Martín Risso Patrón: Crónicas Supinas... |
Por Nelson Francisco
Muloni
Las Crónicas Supinas
(y alguna otra desmemoria), volcadas como un torrente de visiones y
palabras por su autor, Martín Risso Patrón, son un sencillo (aunque no menos
desesperado) homenaje al recuerdo y al amor en los que parece sumergirse sin
medida y sin pudores que podrían volver prosaicos, estos últimos, los atajos
viscerales hacia la nostalgia.
Nostalgia con la que Risso Patrón aprehende a su eventual
lector (su cómplice), llevándolo por los rincones de un París que, probablemente
ya no exista pero que mantiene el aire misterioso de las canciones de Aznavour,
Bécaud, Montand o la Gréco quien, paradojas aparte, podría ser la imagen
femenina que despunta en las páginas de Crónicas…
y que, a pesar de la chispeante descripción del autor, destila la tristeza de
un Pernod bebido en soledad.
Risso Patrón pasea por los andenes y suburbios de esa París
de fin du siècle (siglo 20, claro) y
sus recuerdos traen, sin que él se lo proponga, la fatalidad de César Vallejo o
la desesperación y el error humanos de Le
repos du guerrier, con la joven Brigitte Bardot que, seguramente, habrá
amado el hacedor de Crónicas…
Pero también se nos describe aquí el puro erotismo, génesis
y final del recuerdo amoroso: “…si te
toco te digo si te huelo también cuando te escucho y me empalago de vos en una
dulce humedad también te lo digo en ese movimiento de tus piernas al quitarte
lo que te desviste para quedar huérfana pálida y propia ante mis ojos…”.
Risso Patrón no necesita de las comas ni de los puntos aparte. Deja que cada
lector construya su propio ritmo al ritmo que él lanza, nostalgioso, cuando muestra,
además, Roma, Madrid o evoca a las walkirias.
El libro también penetra las oquedades de la infancia y, de
pronto, desde allí, a su madurez, cargada de las manos de la madre, el viejo
barrio (dónde aún vive, o trasciende más allá de la propia memoria), los
árboles de palta, las vecinas y las caminatas que todavía sigue dando por las
mismas veredas, con su sombrero (uno de tantos) que coloca inclinado en su
cabeza, meneando todos sus pensamientos. Esos pensamientos que ratifican lo
vivido y que, sin embargo, no le alcanzan para tomar la desmemoria, por la que
acude a sus lectores a quienes pide “completar
estas escrituras, definitivamente inconclusas”.
En síntesis, pudo ser un libro de poesía (de hecho, hay
siete poemas en la parte final) pero salió esta poética pura alma, a sabiendas
que se desgaja en cada palabra, como quien se quita el último traje para
exhibir el pellejo de la vida.
Palabras de un poeta pero definitivamente embebidas del afecto de un hermano de las Letras. Gracias, Nelson. Poeta y Hermano.
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