Por Claudio Fantini
Sus segundos mandatos generan la perplejidad que generó ver
a Cassius Clay contra las sogas, cayendo una y otra vez, aquella extraña noche
de 1971.
Quienes poblaban las gradas del Madison Square Garden miraban asombrados al gigante de Kentucky tambalear ante los puñetazos de Frazier.
Quienes poblaban las gradas del Madison Square Garden miraban asombrados al gigante de Kentucky tambalear ante los puñetazos de Frazier.
La misma perplejidad generan Dilma Rousseff, Michelle
Bachelet y Tabaré Vázquez en sus segundas presidencias.
¿Es también el caso de Cristina? ¿O en Argentina se da la
excepción que confirma la regla?
Los presidentes de Brasil, Chile y Uruguay habían concluido
sus primeros gobiernos con imágenes tan sólidas de sus gestiones, que nadie
esperaba otra cosa de sus segundos mandatos. Sin embargo, por momentos, en
estas nuevas presidencias parecen haber encontrado al Joe Frazier que Muhammad
Ali encontró la noche de aquella histórica derrota en Nueva York.
Dilma es la que más parece tambalear entre las cuerdas. En
su primer mandato, había mostrado la energía, el vigor y la firmeza que la
habían destacado en el gabinete de Lula, cuando sus logros le permitieron al
segundo gobierno del PT sobrevivir a ese pantano llamado “mensalao”.
Era tan fuerte la imagen de solidez, preparación y capacidad
irradiada por Dilma, que Lula pudo imponerla como sucesora a pesar de no
provenir del riñón petista, donde la miraban con la desconfianza que producen
los pragmáticos en los sectores ideologizados.
Su primer gobierno fue exitoso, no obstante, para ganar la
reelección frente a ese sólido liberal que es Aecio Neves, hizo promesas que
dejó de lado ni bien inició el segundo mandato. La designación del liberal
Joaquim Levy como ministro de Economía, habiendo sido el asesor de la campaña
de Neves, fue la primera señal de que se disponía a ejecutar la partitura del
candidato derrotado, en lugar de la que ella había propuesto.
La sensación de estafa electoral pronto se reflejó en las
encuestas. Y la caída en la imagen presidencial se volvió vertiginosa cuando
estalló el “petrolao”, escándalo de corrupción en Petrobras cuya mancha se
aproxima al mismísimo Lula da Silva.
También Bachelet parece una sombra de lo que fue en su
primer mandato, aunque, a diferencia de su par brasileña, la presidenta de
Chile intentó implementar la agenda de reformas igualitaristas que había
propuesto en la campaña electoral. La realidad se convirtió en un obstáculo
porque la caída de los precios internacionales del cobre hizo que el viento de
cola se convirtiera en viento de frente.
A la adversidad económica se sumó el escándalo por tráfico
de influencias que protagonizó su hijo, colaborando a que la imagen de la
mandataria rodara cuesta abajo.
El cambio en el escenario económico internacional también
está complicando, por primera vez, a un gobierno del Frente Amplio.
Cuando Tabaré Vázquez concluyó su primera presidencia, igual
que Bachelet, rompía récords de aprobación popular. El célebre oncólogo, que
antes de presidir el gobierno de Uruguay se había destacado como exitoso
alcalde de Montevideo, representaba, como sus colegas de Chile y Brasil, la
imagen de un eficaz pragmatismo con valores socialdemócratas, liberado de los
dogmas ideológicos de la izquierda y también de los esquemas populistas.
Tabaré era la solidez y el liderazgo serio. Pero esa imagen
empezó a resquebrajarse cuando se hizo evidente la tensión con su antecesor,
José Mujica, atrincherado en el Senado y políticamente hiperactivo en el afán
de marcar la cancha a su sucesor.
El paro general realizado para que Danilo Astory se abstenga
de tomar el salario como variable de ajuste ante la caída de las commodities,
no es el dato más preocupante. Al fin de cuentas, el primer paro general que
sufrió el Frente Amplio, fue en la primera presidencia de Tabaré.
Lo más preocupante para la coalición centro-izquierdista es
la tensión entre sus dos máximas figuras. Mujica le reprocha al actual
presidente que lo dejara de lado y no lo consulte en nada, mientras que Vázquez
le recuerda a su antecesor que, cuándo le pasó la presidencia, él hizo un paso
al costado, volvió a su consultorio médico y se quedó en silencio, sin
interferir en sus políticas.
Los dos tienen una parte de la razón. Lo concreto es que la
vuelta de Tabaré muestra escenas que evidencian riesgos de debilitamiento del
gobierno frenteamplista. En Uruguay desconcierta ver al enérgico presidente que
no se dejó avasallar por Néstor Kirchner y resistió triunfal la dura pulseada
por Botnia, acosado ahora por la central obrera y por el ala izquierda de la
fuerza política a la que él sacó del testimonialismo de los tiempos de Líber
Seregni, convirtiéndola en gobierno.
También Tabaré Vázquez podría confirmar el viejo dicho de
que “segundas partes nunca fueron buenas”.
¿El caso de Cristina es diferente? ¿Está la presidenta
argentina cerca de concluir exitosamente su segundo mandato? ¿Logrará lo que no
logró ningún presidente en el país?
Posiblemente, la postal argentina es engañosa y, lo que
parece una escena triunfal, es en realidad el envoltorio de una derrota.
Primero, la pérdida de credibilidad en los encuestadores,
incluidos Management and Fit y Poliarquía, pone en duda la supuesta alta imagen
positiva de la jefa de Estado. Segundo, si de verdad ella y la política que
representa fuesen tan fuertes, el kirchnerismo no hubiera tenido que resignarse
a la candidatura de Daniel Scioli.
La derrota de Cristina es no poder dejar un sucesor que
signifique políticamente lo que ella significa. El kirchnerismo y su jefa
siempre aborrecieron a Scioli, expresando públicamente ese aborrecimiento.
Haberse resignado a su candidatura, porque ningún verdadero kirchnerista
tendría la chance de ganar que tiene el ex motonauta menemista-duhaldista, es
la verdadera cara del segundo mandato de Cristina.
Y en esa cara se ven hematomas como los que le dejó Frazier
a Cassius Clay, aquella noche increíble de 1971 en el Madison Square Garden.
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