Por Román Lejtman |
Vicente Leónidas Saadi, un caudillo catamarqueño que actuaba
como senador, se subía a una chata con las mangas arremangadas para exhibir un
reloj redondo con la imagen de San Perón detrás de las agujas plateadas. En un
pueblo miserable de su provincia, bajaba de la chata, hablaba con los pobres de
siempre y al final regalaba su reloj. "Me lo dio el General", decía
en su conocido tono de farabute.
Después subía a la camioneta y buscaba en una
caja otro reloj de Perón, para seguir hipnotizando a un electorado que
desconocía el agua potable y la vivienda digna.
Carlos Juárez, un barón santiagueño que fue gobernador
peronista, recorría las villas de su provincia con centenares de zapatillas de
un solo pie. Bajaba de su auto con aire acondicionado, pedía su voto a los
pobres perpetuos de Santiago del Estero y entregaba una zapatilla para cada
miembro de la familia. Al día siguiente del comicio, con la elección asegurada,
entregaba la otra zapatilla.
Gildo Insfráan, el diminuto emperador de Formosa, ha
mejorado la estrategia clientelar de sus compañeros Saadi y Juárez. Reparte
cargos en la administración pública, entrega subsidios a los carenciados y
presiona para que todos sus empleados voten por su fórmula a gobernador.
Insfrán aplica un yanaconazgo político que pondría colorado a los Reyes
Católicos.
Eduardo Fellner, gobernador de Jujuy, sofisticó la
manipulación electoral de los pobres de su tierra. Entrega subsidios y fabrica
ñoquis públicos, mientras permite que Milagro Sala organice su propio estado
jujeño con los millones de dólares aportados por Néstor y Cristina Kirchner.
Sala concede educación, trabajo y vivienda si te afiliás a la organización
Tupac Amaru, tres derechos básicos que la piquetera usa al estilo Saadi, Juárez
e Insfrán.
Jorge Capitanich, manda sobre el Chaco y asegura que no hay
mucho desempleo en su provincia. Alcanza con llegar a Resistencia y observar
cómo los pobres son mendigos por un plato de guiso. En su provincia, Coqui
desplegó la típica batería del clientelismo peronista: subsidios, empleos
públicos y promesas que jamás cumplirá.
José Alperovich, jefe absoluto de Tucumán, es un político
creativo con una ambición sin límites. Será senador en diciembre, después de
protagonizar una represión inédita y un comicio plagado de irregularidades.
Viaja por el mundo en primera, mientras sus coterráneos no tienen agua
corriente ni educación. Juntó muchos votos repartiendo bolsas de comida, cargos
públicos y colchones. En la Cámara Alta, tiene su futuro asegurado.
En una campaña presidencial sin ideas programáticas, ni
debates ideológicos, aparece la miseria ética sin eufemismos ni maquillajes.
Una multitud de votantes independientes y hartos de la oscuridad buscan que un
candidato entienda su pensamiento, su intención y su deseo de encontrar una
propuesta destinada a terminar con la corrupción y la ausencia de moral.
El clientelismo en Catamarca, San Juan, Chaco, Jujuy,
Santiago del Estero, Tucumán, por citar casos emblemáticos, siempre estuvo
expuesto ante la mirada de la sociedad y de los medios. La diferencia, ahora,
es que pesa al momento de votar. Y eso significa que, por fin, hay un hartazgo
que va más allá de las coyunturas económicas. Los desconocidos de siempre
buscan a un candidato que apoye la ética de las convicciones, que empuje un plan
destinado a terminar con las cloacas de la corrupción.
Será presidente quien entienda este mandato y se comprometa
a cumplirlo. Otro camino, otro discurso, nos lleva a las Nubes de Úbeda. Es
cháchara.
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