Aun así, no creyó. Y, luego, imaginando que el retirado
constituía un peligro político, lo ninguneó, lo “carpeteó” con amenaza de
prisión (caso concesión de Aeropuertos), hasta achicó aún más a la esposa
Chiche y, con criterio vaticano, lo apartó de la provincia para depositarlo en
Brasil y que Lula lo alojara. Relación inútil: a Duhalde, Cristina ni lo invita
cuando convocan al ex mandatario brasileño; por la ingratitud, el bonaerense
quedó para el psicólogo.
Si Néstor cercó al
que se iba, Cristina se propone encerrar al que venga. La misma lógica de
poder. Mucho más si se trata de Scioli, vicario imperfecto de su legado.
Reiteran un lema: “No nos vamos”. Hoy la excusa del despliegue bélico se
justifica en completar el mandato con gloria, después será la preservación
genética del proyecto, evitar el golpe blando del círculo rojo. Literatura para
conservar y multiplicar cargos propios en el Estado, perpetuidad de afiliados
en áreas sensibles y, sobre todo, utilizar la mayoría parlamentaria como cepo
para limitar al Ejecutivo. Sea con denuncias o esterilización de leyes, en
rubros caros a su interés, de la seguridad o la Justicia, a la economía. Sin
olvidar, claro, la atención sobre lo que ocurra en la calle, a favor o en contra.
Ella misma, al parecer, piloteará esa tarea de rector: no se consagra por
ahora, aun con ayuda del Papa, una designación internacional y, por supuesto,
tampoco se asilará con los rosales en El Calafate. Por lo tanto, avanza para
los dos años próximos en un operativo doble de defensa y ataque, de propaganda
y medios, a ver si alguien no me entiende el “No nos vamos”.
Ayuda. Cristina
le aseguró a Scioli, en una de las entrevistas mínimas que le concedió, que
Ella habrá de ayudarlo en la candidatura. Pero no replicará a Duhalde, bajo
ningún aspecto. Nada le confesó sobre el futuro, tampoco sobre el ojo del amo
desde el que espera vigilar y reprender. Claro que hoy algunas de sus
asistencias pueden ser controversiales, como las cadenas semanales de sus anuncios
y la jibarización filoperonista que hace del otrora gentío de la Plaza a tres
patios interiores de la Rosada. Nadie se atreve a comentarle el reduccionismo
cómico, ya que ese momento es su exaltación mayor, casi comparable a mirarse en
el espejo. Menos lo hará el candidato, quien no desea tanto esfuerzo político
para consolidar el núcleo duro y pago del oficialismo sin ninguna lisonja, en
cambio, al público independiente que lo rechaza. Pero no habla: se entregó,
como siempre, a lo que la doctora decida. Quizás creyendo que su útil lapicera,
si se da, romperá jaulas y rodeos.
Finalmente, como consuelo, supone que lo suyo es transitorio
y que hay otros más sometidos al arbitrio y los buenos deseos de Ella: su yerno
nuevo, por ejemplo, padre de la nieta presidencial, alguien que advierte desde
su género el concepto tradicional de la palabra “suegra”: el mismo que rige
hasta en los hogares más revolucionarios.
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