sábado, 12 de septiembre de 2015

Casa tomada

La Presidenta le copa todos los lugares a su propio delfín. Ni Scioli ni Macri crecen.

Por Roberto García

Primero era saber si Daniel podía sciolizar a Cristina o si Ella podía cristinizar a Scioli.

Después, el dilema se profundizó: ¿podrá Daniel Scioli gobernar por su cuenta, si lo eligen presidente, “cambiar lo que haya que cambiar”, como presumió hace poco? 

O, de acuerdo con el último discurso en cadena de la mandataria, deberá seguir a pie juntillas el legado que le imponga la dama, condicionado en todos los frentes y menos autónomo que en sus tiempos de gobernador, ser en suma un heredero transitorio, un regente, hasta que algún vástago de la dinastía tenga edad suficiente para reemplazarlo o Ella misma decida regresar al trono.

Por lo pronto, Cristina advirtió que no abdica, que los presidentes siguen siendo presidentes. Igual que los monarcas. Por si Scioli y otros no entendieron, la discusión se allana con otro dato clave: la doctora convocó a su despacho a especialistas propios en materia de publicidad y propaganda, medios y otras formas de comunicación para reclamarles un plan de trabajo ininterrumpido para los próximos dos años (¿quizás entonces pretenderá volver como senadora?) que la sostenga como protagonista y apareciendo en noticieros, eventos y pantalla, ya que la adicción a la cadena parece tan dominante como el duelo de abandonar Olivos.

Ya optó, aunque había quienes imaginaban otro tipo de destino para la persistente dama, antes que por la jardinería inocente con sus rosas por el embrollo de soportar abogados por causas recurrentes en Comodoro Py. Ni siquiera parece que habrá transiciones, menos una tregua: si alguien desvirtúa su relato desde el primer día, estará despierta para denunciarlo. Si no alcanza esa decisión por la centralidad, va tomando precauciones: ya manda el Presupuesto al Congreso, más en tiempo y forma que nunca, dispuesta a aprobarlo antes de las elecciones del 25 de octubre. Quienes lo hojearon estiman: menos poder al Ejecutivo (plata, claro), más generosidad con las provincias, fin de recursos extraordinarios que Ella usó sin prejuicios.

Va en el mismo proceso de fijar políticas a través de los legisladores –reducir el presidencialismo y motorizar el parlamentarismo (aguda observación de Rosendo Fraga)– y consolidar en cada sector del poblado Estado una dotación de personal que no la abandona, tan fiel como el desodorante. Sin protestas ni publicidad retiene por cuatro años más la titularidad de la ex SIDE (a la que le aumenta el presupuesto) con Oscar Parrilli & Cía., la colocación de personal directivo en empresas privadas con participación estatal, prohíbe la eventual venta de sus acciones, renueva el directorio del Banco Central con pureza camporista, logra su objetivo con el consentimiento de los dos tercios de los presentes, siempre habrá un radical que perderá un avión para faltar. Economía y Justicia son puntos a resguardar con la llamada de un celular, confía en que el plañidero Carlos Zannini se ocupe del Senado y Wado de Pedro de Diputados. También le preocupa controlar la calle, a favor o en contra, que en una administración de Scioli sería monitoreada por organizaciones sociales que hoy le responden y fueron sabiamente aceitadas. Serán otras las naves en el espacio, pero Ella controla la NASA.

Metáforas aparte, es clara en su lógica pasional. Lo hizo notar cuando sus voceros dijeron, por la asistencia y la  fotografía de un colaborador de Scioli, Gustavo Marangoni, con algunos opositores, que era un “traidor a la Patria”. Según entiende, la Patria ya está escriturada a su nombre y al enemigo, ni justicia. Perón puro. Igual convoca a su delfín-candidato para bajarlo de giras anunciadas o a actos en que lo reprende, los mismos que Scioli sospechó como suyos por conocer a los invitados desde hace mucho tiempo (cuando acudía a reuniones regionales y compartía sesiones con Lula o Evo siendo vicepresidente debido a que lo enviaba Néstor Kirchner, quien despreciaba esos encuentros, si asistía llegaba tarde o se ausentaba, también a los colegas vecinos, considerando con alguna razón que constituían una pérdida de tiempo).

Ella le enseña y le recuerda a su elegido temporal las condiciones de vida futura, más estrictas y austeras que las padecidas en Buenos Aires (donde apenas pudo endeudarse para pagar sueldos, aparte de aumentar impuestos), docencia tan pública y despiadada que refuerza a la hora de votar la adhesión del cristinismo duro, aunque puede reducir la participación de otras voluntades.

Ocultamientos. Ese combate interno con clara dominadora se acumula con otras refriegas bonaerenses, deserciones silenciosas de intendentes y pleitos personales que se ocultan ante las cámaras. Por ejemplo, el respaldo que Martín Insaurralde le brinda a la candidatura a gobernador de Aníbal Fernández, cuando éste no ignora –y seguramente ha dicho– que uno de los principales impulsores de la campaña en su contra (droga y crimen) fue un hombre del juego, un poderoso binguero, justo el mismo que ha patrocinado al jerarca de Lomas de Zamora. Si hoy no saben convivir entre ellos, nadie conjetura la forma en que lo harán si llegan a ganar.

Quizá por estas explosivas situaciones y una visibilización más atenta de su persona (antes también era una víctima, pero oculta por el eje concentrador de Cristina), Scioli no prospera en las encuestas, más bien se desvanece: cierto enojo general se expande por formas antes sabias del peronismo (clientelismo y fraude), alcanza a territorios invencibles del norte, se acentúa en el centro del país y afecta también al sur. Mientras, en la provincia clave, el aparato tradicional se distrae y hasta juega otras alternativas. No puede el candidato creer que, tan cerca de la meta luego de las PASO, ahora se quede sin combustible.

Lo alivia que tampoco progresa su distanciado segundo, Mauricio Macri, envuelto en penosos y poco explicables episodios: el caso Niembro, que es el caso Macri –como Báez es el caso Cristina y Máximo–, desfiguración ética que aún no habla de devoluciones y mordidas; el reconocimiento de saber que no supo elegir fiscales (a los que, sin embargo, felicitó después de los comicios) al escándalo por una elección insalvable que pierde por goleada en Tucumán mientras en Santa Fe, donde nadie sabe siquiera si perdió Del Sel (aceptó una diferencia contraria de mil votos), hizo discreto mutis de la escena.

El tercero en discordia, Sergio Massa, parece favorecido por las penurias de sus vecinos, dice y actúa, no se paraliza, cosecha finamente. Pero había quedado en el último vagón, tan separado de la formación que cuesta reconocerle una proeza épica, a pesar de que si suma cinco, en realidad suma diez porque le quita a Macri.

Todo, sin embargo, es una fotografía que puede cambiar en menos de cincuenta días.

© Perfil

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