Por Arturo Pérez-Reverte |
Hace cuarenta y cinco años que viajo en aviones, y he visto
de todo, incluso subir o bajar de ellos mientras a los pasajeros, con sus
maletas a cuestas, les pegaban tiros. En cuanto a compañías aéreas, el caso más
pintoresco me ocurrió en el Congo, cuando al llegar a un aeropuerto perdido en
el ojete del mundo, con todo en regla, una azafata con gorrito de leopardo me
dijo que el avión se había llenado y se había ido, como si fuera un autobús, y
me quedé una semana allí con cincuenta grados a la sombra, mirando cómo los
lagartos hacían flexiones.
Lo curioso es que ese incidente, que tuvo lugar en
el Congo en los años 70 y que en su momento era, incluso para África, un
disparate, se da hoy con normalidad en todos los aeropuertos del mundo. Forma
parte del trato infame que las compañías aéreas suelen dispensar a unos
pasajeros a los que maltratan y desprecian.
El llamado overbukin, o como se escriba, es el rey del
mambo. Minuciosa e impunemente planificado por una panda de hijos de puta desde
sus confortables despachos. Si el de usted es un vuelo muy solicitado y no
espabila, se quedará en tierra. Si el vuelo espera pasajeros en tránsito,
también va listo: la compañía habrá vendido tantas plazas extra como pasajeros
vienen de enlace, para evitar asientos vacíos si ese enlace no llega a su hora.
Antes del verano, por ejemplo, fui testigo de un episodio infame. Por suerte no
afectaba a mi vuelo; pero estuve echando un vistazo, a ver cómo acababa. Y
acabó como para pegarle fuego a los mostradores. Cuéntelo, señor Reverte, me
dijeron dos chicas jovencitas y desesperadas. Por lo menos, que se sepa.
Vénguenos. Y en eso estoy. En vengarlas.
A ver si lo cuento rápido. Las chicas no van de vacaciones,
sino a un congreso profesional en La Habana en el que se han inscrito pagando
una pasta. Para asegurarse, no viajan con compañías de bajo coste sino con
Iberia. Llegan al aeropuerto a las 9:00, y a las 9:50 se avisa en las pantallas
del chequeo en los mostradores 819 a 889. Las chicas se dirigen al 819, pero un
empleado las desvía al 850. Allí, una empleada manda a algunos pasajeros a
chequear billete en las máquinas y a otros a hacer cola en los mostradores. A
las chicas las mandan a un mostrador donde hay una cola que se sale de las
guías. Sólo hay tres puntos abiertos, y la cola no avanza. Pasa el tiempo, hay
mezcladas personas de varios vuelos, y la gente empieza a ponerse nerviosa.
Desde los mostradores, los empleados de Iberia, que están desbordados y hacen
lo que pueden, dicen que no se preocupen, que guarden la cola y que etcétera.
Pero sigue pasando el tiempo, la cola no avanza, y algunos empiezan a gritar
porque temen quedarse en tierra.
Nuestras dos chicas llegan al mostrador exactamente a las
11:25, y el empleado que lo atiende, con semblante avergonzado, les dice que el
vuelo está cerrado. No puede estarlo, dicen ellas, pues hacemos cola desde que
el vuelo se anunció en las pantallas. Pues lo está, dice el otro, que está
pasando un mal rato. En el ordenador me sale bloqueado, y no puedo hacer nada.
Id a Ventas, a ver si os pueden recolocar en algún otro vuelo. Las chicas van a
Ventas, donde hay una cola como la de los mostradores, entre otras cosas porque
casi toda es la misma gente que estaba allí. Tardan cuarenta y cinco minutos en
llegar al mostrador, y la empleada les dice que la compañía no tiene la culpa
de que hayan perdido el vuelo. No lo hemos perdido, dicen las chicas, porque
llegamos con mucha antelación. Lo que pasa es que no nos han dejado ni
facturar. Podíais haber facturado ayer, es la respuesta. Las chicas miran sus
billetes del derecho y del revés. Aquí pone que los vuelos se cierran 45
minutos antes de la salida, responden. Si Iberia no es capaz de gestionar un
vuelo en el mismo día, debería avisar. Prevenir a los incautos de que esto es
una estafa. De todas formas, dice la más práctica de las dos, a ver cómo
podemos arreglarlo. Y el arreglo, para viajar a La Habana al día siguiente,
consiste en pagar cada una de ellas una penalización de 120 euros y la
diferencia con el nuevo billete; pero, como éste es más caro, cada una debe
pagar un total de 705 euros: cinco más de lo que costó el billete anterior, de
manera que pagan dos veces, y con propina. Y no sólo ellas, claro. Alrededor,
una treintena de pasajeros de ése y de otros vuelos se lamentan, desesperados:
chicos de 16 años que vienen de Canarias, una señora que no tiene tarjeta de
crédito ni dinero para pagarse un hotel, una joven que llama a su madre para
ver cómo puede mandarle unos euros...
Vénguenos, señor Reverte, me dijeron. Usted que puede. Y,
bueno. Ignoro si esto las venga, pero al menos lo cuenta. Iberia, como digo.
Marca España.
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