Cómo compiten, entre
afinidades y conveniencias, los presidenciables al definir
sus posibles
equipos.
Por Roberto García |
Unos con más prisa que otros, se apoltronan en sillones
imaginarios, reparten cargos, prometen
medidas y, sobre todo, dinamitan a eventuales competidores.
La mayor demanda
hoy se registra en áreas como Economía,
Seguridad, Inteligencia. Plata e intimidad. Veamos.
Dentro del PRO hay un ejército cada vez más numeroso de
economistas convocados (Frigerio, Sturzenegger, Kiguel, Guidotti, Secco,
Dujovne, siguen los nombres), a quienes contiene y convoca Carlos Melconian
para no perder leve supremacía. En general,
se reúnen un día determinado, discuten sobre instrumentos (tipo de
cambio dual, por ejemplo), pero coinciden sobre el sentido de la economía y
cierta racionalidad profesional. Si bien decide Nicolás Caputo sobre los
informes que producen, por último bendice para la foto Mauricio Macri, el ahora
armonizador oriental, budista.
Más heterogénea se muestra la otra franquicia, la del Frente
para la Victoria, donde Daniel Scioli se empeña en repetir hábitos
kirchneristas y protagonizar cada decisión futura: él será presidente,
canciller, ministro también. Avido,
parece que no le dejará nada a nadie. Por lo menos, es lo que necesita
para reafirmar parte de una personalidad extraviada durante el reinado de la
pareja presidencial. Ese fenómeno diluye
ambiciones de sus colaboradores y evita la exposición mediática de
consultores de criterios distintos y
opuestos entre sí (hay quienes consideran imprescindible solucionar el
tema de los buitres y otros más cristinistas que endilgan traición a la patria
a esa posibilidad). Por un lado,
retozan Blejer, Bein y Levy Yeyatti; por el otro, devotos seguidores de
Axel Kicillof, hasta él mismo, ansiosos por no perder la sinecura y, por último,
aspirantes con entidad diversa y
GPS diferenciado, adaptables a la incertidumbre
del jefe, como sus atávicos Alejandro Arlía, en superior medida Silvina Batakis
–una “griega” que amenaza volverse más
famosa que la propia Xipolitakis, no por la voluptuosidad–y Rafael Perelmiter,
alguien que siempre va a estar en la escudería, el contador de todos los secretos, responsable
de la próxima y postergada declaración jurada
de Scioli (aseguran que será más sustentable que la de Macri aprobada
por la Afip y, obviamente, mucho menos
controversial que la de Cristina). Perelmiter no deja de agradecer a su cliente
que lo haya incorporado al último y súbito viaje a Cuba, donde seguramente reparó una deuda con su
debilidad ideológica y tropical de
juventud. Hay más aspirantes, muchos
más, se agregan, no tanto por la performance del candidato en las encuestas,
sino por la promesa de que dispondría de un gabinete con 35 ministerios, no
vaya a pensarse que él será menos que la doctora a la hora de expandir el
Estado.
Con otra visión, claro, aparece la marca de Sergio Massa,
más homogénea y módica en gastos y planes, con apariencia de equipo y sometida
a una sola conducción, la de Roberto Lavagna. Lo rodean Pignanelli, Delgado y Redrado, entre otros;
es nítido en ese sector a quién le tocará el Palacio de Hacienda si triunfa el
ex intendente de Tigre: no hay sorteo ni licitación.
Esta puja económica por el cargo económico (no olvidar a los
empresarios) y de economistas, en rigor aparece
en todos los cambios de gobierno. Son una novedad, en cambio, los
enfrentamientos por otra frutilla del poder venidero, relacionada con el dinero y la intimidad. O
sea, el dominio sobre la seguridad, el
control de la inteligencia estatal.
Ha sido público, en el bastión de Scioli, la voluntad ciega
de seguidores cristinistas por desplazar a funcionarios del gobernador y
cambiar sus políticas. De Casal al jefe de policía Matzkin, incluido Granados,
aunque con mayor disimulo debido a que disponía de una relación propia, y de su
mujer, con la Presidenta. Fueron años y variadas
las tentativas por amputarlos; eran el gatillo fácil entre otras bellezas de
acusaciones y quienes “recolectaban plata por izquierda para tirarla hacia
arriba”, impugnación que ahora copió Elisa Carrió en su campaña. Provenía de
organismos de derechos humanos, de la línea progresista que ahora se inscribe
con Scioli en el circuito bonaerense y, por escenificar en una persona se cita
a Marcelo Saín, iniciador de aquellos cuestionamientos de antaño y hoy presunto
autor de la nueva y cuestionable norma de Inteligencia. Es decir, un preferido
de la Casa Rosada.
Hay más. Por supuesto, aspiran –con el contingente de
izquierda flexibilizado a la Scioli– promover al propio Saín a lo que fue la
SIDE o conservarlo a Parrilli en ese instituto, ya que fue elegido con
aprobación del Congreso (claro, también lo pueden remover con un decreto).
Luchan contra las inquietudes de Pepe Scioli, el encumbrado hermano que ya deseó ese cargo
cuando Daniel llegó a la vicepresidencia con Néstor, y éste, ya instalándose,
despachó con desprecio esa pretensión. También contra el juez Rodolfo Canicoba
Corral, al que Scioli –hace ya mucho tiempo– le prometió el cargo.
No hay que sacar de la pantalla al empresario afecto a la
seguridad, Mario Montoto, otro dilecto del entorno de La Ñata. También sueña
con una delegación, quizás el Ministerio de Seguridad, el fiscal Carlos
Stornelli, conocedor por varias razones de los temas militares, y quien ya acompañó al gobernador en ese rubro al principio de su
gestión. Si hay traición a la patria por negociar con los buitres, es de
imaginarse lo que vendrá si Scioli se inspira en una línea no precisamente
garantista. Mientras, como ofrece tantos ministerios, quizás le asigne uno de
ellos (Economía Social) a un referente de ese espacio en alerta, Emilio
Pérsico.
Para Macri y Massa estas designaciones no parecen tan
prioritarias ni conflictivas. A pesar de que ambos respiran experiencia en el
tema: Macri porque sigue procesado por las escuchas del caso Ciro James, y
Massa debido a que Cristina lo responsabilizó de seducir al segundo de la SIDE
en su propio gobierno, Francisco Larcher. El porteño le entregó la
responsabilidad de planes y políticas a Francisco Cabrera, quien a su vez le
cedió tareas a Juan José Gómez
Centurión, de compleja asimilación al PRO por su transparencia, al que le
reconocen pasado “carapintada”, pero evitan reprochárselo debido a que es uno
de los máximos héroes del Ejército en la Guerra de Malvinas (abatió al oficial
británico de mayor graduación y salvó a uno de sus compañeros en Darwin).
Raro parece que en el mismo equipo de Cabrera también
aparezca la legisladora Silvia Majdalani, integrante de la comisión que debía
controlar –sin éxito, claro– la SIDE de Stiuso. Se supone que en estos temas
aportará ideas el radical Horacio Jaunarena. Por el lado de Massa, para este
tema que explota en las inmediaciones de Scioli, la cuestión se torna más
sencilla: pensaba derivar los temas a un fiscal y a un juez, cuyos nombres
todos conocen pero nadie menciona.
0 comments :
Publicar un comentario