lunes, 17 de agosto de 2015

SAN MARTÍN: EL DOLOR, LA MUERTE Y LA GLORIA

José de San Martín: "Ningún sacrificio ha sido grande para mi corazón..."
Por Horacio Ramírez

El 17 de agosto de 1850 expiraba el Padre de la Patria: Don José Francisco de San Martín. Junto al lecho: su yerno Mariano Balcarce, su hija Mercedes Tomasa, sus nietas Mercedes y Josefa Balcarce, su médico el doctor Jordán y el representante de Chile en Francia, Javier Rosales.

La denuncia oficial de su muerte se hizo el 18 de agosto en la Municipalidad de Bolonia del Mar (Boulogne Sur Mer), presentándose como testigos el diplomático Rosales y el doctor Alfredo Gérard, abogado y dueño de la casona que ocupó San Martín. Ambos testificaron que el día anterior, a las tres de la tarde, había fallecido en su residencia de la Grand Rué, "Don José de San Martín, Brigadier de la República Argentina, Capitán General de la República de Chile y Fundador de la Libertad del Perú". El 20 de agosto y tras embalsamar el cadáver, el carro fúnebre recibió el féretro y fue acompañado por un modesto cortejo integrado por Balcarce, Darthez, un antiguo amigo, Don José Guerrico, su sobrino, hijo de su hermano Manuel, el doctor Gérard y el señor Seguier.

El cortejo fúnebre, sin pompa alguna, se detuvo en la Catedral, y en una de sus bóvedas fue depositado el cuerpo, hasta el 21 de noviembre de 1861, cuando fue trasladado al cementerio de Brunoy, a un mausoleo comprado por Mariano Balcarce. En 1880, el prócer fue trasladado finalmente a Buenos Aires.

Aquel "Indio misionero" para el odio unitario; el "gallego bruto" para la oligarquía porteña; el "agente inglés" para el nacionalismo reaccionario tuvo una vida que fue un rosario inacabable de enfermedades y dolores. A los 22, en 1801, es asaltado en un camino por cuatro forajidos. Recibió varias heridas, una de ellas de espada en el pecho, herida que no cerró totalmente hasta muchos años después.

Durante toda su juventud padeció de fuertes dolores neurálgicos. Tras la batalla de Bailén estuvo largo tiempo enfermo de gravedad y, una vez en el Río de la Plata, sus padecimientos comenzaron a ser más frecuentes. Primero fue la malaria -fiebres tercianas- que lo atacó en Tucumán, cuando mandaba el Ejército del Norte, en 1814. Seguidamente, empezó a expectorar sangre: no se sabe si fue por hemoptisis -de los pulmones- o por hematemesis -del aparato digestivo-. Padecía, también, de reumatismo, mal que lo aquejó el día de la batalla de Chacabuco, cuando, prácticamente paralizado, y al ver la derrota cerca, se subió a caballo, tomó la bandera y cargó al frente de sus granaderos, decidiendo la victoria.

En la batalla de Maipú, los dolores reumáticos y la gota atormentaban su muñeca, como se advierte en la letra temblorosa del parte de la victoria. El cirujano mayor del Ejército de los Andes, el doctor Zapata, refirió en 1817 acerca de sus "... dispepsias, vómitos, sus desvelos e insomnios..." Finalmente y aquejado por cataratas, una hemorragia gastroduodenal le produjo el paro cardiorrespiratorio que acabó con su vida.

En Buenos Aires

Su féretro fue trasladado a Buenos Aires. La Iglesia no quería tenerlo por sus antecedentes como masón, pero una vez llegado al puerto, el 28 de mayo de 1880 y con la promesa de hacer refacciones en la Catedral, la Iglesia aceptó...

Su cajón quedó en el ámbito de la Capilla de Nuestra Señora de la Paz, fuera de la planta de la Catedral y al pie del cenotafio -construido por Carrier Belleuse-. La verdadera tumba está en la parte inferior, con el féretro en posición inclinada, con la cabeza hacia abajo como parte de su "predestinación al infierno" como masón...

Como sea y más allá de las pasiones humanas, San Martín fue un ser humano hecho con los opacos dolores del barro, que supo sobreponerse a ellos a través de una férrea convicción filosófica estoica. Fue un héroe de la Patria que marcó la diferencia en el destino del continente sudamericano. Es, también, la base sobre la que se debe apoyar una Nación para diseñar un futuro de grandeza.

En este sentido, supo decir de sí mismo: "Ningún sacrificio ha sido grande para mi corazón, porque aún el esplendor de la victoria es una ventaja subalterna para quien sólo suspira por el bien de los pueblos."

© La Voz del Pueblo

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