La Presidenta le copa
todos los lugares a su propio delfín. Ni Scioli ni Macri crecen.
Por Roberto García |
Primero era saber si Daniel podía sciolizar a Cristina o si
Ella podía cristinizar a Scioli.
Después, el dilema se profundizó: ¿podrá Daniel Scioli gobernar por su cuenta, si lo eligen presidente, “cambiar lo que haya que cambiar”, como presumió hace poco?
Después, el dilema se profundizó: ¿podrá Daniel Scioli gobernar por su cuenta, si lo eligen presidente, “cambiar lo que haya que cambiar”, como presumió hace poco?
O, de acuerdo con el último
discurso en cadena de la mandataria, deberá seguir a pie juntillas el legado
que le imponga la dama, condicionado en todos los frentes y menos autónomo que
en sus tiempos de gobernador, ser en suma un heredero transitorio, un regente,
hasta que algún vástago de la dinastía tenga edad suficiente para reemplazarlo
o Ella misma decida regresar al trono.
Por lo pronto, Cristina advirtió que no abdica, que los
presidentes siguen siendo presidentes. Igual que los monarcas. Por si Scioli y
otros no entendieron, la discusión se allana con otro dato clave: la doctora
convocó a su despacho a especialistas propios en materia de publicidad y
propaganda, medios y otras formas de comunicación para reclamarles un plan de
trabajo ininterrumpido para los próximos dos años (¿quizás entonces pretenderá
volver como senadora?) que la sostenga como protagonista y apareciendo en
noticieros, eventos y pantalla, ya que la adicción a la cadena parece tan dominante
como el duelo de abandonar Olivos.
Ya optó, aunque había quienes imaginaban otro tipo de
destino para la persistente dama, antes que por la jardinería inocente con sus
rosas por el embrollo de soportar abogados por causas recurrentes en Comodoro
Py. Ni siquiera parece que habrá transiciones, menos una tregua: si alguien
desvirtúa su relato desde el primer día, estará despierta para denunciarlo. Si
no alcanza esa decisión por la centralidad, va tomando precauciones: ya manda
el Presupuesto al Congreso, más en tiempo y forma que nunca, dispuesta a
aprobarlo antes de las elecciones del 25 de octubre. Quienes lo hojearon
estiman: menos poder al Ejecutivo (plata, claro), más generosidad con las
provincias, fin de recursos extraordinarios que Ella usó sin prejuicios.
Va en el mismo proceso de fijar políticas a través de los
legisladores –reducir el presidencialismo y motorizar el parlamentarismo (aguda
observación de Rosendo Fraga)– y consolidar en cada sector del poblado Estado
una dotación de personal que no la abandona, tan fiel como el desodorante. Sin
protestas ni publicidad retiene por cuatro años más la titularidad de la ex
SIDE (a la que le aumenta el presupuesto) con Oscar Parrilli & Cía., la
colocación de personal directivo en empresas privadas con participación
estatal, prohíbe la eventual venta de sus acciones, renueva el directorio del
Banco Central con pureza camporista, logra su objetivo con el consentimiento de
los dos tercios de los presentes, siempre habrá un radical que perderá un avión
para faltar. Economía y Justicia son puntos a resguardar con la llamada de un
celular, confía en que el plañidero Carlos Zannini se ocupe del Senado y Wado de
Pedro de Diputados. También le preocupa controlar la calle, a favor o en
contra, que en una administración de Scioli sería monitoreada por
organizaciones sociales que hoy le responden y fueron sabiamente aceitadas.
Serán otras las naves en el espacio, pero Ella controla la NASA.
Metáforas aparte, es clara en su lógica pasional. Lo hizo
notar cuando sus voceros dijeron, por la asistencia y la fotografía de un colaborador de Scioli,
Gustavo Marangoni, con algunos opositores, que era un “traidor a la Patria”.
Según entiende, la Patria ya está escriturada a su nombre y al enemigo, ni
justicia. Perón puro. Igual convoca a su delfín-candidato para bajarlo de giras
anunciadas o a actos en que lo reprende, los mismos que Scioli sospechó como
suyos por conocer a los invitados desde hace mucho tiempo (cuando acudía a
reuniones regionales y compartía sesiones con Lula o Evo siendo vicepresidente
debido a que lo enviaba Néstor Kirchner, quien despreciaba esos encuentros, si
asistía llegaba tarde o se ausentaba, también a los colegas vecinos,
considerando con alguna razón que constituían una pérdida de tiempo).
Ella le enseña y le recuerda a su elegido temporal las
condiciones de vida futura, más estrictas y austeras que las padecidas en
Buenos Aires (donde apenas pudo endeudarse para pagar sueldos, aparte de
aumentar impuestos), docencia tan pública y despiadada que refuerza a la hora
de votar la adhesión del cristinismo duro, aunque puede reducir la
participación de otras voluntades.
Ocultamientos. Ese combate interno con clara dominadora se
acumula con otras refriegas bonaerenses, deserciones silenciosas de intendentes
y pleitos personales que se ocultan ante las cámaras. Por ejemplo, el respaldo
que Martín Insaurralde le brinda a la candidatura a gobernador de Aníbal
Fernández, cuando éste no ignora –y seguramente ha dicho– que uno de los
principales impulsores de la campaña en su contra (droga y crimen) fue un
hombre del juego, un poderoso binguero, justo el mismo que ha patrocinado al
jerarca de Lomas de Zamora. Si hoy no saben convivir entre ellos, nadie
conjetura la forma en que lo harán si llegan a ganar.
Quizá por estas explosivas situaciones y una visibilización
más atenta de su persona (antes también era una víctima, pero oculta por el eje
concentrador de Cristina), Scioli no prospera en las encuestas, más bien se
desvanece: cierto enojo general se expande por formas antes sabias del
peronismo (clientelismo y fraude), alcanza a territorios invencibles del norte,
se acentúa en el centro del país y
afecta también al sur. Mientras, en la provincia clave, el aparato tradicional
se distrae y hasta juega otras alternativas. No puede el candidato creer que,
tan cerca de la meta luego de las PASO, ahora se quede sin combustible.
Lo alivia que tampoco progresa su distanciado segundo,
Mauricio Macri, envuelto en penosos y poco explicables episodios: el caso Niembro,
que es el caso Macri –como Báez es el caso Cristina y Máximo–, desfiguración
ética que aún no habla de devoluciones y mordidas; el reconocimiento de saber
que no supo elegir fiscales (a los que, sin embargo, felicitó después de los
comicios) al escándalo por una elección insalvable que pierde por goleada en
Tucumán mientras en Santa Fe, donde nadie sabe siquiera si perdió Del Sel
(aceptó una diferencia contraria de mil votos), hizo discreto mutis de la
escena.
El tercero en discordia, Sergio Massa, parece favorecido por
las penurias de sus vecinos, dice y actúa, no se paraliza, cosecha finamente.
Pero había quedado en el último vagón, tan separado de la formación que cuesta
reconocerle una proeza épica, a pesar de que si suma cinco, en realidad suma
diez porque le quita a Macri.
Todo, sin embargo, es una fotografía que puede cambiar en
menos de cincuenta días.
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