Por Jorge Fernández Díaz |
¿Quién está estresado?, le preguntó fríamente Cristina, y a
Daniel se le heló la sangre. Él acababa de formular una tibia frase de campaña
con la intención de atrapar en su red a los peces independientes: "Yo
vengo a desestresar el país". Pero a ella no le gustó nada esa
insinuación: acá los únicos que están estresados son esos canallas (usó una
palabra más fuerte) a quienes pusimos contra la pared, le espetó con voz dura.
La orden era obvia y tajante: Scioli no podía seguir batiendo parche con esa
ocurrencia porque implicaba una crítica de hecho a la filosofía oficial. Algo
similar le había ocurrido al ex motonauta cuando el presidente del Banco
Provincia cometió la herejía de dejarse fotografiar en un asado con algunos
dirigentes de la contra. Esa vez fue Carlos Zannini el encargado de trasladarle
el profundo disgusto de la Presidenta. Estos dos pequeños episodios revelan la
enorme susceptibilidad de Cristina y la obediencia automática de Daniel. La
jefa de Estado se muestra completamente intolerante frente a las mínimas muecas
de independencia de su despreciado delfín, y el gobernador exhibe por ahora
menos autonomía que un títere de trapo. El estrés y la grieta son, a su vez,
evidencias de que la patrona de Balcarce 50 no quiere admitir su feroz política
de conflictos y las llagas consecuentes que eso produjo en el cuerpo social, y
que a la vez pretende continuidad sin cambios para su metodología de la
división. La idea de que dirigentes de las antípodas no pueden mínimamente
confraternizar entre ellos hace evocar, por contraposición, los epílogos del
combate de San Lorenzo, cuando el general San Martín invitó a desayunar al jefe
realista como simple gesto de caballerosidad. Es una suerte que no existiera
por entonces Juan Cabandié, porque seguramente lo hubiera tachado a San Martín
de abyecto traidor. El asunto, en pleno siglo XXI, resulta risible y, a un
mismo tiempo, patético; prueba lúcida del enorme retroceso que la convivencia
experimentó durante estos años gracias al fogoneo permanente y patológico de la
Casa Rosada.
La Iglesia Cristinista de Liberación Personal le otorga a
Scioli un piso alto de votos, pero también un techo relativamente bajo, y es
por eso que el esposo de Karina busca cada semana un pequeñísimo gesto de
rebeldía, como soltarle la lengua a Miguel Bein, cuyo plan es la antítesis de
las teorías de Kicillof, o invitar a un ágape público al embajador
norteamericano. Pero para que luego no se le venga encima la gran dama, para
que los neocamporistas no digan que Braden nada tiene que hacer con Perón,
Scioli debe pagar de inmediato tributo y posar sonriente con el ministro de
Economía, que es un gran piantavotos, en un acto lujoso del Teatro Cervantes.
Hasta donde dicen los encuestadores, este vaivén de sumas y restas tiene suma
cero. Por suerte para Scioli, que con bozal y con correa no puede crecer, sus
socios trabajan día y noche en la intención de rebajar a sus competidores. La
máquina trituradora del Frente para la Victoria es eficaz y está formada por
los servicios de Inteligencia, los fiscales de Gils Carbó, los medios
paraoficiales y, finalmente, muchos dirigentes kirchneristas, que durante los
últimos días han desfilado por la radio y la televisión para rasgarse las
vestiduras por dos temas que siempre les han quitado el sueño: la corrupción y
la libertad de prensa. La picaresca hipócrita de estos pecadores vueltos brusca
y sospechosamente virtuosos es tan intensa que recuerda las coplas de Machado:
"Gran pagano, se hizo hermano de una santa cofradía. El Jueves Santo
salía, llevando un cirio en la mano -¡aquel trueno!- vestido de nazareno".
Como están de moda la guasa, la chunga y el pitorreo,
resulta que algunos intelectuales y artistas de variedades del fabuloso mundo
de los contratos públicos no querían concentrarse esta semana en los beneficios
pecuniarios de Fernando Niembro sino más bien en su ideología menemista. Son
los mismos que votarán por Scioli, Aníbal, Coqui, Manzur, Gildo, Curto y tantos
otros adalides del progresismo universal. Pero, claro está, cavar en el jardín
de los contratos podría ser contraproducente: hay un Niembro cada diez minutos
en la dispendiosa locomotora de la batalla cultural.
Nadie está muy seguro, por otra parte, de que el vergonzoso
escándalo de Tucumán perjudique las chances electorales del oficialismo. Con su
particular estilo piromaníaco, la arquitecta egipcia manipuló los hechos para
obturar el orificio por el que le entraba el agua. Es así como todo este
desaguisado no es producto de un sistema infame y turbio que nos remite a los
años 30 sino de la operación conjunta de jueces mercenarios, opositores
predemocráticos con tufillo centralista que no respetan el veredicto de las
urnas ni la independencia del periodismo, y de una subestimación de los pobres.
El discurso del viernes sería una pieza humorística de alto vuelo si no fuera
porque proviene de la figura institucional más importante de la Argentina y
porque se enmarca en una crisis política con rasgos violentos y laberínticos, y
de pronóstico reservado.
Detrás de los escándalos que sacuden a varias provincias se
insinúa, no obstante, una cierta decadencia del modelo medieval. Parece
retroceder un formato de poder preexistente, pero que los Kirchner
nacionalizaron oportunamente respaldados por el viento de cola. Néstor y
Cristina convirtieron su propio gobierno en una federación de feudalismos y, a
la vez, en un modelo feudal a gran escala, donde todo estaba permitido: el
clientelismo rampante, la apropiación partidaria del Estado, el nepotismo, la
compra de voluntades, la cooptación de fiscales y jueces, la violación de las
instituciones y la entronización de obscenas oligarquías estatales. Este
fenómeno está entrando en su fase menguante, pero no por el hartazgo de la
sociedad ni por la madurez moral de los dirigentes, sino por la imposición cruda
de las finanzas. La gestión de los últimos cuatro años consistió únicamente en
reventar las tarjetas de crédito, diferir el pago de la fiesta y fabricar
billetes para enmascarar el quebranto. Ahora se agotaron los fondos, y entonces
flaquea todo el sistema feudal, puesto que el populismo se basa en la tarasca
(para utilizar un término cristinista). Sin plata no hay paraíso, ni amor ni
silencio; se acaban los valientes.
Ya nadie discute en términos de cambio o continuidad. Sino
acerca de la velocidad del cambio: shock o gradualismo. Si Cristina se quedara,
debería ser Dilma, y si Scioli ganara, no podría encerrarse en su despacho y
manejarse como un emperador: no habrá morlacos para esa prerrogativa. Los
señores feudales de las provincias y de los conurbanos ardientes dependen en un
70% de cajas que estarán exhaustas. Para sobrevivir y desarmar todas las
bombas, y para gobernar en austeridad, habrá que cancelar los dispendios y las
prepotencias y volver a los consensos. No por civilidad, sino por la simple
urgencia del bolsillo. La combinación de país raquítico y viento internacional
de frente cambia las reglas de juego y deshace provisoriamente el diseño de una
reina que reparte favores entre mandarines. Ya nadie tendrá mucho para
repartir, y quien pretenda conducir esta nueva era deberá moverse con
precaución, puesto que lo acechará una espiral de problemas económicos,
políticos y rápidamente sociales. Al estrés de la división, podría sobrevenir
el estrés de la mishiadura.
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