martes, 18 de agosto de 2015

Segundas partes nunca fueron buenas


Por Claudio Fantini

Sus segundos mandatos generan la perplejidad que generó ver a Cassius Clay contra las sogas, cayendo una y otra vez, aquella extraña noche de 1971.

Quienes poblaban las gradas del Madison Square Garden miraban asombrados al gigante de Kentucky tambalear ante los puñetazos de Frazier.

La misma perplejidad generan Dilma Rousseff, Michelle Bachelet y Tabaré Vázquez en sus segundas presidencias.

¿Es también el caso de Cristina? ¿O en Argentina se da la excepción que confirma la regla?

Los presidentes de Brasil, Chile y Uruguay habían concluido sus primeros gobiernos con imágenes tan sólidas de sus gestiones, que nadie esperaba otra cosa de sus segundos mandatos. Sin embargo, por momentos, en estas nuevas presidencias parecen haber encontrado al Joe Frazier que Muhammad Ali encontró la noche de aquella histórica derrota en Nueva York.

Dilma es la que más parece tambalear entre las cuerdas. En su primer mandato, había mostrado la energía, el vigor y la firmeza que la habían destacado en el gabinete de Lula, cuando sus logros le permitieron al segundo gobierno del PT sobrevivir a ese pantano llamado “mensalao”.

Era tan fuerte la imagen de solidez, preparación y capacidad irradiada por Dilma, que Lula pudo imponerla como sucesora a pesar de no provenir del riñón petista, donde la miraban con la desconfianza que producen los pragmáticos en los sectores ideologizados.

Su primer gobierno fue exitoso, no obstante, para ganar la reelección frente a ese sólido liberal que es Aecio Neves, hizo promesas que dejó de lado ni bien inició el segundo mandato. La designación del liberal Joaquim Levy como ministro de Economía, habiendo sido el asesor de la campaña de Neves, fue la primera señal de que se disponía a ejecutar la partitura del candidato derrotado, en lugar de la que ella había propuesto.

La sensación de estafa electoral pronto se reflejó en las encuestas. Y la caída en la imagen presidencial se volvió vertiginosa cuando estalló el “petrolao”, escándalo de corrupción en Petrobras cuya mancha se aproxima al mismísimo Lula da Silva.

También Bachelet parece una sombra de lo que fue en su primer mandato, aunque, a diferencia de su par brasileña, la presidenta de Chile intentó implementar la agenda de reformas igualitaristas que había propuesto en la campaña electoral. La realidad se convirtió en un obstáculo porque la caída de los precios internacionales del cobre hizo que el viento de cola se convirtiera en viento de frente.

A la adversidad económica se sumó el escándalo por tráfico de influencias que protagonizó su hijo, colaborando a que la imagen de la mandataria rodara cuesta abajo.

El cambio en el escenario económico internacional también está complicando, por primera vez, a un gobierno del Frente Amplio.

Cuando Tabaré Vázquez concluyó su primera presidencia, igual que Bachelet, rompía récords de aprobación popular. El célebre oncólogo, que antes de presidir el gobierno de Uruguay se había destacado como exitoso alcalde de Montevideo, representaba, como sus colegas de Chile y Brasil, la imagen de un eficaz pragmatismo con valores socialdemócratas, liberado de los dogmas ideológicos de la izquierda y también de los esquemas populistas.

Tabaré era la solidez y el liderazgo serio. Pero esa imagen empezó a resquebrajarse cuando se hizo evidente la tensión con su antecesor, José Mujica, atrincherado en el Senado y políticamente hiperactivo en el afán de marcar la cancha a su sucesor.

El paro general realizado para que Danilo Astory se abstenga de tomar el salario como variable de ajuste ante la caída de las commodities, no es el dato más preocupante. Al fin de cuentas, el primer paro general que sufrió el Frente Amplio, fue en la primera presidencia de Tabaré.

Lo más preocupante para la coalición centro-izquierdista es la tensión entre sus dos máximas figuras. Mujica le reprocha al actual presidente que lo dejara de lado y no lo consulte en nada, mientras que Vázquez le recuerda a su antecesor que, cuándo le pasó la presidencia, él hizo un paso al costado, volvió a su consultorio médico y se quedó en silencio, sin interferir en sus políticas.

Los dos tienen una parte de la razón. Lo concreto es que la vuelta de Tabaré muestra escenas que evidencian riesgos de debilitamiento del gobierno frenteamplista. En Uruguay desconcierta ver al enérgico presidente que no se dejó avasallar por Néstor Kirchner y resistió triunfal la dura pulseada por Botnia, acosado ahora por la central obrera y por el ala izquierda de la fuerza política a la que él sacó del testimonialismo de los tiempos de Líber Seregni, convirtiéndola en gobierno.

También Tabaré Vázquez podría confirmar el viejo dicho de que “segundas partes nunca fueron buenas”.

¿El caso de Cristina es diferente? ¿Está la presidenta argentina cerca de concluir exitosamente su segundo mandato? ¿Logrará lo que no logró ningún presidente en el país?

Posiblemente, la postal argentina es engañosa y, lo que parece una escena triunfal, es en realidad el envoltorio de una derrota.

Primero, la pérdida de credibilidad en los encuestadores, incluidos Management and Fit y Poliarquía, pone en duda la supuesta alta imagen positiva de la jefa de Estado. Segundo, si de verdad ella y la política que representa fuesen tan fuertes, el kirchnerismo no hubiera tenido que resignarse a la candidatura de Daniel Scioli.

La derrota de Cristina es no poder dejar un sucesor que signifique políticamente lo que ella significa. El kirchnerismo y su jefa siempre aborrecieron a Scioli, expresando públicamente ese aborrecimiento. Haberse resignado a su candidatura, porque ningún verdadero kirchnerista tendría la chance de ganar que tiene el ex motonauta menemista-duhaldista, es la verdadera cara del segundo mandato de Cristina.

Y en esa cara se ven hematomas como los que le dejó Frazier a Cassius Clay, aquella noche increíble de 1971 en el Madison Square Garden.

© La Vanguardia

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